IX: Le bannissement d'une mère et les pleurs d'une âme.

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La mirada de la mujer no se despegaba de la escena que se encontraba frente a ella.

Su respiración se tornó pesada al mismo tiempo que sus manos delicadas se encontraban formando puños hasta que sus nudillos se tornaron blancos por la fuerza que se encontraban reteniendo.

Inés se encontraba observando como la sucia descarada que Balduino había metido al castillo se encontraba al lado de este último, ambos durmiendo mientras sus manos se encontraban enlazadas.

La pelirroja se encontraba sentada en una silla junto a la cama de su majestad, en una posición extraña que le permitía descansar la cabeza en la suavidad del mismo lecho.

— ¿Cómo te atreves, mujer descarada? — El grito colérico de Inés pudo fácilmente escucharse por los pasillos de todo el castillo.

Tan fuerte que logró despertar a las dos personas que se encontraban descansando después de una madrugada agitada.

— ¡Llamen a los guardias y que saquen a esta mujerzuela del castillo! —Enojo, fastidio, rabia. Inés no sabía que era lo que dominaba su cuerpo en ese momento.

— ¡Guarde silencio condesa! — El grito que salió de la garganta de su hijo menor no hizo más que sobresaltar a la mujer. 

Balduino pudo ver como la mirada de su madre se afilaba en su contra, sentándose de manera lenta con ayuda de la pelirroja a su lado.

Angele se encontraba en total silencio, pues el rey era quien decidiría cómo continuar con la situación. Ella sería solo una mera espectadora.

— ¿Cómo puedes alzarle la voz a tu madre? — La santa quiso soltar un insulto, pues era increíble como aquella víbora en cuerpo de mujer se atreviera a hacerse la victima ante la situación que ella misma había creado.

— ¿Cómo se atreve usted a venir a mis aposentos sin siquiera anunciarse? ¿Siquiera se dignó a pedir mi permiso? Que sea mi madre no le atribuye que quiera hacer lo que usted quiera. ¡Soy el rey y debe respetarme! — Balduino se encontraba colérico, dio una mirada a Angele, pidiendo de manera silenciosa que le ayudara a ponerse de pie. 

— Mi rey. — Tiberias se hizo presente detrás de Inés, avergonzado de no haber detenido a la mujer por encontrarse calmando a los nobles que se estaban reuniendo con la intención de saber el estado de salud de su majestad.

Balduino levantó su enguantada mano una vez estuvo de pie y siendo sostenido por Angele, pidiendo a su leal vasallo que guardase silencio. Ellos dos hablarían en otro momento, por supuesto que en presencia Angele quien había sido atacada por las palabras de la desgraciada Inés.

— Responda, condesa. — Ordenó, tras dos minutos en silencio ante la falta de respuesta de la mencionada. — ¿Cómo se atreve a querer por encima de mi autoridad en mi propio castillo? ¿Sabe la clase de ofensa que está cometiendo? 

— ¿Acaso no ves la ofensa que era cualquiera cometió? ¡Estuviste delicado de salud y esta mujer se atrevió a perturbarte! ¡Incluso se atrevió a dormir tocando tu cuerpo! — Se excuso, devolviendo la atención a la pelirroja que mordía su lengua para no maldecir a aquella mujer.

𝗦𝗘𝗠𝗣𝗜𝗧𝗘𝗥𝗡𝗢. - Balduino IV.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora