Sexta parte La prisión de cristal

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Cuando el dios se presentó ante Catrina no solo la cuestionó, sino que le ofreció un trato. Un acuerdo entre ambos, de sangre y magia que la dama no estaba en condiciones de rechazar.

El dios miró a la humana, sus ojos vidriosos por las lágrimas, el hilo en su pecho tensado a un nivel que a Adis le disgustó. Él había cosido eso con amor y magia para que uniera sus almas pero el hechizo del brujo estaba rompiendo lentamente lo que con tanto cuidado había creado.

Así que con molestia, la miro. Ardiendo en rabia que no le corresponde a Catrina pagar la rodeo, como un viento cálido y que estimuló la piedra en su pecho.

—Lo que tiene que pasar no se puede evitar, más, si se puede trucar. ¿Aceptas mi ayuda, joven dama?

Catrina tenía la vista en el dios, los labios le temblaban, la espalda sentía el frío del suelo y temía con su vida lo que podría suceder, lo que empezaba a sentir. Por eso cuando el calor del dios la envolvió, las lágrimas dejó ir y en paz se sintió.

—Acepto —susurro.

—¿Sin conocer las condiciones? —admiro el dios y su rabia se apaciguó, siendo cegada por la admiración que experimentó— Eres muy valiente.

De esa forma se selló el trato.

Cuando todo explotó, Andrés aún peleaba con el brujo. Cuando ella lo abrazó y el rayo los envolvió algo más pasó.

No fue solo eso lo que los cubrió, sino una fina capa de magia ancestral lo que salvó a la pareja.

La conmoción del momento pasó y un silencio atroz llenó el jardín. Ella cerró las manos sobre la chaqueta de Andrés, escondiendo el rostro en su espalda, trataba de contener la respiración. Estaba aterrada y terriblemente agitada.

Lentamente comenzó a abrir los ojos nuevamente y Andrés se encontró con la quietud del silencio. El murmullo de la fiesta ya no estaba. William tampoco. No quedaba rastro de la magia que había golpeado su pecho con tanta ferocidad.

Sintió el cuerpo tembloroso detrás suyo y rápidamente se giró a verla.

Catrina levantó los ojos y sus miradas se encontraron como al comienzo de la noche.

Tenía las mejillas sonrojadas por el frío que le golpeaba. Los ojos brillosos por las lágrimas y los labios, esos benditos labios temblaban de forma imparable.

—Carajo, hermosa —en un rápido movimiento se sacó su chaqueta y la posó en sus hombros que se sacudían con violencia. Dejando caer sus manos sobre estos, los masajeó y se inclinó hacia sus labios. Con preocupación recorrió cada uno de sus rasgos, buscando alguna herida—. ¿Estás bien?

Sin ser capaz de contenerse rodeo el cuello del hombre, encerrándolo entre sus brazos y lanzando todo su cuerpo contra el suyo tratando de controlar el sollozo que se escapó de sus labios. La chaqueta resbaló de sus hombros cayendo al suelo pero no importó.

—Andrés —masculló con el rostro escondido en la curva de su cuello. Él no tardó en cerrar sus brazos alrededor de su estrecha cintura, inhalando su aroma—. Pensé que te estaba perdiendo. Que te perdería cuando recién logro encontrarte.

—Hermosa —susurro besando su coronilla—, tuve tanto miedo de que te lastimara —pasó una mano por la cabellera oscura de su amada, sintiendo lo sedoso de su cabello enredarse entre sus dedos—. Me sentí tan inútil cuando lo vi encima tuyo sin ser capaz de poder protegerte.

—Estoy bien —dijo y dejó caer las lágrimas por sus mejillas, humedeciendo la camisa del hombre—. Estoy a salvo contigo.

Cuidadosamente Andrés dejó caer un beso en su cabello.

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