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Día trece, 16:21 pm.

Esa mañana, el sol se abrió paso entre las nubes, calentando la arena pese a que las gotas seguían cayendo. Un vapor intenso los hacía sentir abrasados, como si estuvieran siendo asados en una parrilla.
El lado bueno era que no durarían mucho encerrados ahí, congelándose por las noches y alejándose a paso lento de la cordura.

El suceso de la madrugada anterior había dejado a ambos con cosas en las qué pensar, mas sin dirigirse la palabra en lo que iba del día. Ingenuamente, Matías había creído que luego de lo que pasó Enzo estaba enamorado de él. ¿Así funcionaba, no? Él no tenía interés en un hombre, sólo era simple curiosidad.

Durante el mediodía y parte de la tarde, había mantenido su postura asqueada y arrepentida, pero en cuanto lo analizó mejor, lo único que rondaba en su conciencia era qué significó aquello.

--¿Qué fue lo de anoche?-- soltó sin previa, como solía hacer. Le había perdido la vergüenza a ser directo.

--En tiempos de guerra cualquier hueco es trinchera.

Giró ofendido al oír esto, cerrando los ojos para dormir una tan merecida siesta. Ese tipo de respuestas le servían de escarmiento, en verdad no aprendía que no debería hablarle si no quería no ser tomado en serio.

Y fue lo último que le dijo ese día. Y el siguiente. Y el otro también.

Día dieciséis, 19:43 pm.

El clima caluroso había regresado en su totalidad. La humedad se desvaneció y por fin durmieron separados luego de tanto. Matías llevaba una cuenta de no comer por más de cuatro días y otra de 2.094.188 ovejas. Era una cifra bastante grande, pero cuando no se tiene nada qué hacer, la imaginación vuela.

Ya que su mentira se había destapado y no era más un desgraciado con el pie inútil, emprendió viaje y se dignó a recorrer un poco el panorama.

Contaba sus pasos, los cuales se sentían pesados y lentos. Avanzaba mirándolo todo con con ojos curiosos como si jamás hubiera despegado la vista del suelo desde que encalló. Pateaba la arena al caminar, ensuciándose a la altura de los tobillos. No miraba el piso al moverse, por lo que en menos de diez minutos ya había tropezado con algo.

Se agachó sintiendo tronar su espalda, los síntomas prematuros de la vejez respirándole en la nuca. Tomó entre sus manos el inusual objeto, reconociendo de inmediato esa cartera que había dado por enterrada. El recuerdo del embarazo oculto de Malena le cayó como un balde de agua fría, con lo abrumadores que se habían vuelto los días últimamente lo había dado por olvidado.

Como ya había asimilado el choque, su mente estaba más despejada y, como Enzo no rondaba cerca suyo, estaba a solas con sus pensamientos. Casi tuvo un hijo. Aunque no era sólo un hijo al azar, era suyo, su sangre, era el fruto del amor que solía habitar entre él y su alma gemela.

Le costaba admitir que no quería reproducirse, que nunca le hizo ilusión lidiar con un niño hasta que este cumpliera dieciocho y que la paternidad nunca estuvo en sus planes de vida. Pero claro está, arruinar la esperanza de su mujer era un crimen.
Por un lado, se sentía aliviado de no ser padre a tan temprana edad, pero a qué costo, claro está.

Si nada hubiera salido mal, estaría disfrutando sus vacaciones en algún lugar extranjero junto a esa castaño oscura que tanto le gustaba. Asumía la culpa, también, por haber elegido el primer vuelvo que encontró, sin pensarlo demasiado.

El océano corría suave y la frescura notable del agua parecía llamarlo. ¿Hace cuánto no se hidrataba su piel? Era un buen momento, el calor lo hacía marearse.

No vaciló y se hundió en la orilla sin más, peinando su pelo mojado hacia atrás mientras se sentaba en el suelo. Sumergido hasta el cuello, se dejó llevar por la tranquilidad que lo invadía. No tardó en llenar su mente de pensamientos negativos, extrañando como era su día a día antes de la catástrofe.

𝐊𝐈𝐋𝐈𝐆, matíasxenzo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora