V. Érase una vez, un rey...

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Érase una vez, un rey que tenía hija tan bella como encantadora. Todos los hombres que la miraban suspiraban al verla pasar, las mujeres también. Con tan solo una sonrisa y su encanto era posible de enamorar profundamente a cualquiera que la viese.

Cuando la princesa cumplió los 15 años, una edad que en ese tiempo y en su reino ya era apta para casarse, ella no podía encontrar el marido adecuado. Para ella, todos los pretendientes que le presentaba su padre tenían defectos o no eran lo que ella esperaba. Ninguno podía hacer que su corazón latiera como todos los corazones latían al verla.

Un día su padre, el rey, organizó una fiesta en el palacio donde invitó a todas personas adecuadas para casarse con su hija. También invitó al los reinos vecinos. Donde los Miyawaki llegaron solo para mostrar su cara de tristeza y los reyes Kim fueron a tan solo a pasarla bien. Menos la princesa, que llegó ya con las ganas de irse. Demasiado gruñona para disfrutar una fiesta así.

Llegaron muchos nobles, de todas las edades. Todos provenían de una familia importante y tenían la educación necesaria para tratar bien a la princesa Nakamura. Aunque todos tenían el orgullo suficiente para pensar que eran el hombre adecuado para la princesa, ¿quién no se enamoraría de ellos?

En turnos, cada hombre noble bailó un pedazo de vals con la princesa. Un baile lento y elegante que hacía que todos terminaran completamente encantados de la princesa. La sonrisa que les daba, como si ellos fueran el hombre indicado para ella y que ella era la mujer indicada para ellos. Era lo que les hacía tener esperanzas de que se iban a casar con ella.

—Es una insolente—se quejó Nayeon al sentarse al lado del Rey Nakamura. Acarició su mano, teniendo cuidado de que su esposo no los viera—Es una caprichosa.

—Solo no encuentra el indicado—suspiró el rey, que tan solo tuvo que ver los ojos de Nayeon para estar a sus pies. Un lujo que el esposo de la hermosa mujer ya no tenía.

—Me quiero ir—dijeron dos princesas al mismo tiempo. Se miraron entre sí. Kazuha sonrió al ver a Blancanieves, sus ojos se llenaron de un brillo que todos tenían al verla. Blancanieves también lo tenía.

Su piel blanca como la nieve, su cabello negro como la noche, sus ojos llenos de ira como un león, su tierna nariz, sus delicados labios. Su forma tímida de que acababa de desviar su mirada.

—Me quiero ir—repitió la princesa Kim—mi padre ya está muy ebrio.

—Déjalo vivir—dijo Nayeon—Y también vive un poco—dijo con una voz tierna totalmente fingida.

—Podrías acompañar a mi hija—dijo el rey, sin dejar de ver a la hermosa Nayeon.

Ninguna se negó. Se miraron, hicieron una corta y formal reverencia para luego caminar juntas hacia el balcón del castillo, lejanas a la fiesta de Kazuha. Ambas, al mismo tiempo y en silencio, se sacaron los molestos tacones y rieron al darse cuenta.

—¿Ya sabes con quién casarte?—preguntó Chaewon.

—No—suspiró—No encuentro un hombre que me guste, todos son muy, no lo sé, son buenas personas, solo no me gustan.

—No hay nada malo que no te guste un hombre—comentó Chaewon mientras miraba las estrellas. Sus ojos tenían un brillo que hacía imposible que Kazuha dejara de verlos—A mí tampoco me gustan, es por eso que yo tampoco me he casado. Son desagradable, sucios que solo piensan en una cosa.

—¿En qué?—Chaewon soltó una pequeña risa y se acercó a Kazuha para susurrarle en el oído, algo que le hizo sonrojarse—¿En serio?

—Piensan con la cabeza equivocada—dijo y soltó una risa al ver que Kazuha no había entendido—Supongo que te dicen princesa encantadora por lo idiota.

Once upon a...Le Sserafim?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora