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Día cincuenta y siete, 11:42 am.

Dentro de los planes de Matías estaba dormir hasta las dos de la tarde, o más de ser posible, mas su sueño se vio frustrado cuando Enzo, el hada de la mañana, se levantó rozando las nueve. Quiso ignorarlo, claro, pero la tarea se le hizo complicada cuando oyó la ducha correr, el secador sonar y un sinfín de sonidos que le hicieron pensar que el bullicio era adrede.

——Amaneciste ——le dijo el azabache cuando se dejó ver en el comedor, aún adormilado.

Matías lo ignoró y siguió de largo para sentarse a la mesa. Lo observaba escribir y escribir en su celular, el ruido de las teclas lo estresaba pero no podía darse el lujo de quejarse.

——¿A qué hora vienen? ——indagó.

No le interesaba en realidad, en absoluto. Sólo quería que la atención se desviara a él.

——En un rato, Emiliano me dijo que vienen en camino ——contestó, apartando por escasos segundos el teléfono de enfrente suyo.

——Los gurises se portan bien, ¿no? ¿Los conocés? ——siguió preguntado, prácticamente hablando solo.

——Sí, obvio, son chiquilines re educados.

——Hablás como un viejo, parecés un padre ——se burló el menor, negando con la cabeza.

Enzo dejó el dispositivo a un lado sin bloquearlo con el WhatsApp abierto, permitiéndole a Matías que echara un vistazo como el buen chusma que era. Con su vista de águila (según él) que tanto presumía, alcanzó a leer uno que otro chat al azar: "Ma", "Emi Paysandú", "Fani trabajo", "Mati trinchera en guerra". Resopló ofendido, nada interesante.

——No sé vos ——iba diciendo el azabache sin ser escuchado.

——¿El qué?

——Que yo quiero tener un nene o dos, siempre quise ——empezó de vuelta.

——¡Qué te digo! La tenés difícil...

Por más de que haya sido una broma la expresión del Vogrincic se volvió tan plana como indescifrable, miró a Matías en silencio por unos segundos y no contestó nada. Tenía un «vos más» atorado en la garganta.

Día cincuenta y siete, 12:04 pm.

El timbre sonó sutilmente seguido de unos golpes débiles en la puerta y murmullos de distintas voces.

——¡Voy! ——gritó Enzo desde la cocina, el morocho oía desde la sala, entrecerrando los ojos sin estar convencido. Miraba la puerta atento a los pasos de el anfitrión acercándose.

Se asomaron de detrás de la madera un hombre de unos veintipico, un nene se escondía tras él y el otro se adelantaba bastante contento.

——¿Cómo andás, Enzo? ¿Cómo va la movida? ——interrogó el rubio, entrando directo a abrazarlo.

Enseguida se acercaron los dos niños de unos diez años y saludaron de igual manera, uno era notablemente más extrovertido que el otro.

——Mirá, Mati, te hablé de ellos, son Renzo y Sol ——dijo a la vez que se giraba a mirar a Matías, señalando a los dos pequeños que se lo quedaron mirando, incluído su padre.

——Ah, hola gurises ——saludó, casi forzosamente.

Emiliano permaneció parado quieto, con expresión de confusión. Hizo una pausa antes de dirigirse a su amigo.

——¿Él..? ——quiso saber, mirándolo en busca de respuestas pero sin querer sonar descortés.

——Matías, mi novio ——respondió con naturalidad, como si lo tuviera planeado.

Al ser mencionando, el joven abrió la boca con sorpresa de inmediato, cerrándola al instante para disimular. Asintió lentamente, esperando que Enzo lo salvara, aunque seguía tranquilo.

——Hasta que te conozco una relación formal, che ——el invitado rió y le palmeó la espalda ——No la cagués.

Riendo también, se acercó y jaló a Matías, casi arrastrándolo del sillón a la entrada, creía que de lo contrario parecería un antipático.

——Nosotros íbamos a aprovechar para pasar a la casa de su madre, ¿dónde podemos dejar las cosas?

——Eh... no sé cómo piensan dormir ustedes, igual. Conocés mi casa.

——¿Ellos a un cuarto, yo a otro y ustedes en el tuyo? Digo, son novios.

Enzo asintió lentamente viendo desaparecer a Emiliano cargando sus cosas a las habitaciones. No pasó mucho hasta que aseguró volver pronto y se perdió entre las esquinas de la calle.

——¿Tu qué, dijiste? ——murmuró entre dientes Matías apenas cruzaron miradas.

——No entendés, él no te conoce, ni se imagina quien sos.

—¿Y qué?

——Mi madre no sabe que estás viviendo acá, me dijo que lo mejor era tenerte lejos para que sanemos y toda la bobada.

——Ah... ¿vos decís que tiene razón?

——Y no, si no no te hubiera traído.

——No me dejés en vergüenza, Enzo, sólo eso te digo.

Día cincuenta y siete, 22:19 pm.

La mañana fue excelente, la tarde aún mejor. Quizá si alguien se hubiese dignado a atar a Renzo a un poste la experiencia hubiera sido más amena, pero se apreciaba de igual manera. Matías no recordaba la última vez que se sintió tan tranquilo o directamente convivió con gente, tampoco la última vez que había comido sin sentir asco.

No hicieron nada muy interesante, pero se sintió cálido, como si se conocieran de toda la vida. Al principio, Enzo no estaba convencido de que Emiliano llegara a invadir su casa, peor sabiendo como era su huésped y el estado del que acababa de salir.

——Lávense los dientes, gurises ——ordenó el padre, levantándose y apilando su plato con el de los niños. ——Se nos pasó la hora de dormir, descansen.

La pequeña familia se retiró, dejando al par solo. El Vogrincic se encaminó a su cuarto, genuinamente cansado, seguido de cerca. No habían pensado en que tendrían que dormir juntos hasta que ahí estuvieron, lado a lado, se les había desvanecido la costumbre.

——¿Cuánto va a durar esto?

——Una semana me parece ——suspiró el mayor.

Hubo una pausa, Matías entrecerró los ojos un momento con duda, vacilando entre lo que iba a decir.

——Gracias por acogerme.

——¿Con a o sin a?

——Las dos.

𝐊𝐈𝐋𝐈𝐆, matíasxenzo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora