Capítulo XX. Nefilim

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Quedaron embarazadas de ellos y parieron gigantes de unos tres mil codos de altura

que nacieron sobre la tierra y conforme a su niñez crecieron;

Libro de Enoc – Capitulo 7, Versículo II

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La observaba caminar por la aldea todos los días. Solía ir al lago por las mañanas, a lavar sus ropas, las de su padre y sus hermanos. Era alta, esbelta, cabellos castaños, ojos claros. Tan bella como inalcanzable.

-Es hermosa, ¿no es así? - sintió que susurraban a sus oídos. Volteó de prisa, encontrándose con los ojos azules intensos de aquel hombre. Jamás lo había visto en la faz de la Tierra, pero si más allá. Se sorprendió. Desde que había sido desterrado de los cielos, no había sabido más de él.

-Tú...

-Sé lo que has oído de mi... pero las cosas no pasaron como se cuentan. Cualquiera puede ser el villano en una historia mal contada.

-¿Qué es lo que buscas?

-Mírala, todas las mañanas la misma rutina, tanto trabajo, y ni siquiera es valorada. Así es la vida de las mujeres según las leyes de Él, siempre bajo la orden y protección de un hombre. Si ella tan sólo supiera lo valiosa que es... todo lo que puede llegar a hacer.

-Lucifer...

-¿Por qué seguir las órdenes de un Dios injusto y autoritario? ¿Sabes? Yo pude hacer que este mundo sea muy diferente... Yo quería que el conocimiento sea para todos por igual, que las mujeres y los hombres tengan los mismos derechos... Por mis ideas novedosas, fui expulsado del cielo... Ese es el destino que Él tiene deparado para aquellos que quieran un mundo más justo. ¿Por qué un ángel no puede enamorarse de una humana? Cambiar las reglas es posible, sólo hay que animarse a ser el rebelde...

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Los observó alejarse desde el mismo lugar en el que habían sido condenados a la eternidad. ¡Si tan sólo hubiera respetado sus normas! Si no hubiera escuchado a Lucifer, ellos no existirían, y no habría sufrimiento, no hubieran sido condenados a pagar por su debilidad. Pero, quizás, la estrella resplandeciente de la mañana tenía razón y existía otro mundo posible, un mundo donde sus hijos puedan ser aceptados. Enim se dirigió al sur, Joel al Norte y Anakim al Este, hacia el centro de Tokio.

-Os prometo que será la última vez que tendrán que luchar...- susurró, como si ellos pudieran escucharlo.

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-Volvieron. - dijo la mujer, apenas los vio atravesar la puerta de entrada a su casa. - Estaba preocupada por ustedes. - continuó, mientras se acercaba a ellos. Al ver la expresión en el rostro de su hermana pudo sentir su preocupación. Tomó sus manos, con dulzura. Ella mejor que nadie sabía la desesperación que se sentía al no saber el paradero de un ser amado. - La encontrarás... No debes preocuparte... sé que ella no haría nada que pudiera dañarte... a ninguno de nosotros. - Fuu suspiró, tratando se ahogar sus deseos de llorar.

-Eso es lo que Hikaru y Umi me dicen todo el tiempo, pero, ya no estoy segura de nada... Kuu, siento que no conozco a mi propia hija... Siempre creí que estábamos criando a una buena niña...

-¡Y así es, Fuu! Quizás su corazón este lleno de dudas, pero... hará lo correcto...

-Kuu...

La tierra empezó a temblar de repente. Pero eran temblores extraños, diferentes. Ambas perdieron el equilibrio. Duró apenas unos segundos. Luego hubo otro, exactamente igual de largo. Y luego otro. Y otro. Ferio se apresuró a acercarse a la puerta. Aquellos temblores no podían ser normales, ni siquiera para Céfiro.

La Estrella De La Mañana (Destino II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora