VIII: Un miracle.

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Tal vez había sido por el estrés al que se sometía cada día al ser un gobernante, quizás los últimos acontecimientos lo arrinconaron hasta agotarlo; El hecho era que el rey Balduino había tenido una recaída por su delicada salud a causa de su enfermedad.

Fue por la madrugada que los médicos habían corrido por los pasillos del castillo en busca de ayudar al rey mientras este sufría un colapso doloroso en sus aposentos.

La noticia de su malestar se había extendido a los nobles, y como siempre hacían cada vez que ocurría algo así, se encargaban de acechar como buitres en espera de su deceso y nombraran al nuevo gobernante de Jerusalén y así poder actuar como chupamedias.

Angele había sido alertada por el mismo Tiberias minutos después de que los médicos entraran a los aposentos de su majestad para comenzar a tratarlo antes de que el dolor fuese aun más insoportable para él.

Se le había negado la entrada al no ser médica y peor aún, no ser siquiera un noble.

A pesar de ser respaldada por Tiberias, los médicos no se dieron por vencidos hasta dejarlos a ambos fuera de los aposentos, argumentando que ellos solo retrasarían el tratamiento que de alta urgencia.

Angele se sintió inútil e impotente, se supone que Dios le había otorgado el poder para poder  sanar a su majestad y ella simplemente fue dejada de lado por su estatus social, pues lo cierto era que a pesar de ser una invitada de su majestad, no era una noble.

Tiberias le hizo compañía fuera de la habitación, en espera de que algún médico le diera razón de la salud de Balduino. Cualquier cosa era válida, pero necesitaba saber cómo se encontraba el hombre.

— Debe calmarse, santa. —La voz de Tiberias se escuchaba claramente en la soledad de los pasillos, pues nadie más que ellos se encontraban en la espera de noticias de la salud de Balduino.

Ni un rastro era visible siquiera de Inés o Sybilla. Seguramente irían por la mañana, fingiendo estar preocupadas o con lágrimas de cocodrilo diciendo haber estado como Tiberias y Angele se encontraban.

— Me pide algo que no puedo hacer, conde Tiberias. ¿Cómo podría estar tranquila cuando no puedo  ayudar a mi rey? —Su voz sonaba tan quebrada ante sus ganas retenidas de llorar. La preocupación fue visible para el hombre en el rostro de la pelirroja.

— Debemos tener fe, santa. Confiemos en la fortaleza del rey, y la misericordia de Dios para su alma herida... — Tiberias no era una persona que pudiese dar consuelo, fue criado de una manera demasiado dura como para actuar con demasiada amabilidad. Pero no podía dejar que la chica que tanto él como su señor querían proteger de todo mal.

Angele no se vio capaz de responderle, las palabras se atoraban en su garganta como un nudo interminable que la asfixiaba de a poco. Solo pudo atenerse a cerrar sus ojos mientras suplicaba en voz baja a su padre celestial por la sanación de aquel hombre que deseaba con todas sus fuerzas el bien de la gente de Jerusalén antes que el suyo propio.


"Padre mío que al mundo me ha traído, suplico tu ayuda para el hombre en quien más confío. Muéstrale tu gracia  y bondad, mi señor, te lo suplico. No te lleves a alguien de tan noble corazón a tu lado, permíteme sanarlo del dolor que lo ha perseguido aún siendo un pobre niño. Te lo ruego mi señor, solo dale la oportunidad de vivir."

𝗦𝗘𝗠𝗣𝗜𝗧𝗘𝗥𝗡𝗢. - Balduino IV.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora