III: Contre la mission.

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Caelum ruat merentibus.

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La mañana se había vuelto un caos, desde los primeros rayos el castillo había explotado en susurros indiscretos ante las acciones de su rey el día anterior. La situación se había dado a conocer gracias a un soldado inoportuno que no pudo mantener sus labios sellados como se le había sido ordenado.

Ahora, la mayoría de nobles estaban enviando cartas expresando su descontento de la cercanía que el rey tenía con la desconocida e incluso visitas pidiendo que les diera una razón valida para mantener aquella chica bajo su protección.

Balduino había tenido que hacerse cargo, argumentando que les daría una respuesta adecuada pronto, pues no sentía en sus fuerzas el revelar la identidad de la santa si es que ella no estaba de acuerdo. Debía reunirse con ella en cuanto despertara y poder saber su opinión, solucionar ese asunto tan pronto como fuese posible.

Angèle se encontraba aún descansando, su cuerpo se encontraba recuperado pero sus pensamientos aún se encontraban tratando de captar la situación en la que se encontraba actualmente. Debía darse prisa en cumplir la misión que se le había encomendado, no debía retrasarse más.

Debía reunirse con Balduino y poder aclarar todo, y de ser posible, curarlo a él.

Si bien era cierto que eso alteraría la historia que ella conocía, también lo era que Balduino era el único que podría darle a Jerusalén el futuro que era debido. Lo único que le había impedido seguir con su reinado justo fue la lepra, la enfermedad considerada el castigo de Dios.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando la puerta de aquella habitación fue tocada de manera firme pero delicada, llamando su atención de inmediato. Sin siquiera permitirle hablar, una chica vestida con vestido simple entró. No parecía ser mucho mayor que ella, y su rostro estaba adornado con una mirada de desprecio y sonrisa falsa, mientras en sus manos cargaba una tela azul doblada.

— He venido a levantarte, señorita. Debes abandonar los aposentos de su majestad para poder limpiar como es debido. — Dejando la tela sobre la cama, dando a conocer que era un vestidos imple. — Ponte ese vestido y márchate, terminaste tu labor de la noche.

Grosera y altanera, corriéndola mientras la confundía con una mujer que solo había complacido al rey como una mujerzuela. Angèle estaba molesta, mientras se levantaba de la cama y caminaba hasta estar frente a la chica.

— ¿Cuál es tu nombre, mujer? — Cuestionó, mirándola de manera fría sin llegar a ser grosera con sus palabras.

— No es algo que alguien como tú necesite saber, solo me han ordenado traerte esto para que te puedas largar. Date prisa y márchate antes de que mande a los guardias de su majestad para que te saquen arrastrando. — Responde, cruzando los brazos bajo su pecho mientras esa mirada de desprecio no se iba.

— Quisiera ver a su majestad o al conde Tiberias.

— ¡Ja! ¿Te piensas que por haber satisfecho a su majestad ahora puedes hacer lo que quieras? Te he dicho que te marches. ¡Ahora antes de que decida arrojarte a la calle desnuda! Tal y como haz entrado al castillo. — Con fuerza, sujetó la muñeca de Angèle haciéndola soltar un quejido.

𝗦𝗘𝗠𝗣𝗜𝗧𝗘𝗥𝗡𝗢. - Balduino IV.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora