Tercera parte La bendición de Adis

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Estaba tan incómoda y tensa en los brazos de William que sentía una opresión en su pecho, la sensación de que estar en sus brazos era algo incorrecto.

Quería mucho a su amigo pero no era alguien al que veía con sentimientos románticos y él parecía no comprenderlo ni respetar sus emociones.

Trato de contener un suspiro de resignación. No había tenido forma de evitarlo, había sido arrastrada a la pista y el hombre la mantenía ahí, demasiado pegada a él de una forma que no le gustaba para nada.

A pesar de que conocía a William desde niña, era la primera vez que se sentía de esa forma a su alrededor. Algo en ella le decía que eran los brazos de otro hombre los que deberían sujetarla de esa forma tan privada.

Formó una mueca con sus labios apretados que rápidamente se transformó en una sonrisa fingida cuando él la hizo girar.

Cuando William se acercó de forma insistente y con aires de soberbia, presionando de forma obvia a Catrina y para nada decorosa, ni siquiera le había preguntado, sino ordenado que bailarían juntos la próxima pieza.

Acepto la invitación, no porque quisiera sino por la presión impuesta de manera disimulada en los ojos de su amiga, que la miraban fijamente y con insistencia y de la amistad la unía al hombre.

Se arrepentía, quería volver a su rincón, beber champagne hasta sentirse mareada y volver a casa con su hermano.

Se sentía presionada, la mirada de los demás invitados sobre ella, la sonrisa alentadora de Mónica, el recuerdo de su tía grabado en su mente, todo la estaba asfixiando. Todo.

Es William, tu amigo, lo conoces Cati, es muy descortés negarse a bailar con él. Solo es una pieza. No te va a pedir matrimonio.

Más, sin darse cuenta, una pieza se había vuelto dos, si no lograba escabullirse pronto serían tres y no podía soportarlo. Odiaba estar en el centro de atención, y eso era lo que estaba sucediendo.

Lo odiaba, con todo su ser. Odiaba los ojos criticones que se clavaban sobre ella, en las críticas silenciosas que no escucharía hasta que llegase a casa y que su tía le repetiría.

La música acabó y William la había retenido cuando la siguiente pieza inició, pidiéndole una más.

Había sido un duelo de miradas, pero cuánto más tiempo miraba ese par de ojos azules más sentía que cedía a sus deseos. No le gustaba para nada esa sensación de vulnerabilidad que la invadía, como si sus músculos tensos fueran obligados a relajarse en contra su voluntad, como una niebla expresa volvía pesada su mente y la hacía confundir.

Catrina esperaba ansiosa a que la música se detuviera nuevamente para poder tratar de volver a huir, está vez lo lograría, no miraría sus ojos y si era necesario le daría un pisotón.

Basta de ser la dulce dama que seguís las órdenes como un mendigo al pan. Últimamente estaba rozando su límite.

Daba vueltas y vueltas hasta que la música concluyó. Cuando la última nota se escuchó, soltó su agarre del hombro de William, sonriendo con la dulzura más falsa existente y sin mirarlo a los ojos se separó. Los labios del hombre se apretaron al ver cómo Catrina imponía distancia, se encontraba desesperado por tener su cuerpo presionado contra el suyo nuevamente.

—¿No me concedes otro baile? —preguntó con la voz ronca, arrastrando las palabras, acercándose a ella con una lentitud aterradora.

—En otra oportunidad, William, por el momento deseo pasar la velada en compañía de mi amiga —se disculpó y lentamente comenzó a abandonar la pista de baile.

El último baileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora