Capítulo XVIII. Lucifer

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"¡Cómo caíste del cielo, oh Lucifer, hijo de la aurora! ¡Cómo has sido derribado en tierra, tú que fuiste tan poderoso luchando contra las naciones del mundo!"

Isaías 14:12-14

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El día de su destierro, el cielo lloró con tanta intensidad, que la tierra perdió su capacidad de absorberlo todo. Muchas zonas se inundaron, muchas vidas de perdieron. Él también lloraba. Él también lo había amado. Pero no había olvido ni perdón.

Al borde del vacío que había provocado su propia caída, cual cráter ocasionado por un enorme meteorito, levantó su mirada al cielo desde el cual había sido expulsado. Una lágrima rodó por su mejilla. Una lágrima de dolor por lo perdido, después de todo, Lucifer también lo amaba, Él era su padre. Pero, también, una lágrima de rabia, de rencor, por no haber logrado aquello que deseaba.

Caminó sin rumbo, atravesando valles y praderas, bajo la copiosa lluvia, sin más que una túnica blanca, con los pies desnudos. Había perdido su brillo, ese que lo hacía la estrella más resplandeciente del cielo. Más no su orgullo. Sus poderes estaban allí, intactos, al igual que sus ideales. Él lo había decidido así. Después de todo, tenía un plan para su exilio, como tenía un plan para absolutamente todo. No había sido el único, claro. Los demás también habían sido condenados a vagar por la tierra, por toda la eternidad. Sin embargo, estaba solo en esa travesía. Él se había encargado de separarlos.

Cuando la lluvia cesó, logró llegar a aquel valle, entre inmensas montañas. Sonrió. Era el límite de la Tierra que había sido entregada a los humanos, el muro que los separaba de la tierra prometida. Al otro lado, en el Edén, Adán y Eva gozaban de la gracia del señor. Entonces lo entendió. Aquel lugar era su territorio ahora. Había deseado ser rey y Él le había cumplido ese deseo. Más nunca jamás reinaría el cielo. Su vida y su destino estaba en aquel mundo terrenal. Había sido condenado a reinar la más baja creación del señor, a impartir justicia allá abajo, a decidir quién tendría derecho de ingresar a Edén. Vaya destino.

Miró a su alrededor al sentirse observado. No estaba solo en aquel lugar. Sentía el peso de una mirada indiscreta sobre su espalda, su aliento respirar en su nuca. Ella salió desde atrás de unos matorrales. Sus intensos ojos azules se clavaron en los suyos. Allí estaba, altiva, soberbia. Llevaba un vestido blanco, suelto, unas enormes alas blancas salían de su espalda. Su cabello largo y alborotado. Sonrió. Había estado sola demasiado tiempo.

ஐ ஐ

-Lilith...- susurró. Tal como aquella vez, se apareció, esta vez desde la puerta de entrada. Había estado observándolo, en silencio. Odiaba que lo hiciera. Odiaba que lo observe de esa manera.

-¿Estás seguro de lo que vas a hacer? - preguntó, con el semblante serio y la mirada penetrante. Quizás, aún estaba a tiempo de evitar la última batalla.

-Dudas... de nuevo dudas.

-¿Para qué quieres este mundo? ¿Para qué quieres el Edén? Tu creación es perfecta y hermosa... Podemos vivir juntos allá, caminar entre los humanos. Allá no estarías condenado al inframundo, ni tendrías que juzgar a los pecadores...

- Pensé que, como yo, querías venganza.

-Solo quiero ser feliz, alguna vez, Lucifer...

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Unas horas antes de aquella primera comunicación de Gurú Clef con Mundo Místico, en la que terminó confesándole a Umi que su mundo podría estar llegando a su fin, recibió la visita de Sierra.

La Estrella De La Mañana (Destino II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora