Capítulo 1

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Marzo es un mes caluroso, continúa azotándome con ráfagas de viento que me congelan los frágiles dedos. El entumecimiento en las yemas es insufrible, así que he tratado de utilizar un par de guantes que mantengan mi temperatura alta, como en los días que recojo a Katie de la escuela.

En esas mañanas me obligo a estar de pie junto a las demás madres y es incómodo. 

Siento la intensidad de esas miradas de reojo, me recuerda a lo que yo mismo suelo hacer: las pupilas investigan al sujeto, de pies a cabeza, reuniendo información sobre su cabello, ojos, su prominente mandíbula o la bolsa que utiliza. Luego, comparten entre ellas lo adquirido y se ríen sin medida.

Hay muchos padres, aunque soy el único que atrae su atención.

La profesora se toma su tiempo para caminar con la docena de niños que tiene a su cargo. Les sostiene las delicadas manos a los dos chicos del frente, quienes se notan entusiasmados, mientras dan pequeños saltos hacia la salida. 

Katie es la más alta de su grupo, por lo que va de última en la fila.

Desde mi lugar observo su gran sonrisa, a la que le faltan dos piezas frontales y un colmillo. Por lo que veo, ha perdido otro en esta semana. Ha estado recolectando todos sus dientes de leche para "engañar" al ratón y que le deje una rebosante carga de billetes en una sola noche.

Los niños se marchan con sus padres, entre ellos, Katie corre a abrazarme con intensidad, se enrolla en mi torso. Al estrecharla en mis brazos, coloco mis palmas sobre sus rizos cafés con ternura.

—¡Campeona! —grito con emoción, separándonos para levantar un puño en el aire.

—¡Papá! —responde al fijar su atención en mí.

Sé que es feliz, porque me lo ha dicho miles de veces. Katie me relata que los lunes sueña con el dulce que nos comeremos a la tarde siguiente, lo que me hace preguntarme a quién ama más. Adora el sabor a naranja holandesa, siempre se llena el rostro de él y, al terminar, niega haber derramado una gota. No le revelamos a su madre estas actividades, ella insiste en que el azúcar es mala.

—¿Lista? ¡Vamos! Se nos hará tarde. —Agarro su antebrazo para emprender una veloz carrera hacia mi auto—. ¡Ah! ¡Te crees más rápida!

Mis zapatos cafés pisan el asfalto con vigor, al lado de sus tenis rosa que desprenden luces de varios colores.

Katie obtuvo mis hoyuelos y no duda en mostrarlos cada vez que puede. 

Cuando noto la forma en la que sus iris se iluminan o la manera en la que arruga la nariz al mentir, pienso que todo lo que hemos pasado ha valido la pena.

Diana y yo nos separamos durante su embarazo, pues eran demasiados problemas. Ha sido complicado explicarle a Katie por qué no estamos casados como los padres de sus compañeros. Al vivir en una zona familiar tradicional, se agrava aún más su percepción. No obstante, ha funcionado que mi exesposa posea la custodia de miércoles a lunes. Somos muy conflictivos e incompatibles; lo que no es ideal. 

El acuerdo es perfecto y los martes recargan mi cuerpo de energía para lo estresante que resultan mis semanas.

—¡Cuidado, papá! —exclama Katie abriendo sus pupilas y apagando su sonrisa.

Sus palabras no alcanzaron mi caída; apenas ojeo su expresión por un segundo, ya que mi rostro aporrea con brusquedad el suelo negro. Me quejo raspando mi garganta, emitiendo sutiles chirridos; percibo una confusión momentánea que se aclara casi de inmediato.

Siento mi cara adormecida por un instante, de seguro, me ha quedado una marca en la mejilla derecha. Sello mis párpados para calmarme y me incorporo. Mi hija se acerca lanzando preguntas que me cuesta asimilar. Lo primero que hago es revisarla; por fortuna, está ilesa.

LAS PALABRAS DE JHON [ONC]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora