Capítulo 5

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Lola Gutiérrez

Emanuel entra en cuanto pego el grito por el agua hirviendo en mi mano —que, insisto, no tengo la menor idea de cómo terminó ahí, pero se nota que no salía café de esa máquina horrible— y no tarda en correr hacia mí, como en un k-drama donde... ¡Basta, esto no es un k-drama, aparte mi mano arde!

Sollozo lo más suave posible mientras él me dice miles de cosas. «Tonta, mirá lo que te hacés» «Me fui solo unos pocos minutos» «¿Cómo no me dijiste que no sabías hacer café?» y muchas cosas más acompañadas de un chasquido de lengua, al igual que hacía mi mamá. Él la imitaba bastante seguido y ahora noto que lo sigue haciendo.

Por lo menos su tacto es cálido y no me siento tan atormentada cuando le baja el volumen a la música. No se ve tan cruel cuando está arrodillado delante de mí y curándome la mano con gasa, como si hubiera sido una herida horrible, pero solo fue una quemadura leve. Mi lloriqueo no venía por ese lado, aunque prefiero tragarme mi orgullo para no decir nada.

—Ya está... Dios, no me vayas a denunciar, eh.

—¿Por qué?

—¡Por negligencia laboral!

—Sí que estás obsesionado aún con las leyes.

—Me obsesiona cuidar a mis trabajadores —murmulla y hasta me suena un poco divertido, pero me contengo la risa, porque él no es Matías. Este hombre es mi jefe.

Cuando me termina de curar, me dice que me deja libre el día. Yo me niego. Cuando vuelve a decírmelo, me vuelvo a negar. No voy a permitir que este hombre pueda llegar a demandarme luego por hacer esto de mandarme temprano a casa. No, en lo absoluto, yo me quedo. No voy a caer en su trampa.

Aunque no hablamos mucho durante todo el día. Yo le llevo los batidos que me pide, la ensalada que me encarga, el bife que le acompaña y el otro batido de la tarde —ya no quiere tomar café, dijo—. En el recorrido hablo poco con Humberto, pero algo es algo. Y, además, me deja más tranquila saber que hay alguien simpático en este lugar, porque puedo jurar que cuando llego a ver a Jessica, ella desvía la mirada de mí como si fuera un monstro.

Me dan ganas de preguntarle a Emanuel por qué hace eso, pero se ve muy concentrado en unos gráficos que no entiendo y a mí me deja libre, leyendo manuales breves de comportamiento. Es evidente que no tiene ni la más mínima intención de explicarme o de ponerme una profesora para que me explique nada de esto. Igual, no es como si fuera un primate incivilizado, pero si alguien más me ayudara a entender esto, no me molestaría.

Me aburro un poco de uno de los manuales, ya que estaban explicando cómo usar los cubiertos y es tan inimaginable que Emanuel me siente en una mesa de negocios que simplemente opto por cerrar eso y mirarlo un rato desde el sofá que me ha traído por lo de la mano —sí, como si me faltara una pierna—.

Él tiene una expresión muy concentrada, apretando los labios, tecleando en la computadora, dibujando sobre los gráficos y entreabriendo los labios. ¿Tendrá novia? Se ve bastante concentrado como para notar que su celular vibra tanto. Supongo que tampoco es como si tuviera mucho tiempo para esa pobre chica. Antes era atento, ahora lo dudo.

Pero tengo que admitir que se ve bastante lindo desde este ángulo. Casi desde cualquier ángulo. Y sus ojos verdes se iluminan cuando parece encontrarle la vuelta a eso que está haciendo. Saca otros papeles. Intento mirar de qué se tratan y parecen una especie de ¿camisetas? Bueno, sí, esta es una empresa de moda, pero esa se ve bien deportiva. Creí que Aurora no estaba metida en ese aspecto, pero me encuentro un poco desconcertada mirándolo, quizás, con mucha atención.

—Nunca aprendiste a ser disimulada, ¿no? —alza la vista hacia mí y me quedo de piedra durante unos segundos.

—No es eso... Solo... Ya leí todo. Estaba esperando que me hicieras hacer algo más.

Las ocurrencias del diseño | ONC2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora