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El pánico se desató entre los familiares, que habían salido de los escondrijos en los que se habían resguardado. Todos aquellos jóvenes tapizaban la tierra, perdidos en un sitio muy lejano al que nadie lograría acceder. Tila se acercó con paso decidido a un chico de pelo claro que tras derrumbarse había esparcido el contenido de su zurrón en el suelo. Estaba lleno de aquellos frutos. En ese instante, entre el terror y la incertidumbre, se hizo paso una niña de no más de trece años llamada Viva, que había comenzado hacía poco tiempo su estudio entre los recolectores. Su labio inferior se quebró dando paso a una corriente de lágrimas, mientras gritaba afectada que ella había tenido la culpa de todo. Y es que, según sus confesiones, había sido la encargada de plantar aquellos árboles desconocidos por petición del mismo bosque:

— Él fue quien me habló en sueños, me dijo que si plantaba las semillas nos haría ganar la batalla contra los Rocosos. Fui yo quien hice ese dibujo en el libro de herbología para haceros confiar de sus frutos. Sin su ayuda no podríamos haber ganado. — la niña era la hermana pequeña de aquel muchacho rubio que permanecía con la mirada fija. — No estábamos preparados, tenía miedo de que Trel muriera.

Aquella revelación contaba con una trascendencia mayor a los aparentes delirios de una preadolescente. Los jóvenes de su poblado estaban en una especie de trance y Viva afirmaba que el tan querido Bosque de los Fresnos en realidad albergaba un ente en su interior. 

Un espíritu como el del mar del Norte. Con rapidez, transportaron a los afectados a una zona segura y la anciana rogó reunirse a solas con la niña justo después de encargar a los recolectores de que se deshicieran de las frutas violáceas. Tila la llevó a la biblioteca con creciente preocupación:

— Si es verdad lo que dices, tienes que contarme todo lo que sabes cuanto antes.

Entre sollozos explicó cómo al colocar cada noche unas semillas de fresno común debajo de su almohada, soñaba con aquel ser del bosque y a la mañana siguiente estaban listas para ser plantadas. Tila comprendió que aquella sería la única manera de ponerse en contacto con él y que no perdería nada por intentarlo. Tomó un puñado de semillas de fresno y con decisión intentó dormir en el pequeño camastro de su cabaña. Al principio le costó entrever y tener una memoria clara para recordar lo que iba a contarle el bosque. Al contrario de lo que Viva le había advertido, en esa ocasión aquella criatura efímera no empleó sus dotes manipuladoras con ella, sino que se limitó a mantener una simple conversación:

— Tus jóvenes ganaron la batalla, gracias a mi ayuda.

Era una voz con rasgos masculinos y algo áspera.

— ¿Qué quieres de ellos? — Tila tuvo que mantenerse firme porque aunque estuviera soñando, juraba que le temblaban las rodillas.

— ¿No te contó todo la niña? Ella fue quien me llamó. Le advertí que yo no soy un mago que cumple deseos, siempre acabo exigiendo lo que es mío tarde o temprano.

La anciana empezó a tener una opresión en el pecho; estaba contra la espada y la pared.

— ¿Qué quieres? — repitió.

— Un cuarto de tus jóvenes, su hálito de vida.

Tila se resistió, se daba cuenta de que todo había sido un juego sucio. Viva había sido engañada hasta el punto de que el ente la tenía comiendo de su mano. Había hecho dormir a todos los muchachos porque era consciente de que iba a recibir un beneficio a raíz de aquel chantaje. Ella no iba a ceder tan fácilmente, nada le garantizaba que no iba a timarla de nuevo:

— No hay trato.

En ese momento, Tila se incorporó de golpe porque Viva la había despertado con una mueca eufórica.

— ¡Se han despertado, se han despertado! 

El trance de la juventud (Continuación de Historias de tabernas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora