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Las luces de neón titilaban en el oscuro horizonte de Seúl mientras Lee Minho se abría paso entre la marea de cuerpos que llenaban las estrechas aceras. El aire estaba impregnado con el aroma de la comida callejera y el sonido constante de las conversaciones y el tráfico creaba una sinfonía caótica a su alrededor.

Lee Minho ajustó el nudo de su corbata con un gesto rápido y continuó su marcha decidida hacia la imponente torre de vidrio que se alzaba en el horizonte. Cada paso lo acercaba más a su destino, a la jaula dorada que representaba su carrera en la empresa de tecnología más grande de la ciudad.

El ruido ensordecedor de los automóviles y las motocicletas competía con el constante zumbido de las conversaciones telefónicas y el tintineo de los dispositivos electrónicos. Era un mundo de concreto y acero, donde el éxito se medía en cifras y el poder se ganaba en reuniones a puerta cerrada.

Para Lee Minho, este era su territorio, el campo de batalla donde luchaba cada día por alcanzar sus sueños y ascender en la jerarquía corporativa. Pero mientras avanzaba por las calles iluminadas por los letreros de neón, una sensación de vacío lo invadía, un anhelo indefinible de algo más allá de las brillantes fachadas y los brillantes escaparates.

En el corazón de la jungla urbana, Lee Minho se sentía como un pez en un estanque, luchando por sobrevivir en un entorno hostil y competitivo. Y en lo más profundo de su ser, anhelaba encontrar un propósito que trascendiera las metas materiales y el éxito superficial que tanto perseguía

(...)

El sol comenzaba a despuntar sobre las colinas verdes y los campos dorados del tranquilo pueblo rural en la provincia de Gyeongsang. Han Jisung se despertó al suave murmullo del viento entre los árboles y al canto melodioso de los pájaros que anunciaban el nuevo día. La luz filtrada a través de las cortinas de su modesta habitación de madera, pintando patrones de sombras en las paredes blancas.

Con un suspiro de satisfacción, Han Jisung se levantó de la cama y se estiró, sintiendo la fresca brisa matutina acariciar su piel. Desde la ventana de su habitación, podía ver los campos de arroz que se extendían hasta donde alcanzaba la vista, una manta verde salpicada de pequeños toques dorados donde el sol comenzaba a brillar.

Se vistió con ropa cómoda y resistente, adecuada para el trabajo en la granja familiar que lo esperaba. Antes de salir de su casa, se detuvo un momento para admirar el paisaje familiar que lo rodeaba: las montañas azules que se alzaban en la distancia, los campos de cultivo que se mecían suavemente con la brisa, y el aire fresco y limpio que llenaba sus pulmones.

Caminó por el sendero de tierra que conducía a los campos, saludando a los vecinos que se encontraba en el camino con una sonrisa amistosa y un gesto de la mano. Para Han Jisung, este era su hogar, un lugar de paz y serenidad donde podía sentirse en armonía con la naturaleza y la tierra que lo rodeaba.

Mientras se adentraba en los campos de arroz, Han Jisung se sumergía en la rutina familiar del trabajo en la granja, un mundo alejado del bullicio y la agitación de la vida urbana. Y en la tranquilidad de la mañana, encontraba una sensación de calma y plenitud que no cambiaría por nada en el mundo.

(...)

El ascensor se detuvo con un suave ding y las puertas se abrieron para revelar el bullicio frenético del piso ejecutivo de la sede de la empresa. Lee Minho emergió del ascensor con paso firme, su mirada fija en el objetivo mientras se abría camino entre los empleados que corrían de un lado a otro.

Se detuvo frente a la puerta de cristal grabada con el nombre de su jefe y, con un rápido golpe en la puerta, entró en la oficina. El interior era una imagen de eficiencia y autoridad, con una gran mesa de caoba en el centro y una pared cubierta de diplomas y premios.

Destinos Entrelazados  *Minsung*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora