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Día cuarenta y ocho, 9:57 am.

El vuelo de vuelta a Uruguay fue desastroso, precipitado y desesperante. Ahora, llegando a un aeropuerto local, Enzo apenas destensaba sus músculos, dejando de temer el mismo destino. Cuando pisó tierra urbana por fin, fue invadido por médicos y agentes sociales, interrogado y analizado hasta el cansancio. Fue, luego de tanto, carente de la privacidad extrema a la que de alguna forma se había acostumbrado.

Tocó fondo al bajar del avión, donde se le abalanzaron desconocidos y el flash lo encandiló. Ansiosas a unos metros, su medio hermana y su madre. La mujer caminó hacia él, casi corriendo, tratando de mantener la compostura.

——¿Sos vos en serio? ¿Estás bien? ——le agarró la cara con delicadeza, como con medio a quebrarlo, sollozando en voz baja.

Su vida había empezado otra vez, estaba claro. A más de ocho horas de su casa y todavía con entrevistas y exámenes pendientes en la capital, supuso que hospedarse en un hotel de hecho sí era una buena opción, y tomó la sugerencia, sabiendo que su estancia sería paga.

Cuando llegó a su cuarto, se duchó por aproximadamente dos horas y con la mitad del cuerpo aún sin secar se dejó caer en el colchón, sin contar el tiempo por el que estuvo ahí, inmóvil.

Quizá era irónico no querer pisar el exterior luego de más de un mes de abstenerse, pero así se sentía mejor, le bastaba con caminar por el pasillo frente a su habitación y, cuando se detuvo en la puerta de al lado, vaciló antes de golpear. Su vida necesitaba emoción.

——Adelante ——se oyó de adentro.

Pasó con total confianza, cerró la puerta detrás suya y se sentó en la esquina de la cama.

——¿Tu familia no vino?

——Te dije que no tengo, Enzo, aprendé a escuchar.

——¿Cambiaste, puede ser? ——se tapó la cara con la mano, respirando profundo.

——Ah, porque vos me conocés, claro.

——¿Vas a venir a vivir conmigo?

Matías lo mira, se deja caer, y se encoge de hombros.

——Me voy a suicidar.

——¿Por qué? ——mantuvo la calma Enzo, su pierna derecha subía y bajaba para tener sus nervios a raya.

——¿Por qué no, Enzo? ——lo interrumpió, enderezándose y alzando la voz sin hacerlo realmente, hablaba entre dientes.

——Sos joven, no sé.

——Sí, soy joven, pero me llamó mi suegro y me rajó, estoy sin laburo, sin casa porque vivía con Malena y sin un peso partido al medio.

——Te estoy diciendo que vengas conmigo, Matías.

——No te quiero estorbar, ¿entendés?

——No lo hacés, yo no miento. Te prometí que no te iba a dejar solo.

——Ya sé que no mentís, por eso me prometiste eso cuando te pedí que me prometieras que me amás, ¿no signifiqué nada para vos?

Enzo guardó silencio, siendo conciente de que sus palabras, esta vez, si tenían un peso real. No para los demás, como siempre, sino para él.

——Tenés que ser sincero, Matías.

——¡Estoy siendo sincero! ¿No puedo decirte lo que siento? ¿No puedo dudar lo que vos me hiciste sentir?

——Tenés que serte sincero a vos mismo, vos sabés que no dudás.

——Te estoy haciendo una pregunta, Enzo, ¿significó algo lo nuestro?

𝐊𝐈𝐋𝐈𝐆, matíasxenzo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora