10. El Correr del Río

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Madara terminó de cerrar la puerta cuando entró en el recibidor. Lo único que podía escuchar era el fuerte golpe de la lluvia sobre el techo y el ruido de sus propios latidos contra sus costillas. El resto del mundo parecía estar en silencio, en uno tan abrumador que parecía zumbar dentro de sus propios oídos. Tal vez era ella misma. No lo sabía, tampoco le importaba.

La soledad de su casa casi se sentía opresiva. El pasillo oscuro que daba al interior se iluminaba tenuemente cuando algún relámpago caía a la distancia, de resto, todo era oscuridad.

Trató de olvidarse de lo sucedido lo mejor que pudo, se esforzó por mantener en el fondo de su mente los pensamientos y sentimientos que le estaban carcomiendo. Y, por un momento, mientras serpenteaba por el pasillo hasta su habitación, casi pensó que lo había conseguido.

Casi... Luego llegó a su habitación y sus esfuerzos terminaron por agotarse.

La vista de la cuna vacía fue suficiente para hacer que se le revolvieran las entrañas. Los intentos de su estómago por volcarse la enviaron contra el suelo. Se estremeció y jadeó por aire al mismo tiempo que su cuerpo se retorcía, arcada tras arcada, intentando sacar algo de su estómago vacío.

Había fallado, de nuevo. Tenía que mantenerlo a salvo, era su deber, se lo debía por haber permitido que su madre muriese, y aun así había fracasado. ¿Cuál había sido el sentido tras sus acciones? ¿Para qué lo había salvado ese día?

Todo lo que había hecho lo había llevado hasta ese momento. Debió aceptar la ayuda de Hikaku cuando se la ofreció, eso pudo haberle evitado casi morir. Pero ella era demasiado egoísta como para permitirse hacerlo, sus acciones casi lo habían condenado... y todo había sido sólo su culpa.

Había fallado, como siempre. Lo había puesto en peligro por su estupidez, al igual que había hecho con todos los que amaba. Fueron sus acciones lo que terminaron matando a sus hermanos, a su padre y a toda su familia.

Los ancianos tenían razón sobre ella, siempre la tuvieron. ¿Qué le hizo pensar alguna vez que era digna de cuidar del clan? Ese solo pensamiento casi le saca una carcajada mientras otra arcada dolorosa recorre su cuerpo y le saca lágrimas de los ojos.

No había podido cuidar de su familia, no había podido cuidar de ese niño. ¡Los dioses sabían que ni siquiera era capaz de cuidar de sí misma en ese punto! Era una inútil. Su mera existencia era un insulto a todo y a todos. Debía desaparecer. No había sentido alguno para continuar con vida.

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Un suave golpeteo es lo que queda de la tormenta de la noche. Ella, por su parte, aun está en el suelo. Había recuperado el control de su cuerpo hacía un par de horas y el dolor de sus entrañas apenas le dejaba moverse. Si le importase un poco más, habría intentado tal vez llegar hasta su futon, sin embargo, ya no le importaba en lo absoluto.

Ya había tomado una decisión. En algún otro momento, habría esperado a que el tiempo se encargase de ella, pero ya había esperado suficiente y el tiempo parecía no tenerle misericordia. El canto de los pájaros fuera de su casa y la poca luz le avisaban de la llegada del alba. Sabía que, si quería hacer algo, ese sería el momento.

Tomó una respiración profunda antes de levantarse. Su cuerpo protestó por el cansancio, pero ella era un shinobi y avanzaría hasta cumplir con su última tarea.

Con paso lento, salió de su casa. Las calles de piedra habían drenado la mayor parte del agua del torrencial de anoche y las pocas gotas que seguían cayendo no eran suficiente para empaparla. Sin embargo, el aire frío aun congelaba su aliento y la humedad de la ropa que no se había cambiado le robaba poco a poco el calor del cuerpo.

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⏰ Última actualización: Jun 26 ⏰

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