prólogo

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Park Jongseong jamás llegaba tarde al trabajo.

Siempre podía encontrárselo entrando a tiempo en Fate Tattoos con un suéter de cuello alto, pantalones que marcaban su figura, tenis viejos y una gorra que cubría su cabello. No le gustaba llamar la atención, eso estaba claro y tenía buenas razones para ello.

-¡Buenos días, Jay! -lo saludó un hombre bastante alto en cuánto lo vio llegar.

Era el recepcionista del estudio, quien tenía un hermoso sol tatuado en la base del cuello y un ángel con rostro de una mujer cubriendo todo su brazo, ambas obras de Jay. Además, su ceja derecha y su labio estaban perforados.

-Buen día, Yeonjun -Respondió con una sonrisa al encontrarse con sus ojos-. Yunjin estaba llamándote, quiere saber si irás con ella a cenar esta noche.

Yunjin era una de los muchos hermanos adoptivos que Jay tenía, la novia de Yeonjun y el rostro del ángel.

-Por supuesto – asintió con una sonrisa-... Jamás me perdería una cena con ella.

Se dirigió a su área de trabajo, deteniéndose antes para saludar a Daehyeon, jefe y dueño del local, y a sus demás compañeros.

De haberte acercado al área de Park Jay no habrías encontrado nada fuera de lo común para un tatuador. La pared estaba repleta de grafitis de colores metalizados y llamas alrededor que citaban su frase favorita de Matar a un Ruiseñor, y personas pequeñas caricaturizadas -entre ellos sus artistas favoritos y sus familiares- jugaban entre las letras. En la otra pared, casi con demasiado orden, se hallaban diversos afiches de bandas de rock y metal que, sinceramente, no escuchaba.

Durante las tres primeras horas el lugar estuvo tranquilo y Jay solo hizo un par de pequeños tatuajes con grandes significados, como siempre, se sintió orgulloso de ellos.

Las campanillas de la puerta principal alertaron a todos de que alguien había entrado, pero solo Jay volteó a mirar.

Él llevaba pantalones ajustados, botas, una chaqueta de cuero abrochada hasta el cuello y un beanie, todo de color negro. Sus ojos estaban cubiertos por gafas de sol y sus perfectas facciones sobre una tersa piel pálida no demostraban más que seriedad.

Jay sonrió mientras rodaba los ojos.

Seguramente él sería uno de esos extravagantes clientes que pedían enormes calaveras en sus espaldas, o feroces y malignas serpientes enroscándose por su brazo.

Sin poder quitarle la mirada de encima ni un segundo sus ojos lo siguieron hasta el mostrador.

Tenía un andar elegante, decidido, y su cabeza siempre se mantenía en alto, como si viviera solo en el mundo y las oportunidades de tropezarse fueran nulas.

Era guapo. Muy guapo. Jay podía darse cuenta de eso a la distancia.

Sus facciones esculpidas, sus labios dibujando una fina línea, la forma en la que acomodó su cabello castaño al caminar... Sin duda era un chico por el que cualquiera perdería el aliento.

Sus manos pasaban las páginas de los folios con delicadeza y observaba cada diseño un par de segundos, juzgándolos tras sus gafas, con los labios apretados, poco a poco parecía descartar a cada tatuador local.

Y al final. Solo quedó un folio.

Jay se acercó al chico rápidamente. Su andar, al contrario de él, era torpe y constantemente solía tropezar con las cosas a su alrededor. En esa oportunidad casi chocó contra él cuando sus pies se enredaron, pero el chico no pareció darse cuenta de esto.

-Buen día -saludó tímidamente. Tal vez estaba demasiado cerca, tan cerca como deducir que tendría más o menos su edad y aspirar su atrayente olor, pero no se atrevía a moverse.

EL TATUADOR DE LIBÉLULAS - JAYHOONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora