X: Aimer le Fils de Dieu.

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Diez días.

Habían pasado diez días desde el exilio de la madre del rey, Angele había sido testigo del sufrimiento por el que Balduino estaba pasando. No se atrevía a dejarlo solo, pues ella era consciente del apoyo que el rey necesitaba para no dejarse caer por el dolor que se encontraba experimentando.

Tiberias se había abstenido de sacar a flote la conversación, dejando que la pelirroja fuese su soporte como las demás veces lo había hecho. Sentía que la chica era todo lo que su rey necesitaba para sentirse seguro y en paz. Mientras que él se encargaría de seguir evitando que los nobles quisieran presentarse para perturbar el descanso del rey tras ser anunciados de la salud recuperada de su majestad.

Ahora, ambos compartiendo el tiempo mientras su majestad se encontraba completando documentos importantes y la pelirroja le ayudaba con sus pocos conocimientos, disfrutaban de la compañía y cercanía del otro.

Angele había podido recuperar sus fuerzas después de usar el poder divino de Dios, tras descansar adecuadamente a petición de Balduino. El rey se sentía responsable de la perdida de fuerzas de la chica, pues por haberle ayudado con su enfermedad y soportar las actitudes de su madre ella tuvo que pasar dos días enteros en descanso en compañía del joven señor.

A pesar de lo horrible que sonara, Angele estaba feliz de que aquella mujer estuviera fuera de la vida de Balduino y quedara con vana palabra en la corte.

Inés solo perturbaría la salud de Balduino, algo que Angele no deseaba. Tenerla fuera del castillo sin oportunidad de regresar era lo mejor que pudo ocurrir. Ahora nadie respaldaría a Guido de Lusignan para que el trono fuera para él.

Angele se encargaría de que todo pecador fuese castigado por la orden de Dios, y estaba decidida a empezar con aquellas personas que ocasionaron la caída de su rey.

— ¿Algo le molesta, santa? — La pregunta de Balduino hizo que Angele bajara el pergamino en sus manos que se encontraba revisando. Su ceño se encontraba fruncido y sin duda alguna era una maravilla de vista para el rey.

— Angele. — Le corrigió, tratando de evitar el tema que carcomía su mente y mirando con ceño aún fruncido al rey. — Usted y yo habíamos acordado algo, majestad. Llámeme por mi nombre.

— Usted sigue llamando por mi título, en todo caso usted tampoco siguió el acuerdo. — Contra atacó el hombre, sonriendo bajo su máscara por el rostro indignado de la pelirroja y la manera en la que se ponía de pie con sus manos en su cadera.

— No quiera usar mis palabras en mi contra, señor. Usted es un rey, no puedo solo llamarlo por su nombre como si nada. — Angele no estaba segura desde cuando se sentía en tanta comodidad y confianza para hablar de tal forma con el rey, pero ninguno de los dos se veía tenso o incómodo por su actuar.

— Este rey le ordena llamarlo por su nombre cuando estemos a solas, santa.

— Esta servidora de Dios le pide que la llame por su nombre entonces, Balduino. 

— Que así sea, Angele. 

Ambas miradas azules no se despegaban, teniendo una suave sonrisa en sus labios al mismo tiempo que sus corazones latían como si miles de corceles estuviesen pisoteando dentro de sus pechos.

𝗦𝗘𝗠𝗣𝗜𝗧𝗘𝗥𝗡𝗢. - Balduino IV.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora