I thought I might get one more chance.

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Su cuerpo diminuto y emplumado se encontraba sometido bajo las garras de la absoluta oscuridad.
Soltando silbidos agudos plagados con dolor, sus huesos crujían con cada segundo que pasaba mientras sus ojos dorados se bañaban en lágrimas producto de la tensión que se le ejercía.

Como cualquier animal al borde de la muerte, se agitó en desesperación, sus alas batían con rapidez en movimientos frenéticos, intentando alejar al depredador que lo tenía atrapado, más este sostuvo con fuerza al ave, haciendo que se detuviera en resignación.

No iba a matarlo, y eso era aún peor; lo usaría como arma. Un esclavo únicamente diseñado para atacar. Le arrebataría su libertad: las alas con las que había crecido y aprendido a vivir, le serían arrancadas con odio; le arrebataría su alma: fundida torpemente con una empatía recién nacida y una humanidad que hasta ese momento, había desconocido que poseía.

Y que los dioses no quisieran que le arrebatara su corazón también, bien oculto bajo las manos del chico de mente soñadora.

Una magia maldita lo obligó a poseer su figura humanoide, sus alas se contrajeron en su espalda con ardor, huesos rotos se removieron con furia dentro de él. En un instante, lo único que pudo apreciar fue un orbe negro dirigiéndose directamente hacia su pecho.

Pidió a la luz de la vida que no le arrebataran lo único que aún amaba.
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–¡Quiero a mamá!–la voz aguda del infante resonaba en la cabeza del joven; al escuchar la mención inesperada, una punzada de dolor atravesó su estómago, sonrió débilmente intentando contener el suspiro consternado que se quedó estancado en sus pulmones.

Cerró los ojos esperando calmarse, mientras el pequeño se removía con inquietud, el aire frío de invierno golpeaba las ventanas, razón por la cual, el niño se rehusaba a bañarse.

Exhaló con tranquilidad, abrió los ojos y lo miro con todo el amor que pudo demostrar a través de estos; a la par que lo tomaba sobre los hombros.

El aura del más joven se fue apaciguando a medida que los segundos pasaban. Finalmente, el mayor noto como su cara se contraía por las lágrimas, lanzándose a sus brazos casi al instante.

Llorando desconsoladamente, Haoyu comprendió lo palpable que era la ausencia de su madre, no solo en su propia vida, sino en la de toda su familia. Su padre había tenido que recurrir al trabajo de caza y misiones en otros pueblos cercanos, ya que no contaban con el apoyo económico que su madre les aportó en el pasado. Al ser el mayor, después de la muerte de su progenitora, padre lo dejó a cargo del cuidado de la casa, de su hermano, de la limpieza y el manejo monetario.

Tomó a su hermano en brazos y se dirigió a la tina hecha de bambú, comenzando a asearlo al instante.

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Había cantado la última estrofa de la melodía que su madre le había enseñado. Melancólico, miro hacia la cama del infante, plácidamente dormido, con los ojos hinchados después de la inundación que brotó en estos hace unas horas. Se levanto lentamente, procurando que el movimiento no lo despertara, para después cubrirlo con una manta gruesa.

Mientras se encaminaba a la cocina, escuchaba el sonido de sus propios pasos sobre la madera del piso, el crujir de los cristales ante la ventisca que se encontraba vagando con desesperación en el exterior.

Deja que los ángeles te guíen.ೃ࿔* XiaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora