Mi padre, el fantasma

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     No suelo hablar de mi padre. Normalmente hablo de mi madre, pero no es que toda la culpa la tenga mi madre y mi padre sea un santo; todo lo contrario, mi padre es quien más daño emocional me ha hecho. Al menos, mi madre lo intenta aunque no le funcione.
     No suelo hablar de mi padre porque realmente no me importa en lo absoluto. Ha sido tanta su ausencia que su sola existencia me incomoda.
     No suelo hablar de mi padre porque en mi silencio se oculta toda una historia de desilusión y abandono que prefiero dejar en el olvido.
     No suelo hablar de mi padre porque cuando lo hago me da rabia ser su descendencia. Cada palabra sobre él es como rasgar una vieja herida que nunca sanará por completo.
     No suelo hablar de mi padre porque olía pensar que iba a cambiar, pero ahora su nombre es un eco vacío en mi mente, un recordatorio constante de lo que nunca fue y nunca será.
     No suelo hablar de mi padre porque crecí entre las espinas de sus palabras que dejaban una marca dolorosa en mi alma y una crítica resonante en mi mente.
     No suelo hablar de mi padre a pesar de que fue él quien me enseñó que el dolor era una debilidad, que llorara era de cobardes, que sentir era estúpido, que querer soñar era una pérdida de tiempo.
     No suelo hablar de mi padre porque crecí buscando en vano una conexión emocional con él, pero su ausencia era tan palpable como el aire que respiraba.
     No suelo hablar de mi padre porque nunca entiende que algo no me gusta, que algo me molesta, que yo también tengo sentimientos, que yo no soy de piedra.


Lo que nunca dije y nunca diréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora