Epílogo

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Fue un instante de distracción. Con la emoción de los fuegos artificiales y sus pequeños saltos, Samuel no se percató de que la esfera de cristal se resbalaba de sus brazos. Demasiado tarde fue cuando lo noto, el estruendo del cristal rompiéndose en el suelo cubierto de nieve y el llanto del pequeño, que suplicaba perdón entre hipos y lágrimas.

—¡Fue sin querer! —lloraba, corriendo a abrazar a su abuela que miraba el lugar fijamente—. Perdón, perdón abuelita, lo siento mucho —sollozaba obligando a la mujer a abrazarlo de vuelta. Despegó la mirada del accidente y la posó en el menor, sintiendo la humedad bajar por sus mejillas, cayendo por su barbilla hasta derramarse por la melena del menor.

Un dolor intenso azotó su corazón, había perdido la última prueba de que Catrina aún seguía con ella en ese mundo. Le dolía tanto pero era incapaz de sentir rabia contra su nieto. Sintió compasión por el niño que suplicaba y la culpa que ahora adornaba sus jóvenes hombros. Deslizó su mano por la espalda de Samuel, que se sacudía en pequeños espasmos mientras lloraban juntos.

—Está bien —hipo—, está bien —murmuraba con precaución en sus oídos.

No eran los únicos que lloraban, por consecuencia del llanto de su gemelo, Tyler sollozaba aferrado a su madre. Amanda se mantenía en silencio, acercándose para abrazar a su abuelo que parecía inmerso en un silencio sepulcral.

En su mente no había nada, una pequeña sensación de alivio y paz se escondía en la tristeza y dolor que lo llenaban al ver la escena. Quizás ya había llegado la hora de despedirse por completo de su amigo. Había pensado, pasando los dedos por el cabello despeinado de la pequeña. Nicolás negó lentamente y buscó a su esposa, tomando de la mano a su nieta. Fueron pasos vacíos los que dio hasta llegar a Mónica y Samuel.

—Perdón —volvió a musitar el menor, sorbiendo los mocos con un sonido chistoso que robo una pequeña sonrisa al anciano.

—No pasa nada, Sam —lo consoló pasando su áspera mano por su cabello castaño—, era algo que tenía que pasar. Tarde o temprano íbamos a tener que decirles adiós.

La mujer le dio espacio al menor y se acercó a su esposo, dejando caer su rostro contra su pecho, comprendiendo lo que trataba de decir. En silencio, controlando el llanto, alzó una plegaria en nombre de Catrina, pidiendo que, sea donde sea que esté, se encontrará bien y en paz.

Los minutos pasaron, un duelo se instaló en el núcleo de la familia, el estruendo de los fuegos artificiales fue disminuyendo, las lágrimas se secaron con dificultad y la familia se agrupó. La pareja sabía que no era momento de llorar, no con su familia cerca.

La hija de la pareja pudo notar que necesitaban un momento a solas, así que sutilmente comenzó a llevar a los niños adentro, nuevamente al calor de la casa.

Antes de irse, Samuel besó la mejilla de su abuela, la cuál secó sus lágrimas, dejándolo partir al interior de su hogar.

Esperaron a que los niños ya no estuvieran para dejar entrar la tristeza con mayor fuerza e intensidad. Las piernas de la mujer se debilitaron, y si no fuera por los brazos de su esposo, se hubiera caído al suelo.

—No fue su culpa —susurró en voz baja Mónica.

—Lo sé —suspiro —Creo que era hora de decir adiós.

—Voy a extrañar tenerlos en casa.

En ese abrazo la pareja los dejo ir. Soltando los restos que mantenían aferrados en sus corazones y eso, les dio la libertad para abandonar la prisión de cristal.

Sin percatarse de que el aire a su alrededor comenzaba a entibiar, su fuerza iba aumentando lentamente y la magia surgía entre los huecos de la noche. La pareja mantuvo la cabeza a gachas.

El último baileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora