7. Uzumaki

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Caminaba despacio por la calle principal de la aldea, teniendo cuidado de no hacer contacto visual con nadie y no llamar demasiado la atención. Incluso así, la masa de personas se habría como si la cortase un cuchillo a medida que avanzaba.

"Los Uzumaki están a unos minutos." Había dicho Hikaku antes de dejarlo atrás en la puerta del asentamiento Uchiha.

Ella simplemente había asentido y seguido con su camino, ignorando como podía los susurros que llegaban hasta sus oídos. Apenas tendría tiempo de llegar antes que ellos, sin embargo, no podía ir más rápido. Desde que había salido, sentía como las piernas le temblaban a cada paso que daba, amenazando con hacerle caer en cualquier momento.

El clima tampoco le estaba ayudando, la más mínima brisa era capaz de hacerla temblar con una sensación de frío que no había sentido desde que era pequeña. Lo único por lo que rogaba en silencio era para que todo se terminará lo más pronto posible. Pero sus esperanzas simplemente cayeron cuando vio el grupo de personas reunidas frente a la entrada de Konoha, esperando.

Soltó un suspiro tembloroso, buscando calmarse. Tuvo que recordarse muchas veces que su estancia sería corta, solamente un par de horas. Sin embargo, la sola idea de saber que dentro de unos minutos estaría entre todos ellos hacía que se le revolvieran las entrañas.

Unos metros más adelante, los hermanos Senju notaron su presencia. Ambos se volvieron hacia ella, haciendo que toda la comitiva la viese también. Tuvo que tragarse su malestar mientras dejaba atrás las miradas de los demás líderes.

"Madara." La saludó Hashirama, mostrándole una de sus típicas sonrisas cuando estuvo lo suficientemente cerca. "Me alegra que si pudieses venir."

"Sólo terminemos con esto." Cortó Tobirama desde detrás de su hermano.

"Estoy de acuerdo." Dijo simple y, para su sorpresa, ambos hermanos la miraron extrañados.

Antes de que alguno de los dos pudiese decir algo, el sonido de los pasos llamó la atención de todos, ya lo suficientemente fuertes para ser ignorados. Frente a ellos, la delegación del Clan del remolino entraba por las puertas. Un par de carros tirados por caballos se detuvo en el lugar y rápidamente pudo distinguir como la servidumbre pululaba hacia estos.

No pasó demasiado antes de que las puertas del primer carro se abriesen, dejando bajar a un hombre de largas barbas blancas. Incluso con sus ropas de viaje, lucía tan refinado como si aún estuviese en su palacio en Uzushio, su porte y su andar lo asemejaban más a un noble de la capital que a un Shinobi y mostraban sutilmente la riqueza que ostentaba la isla.

Hashirama caminó con seguridad hacia el hombre, una sonrisa partiendo su rostro mientras cerraba la distancia entre ambos. Para su malestar, la comitiva de líderes caminó detrás de él, obligándola a avanzar.

"Ashina-sama." Empezó el mayor de los Senju, ofreciendo una reverencia al anciano. Imitándolo, los demás líderes también se inclinaron. "Es un honor conocerlo al fin."

"El placer es todo mío, Hashirama-dono, caballeros." Contesto el mayor, asintiendo con la cabeza.

"Espero que su viaje transcurriese sin inconvenientes."

"Fue un camino tranquilo." Aseguró, por un momento fijándose en los demás presentes. "Imagino que todo se debe a la paz que ha creado. El País del Fuego respira tranquilidad, todo gracias a usted."

"El crédito no es solo mío." Dijo el Senju, señalando hacia atrás. Una sensación de malestar de enrolló como una serpiente en su estómago, aunque el movimiento amplio de los brazos de Hashirama mostraba a todos los líderes, la mirada penetrante y afilada del hombre se fijó en ella más tiempo del que le hubiese gustado. "Todo ha sido gracias al arduo trabajo de todos los líderes que se encuentran presentes."

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