Samuel
Siempre desde lo de Juan el tono de voz de las personas era compasivo. Sin embargo, no podía dejar de sentir cierta falsedad en sus palabras, me repugnaba que las personas me tuvieran lástima, pero hoy después de tantos años no sentí que las palabras de aquel chico fueran falsas. En sus ojos se reflejaba la misma tristeza que la mía. Él era el único que intentó comprender mi dolor en lugar de ignorarlo como lo hacían mis padres. Nunca me gustaron estos viajes, lo único que quería era ir a visitar a mi amigo. No obstante, mis padres siempre me alejaban de él, era como si intentaran borrar su recuerdo y eso me dolía. Las palabras de aquel chico llamado Javier eran verdad, me rompió hablar así de mi único amigo. Esa noche no pude dormir, no pude dejar de pensar en sus palabras.
Al día siguiente, fui al café donde trabajaba Javier a desayunar. Me senté en una de las mesas de afuera, las personas caminaban tranquilamente por las calles, vi a lo lejos una pareja besándose mientras caminaban y no pude evitar pensar «pobrecitos, ese mismo amor que hoy los lleva al cielo es el mismo que algún día los llevará al infierno»
—¡Hola, Samuel! —dijo Javier mientras se acercaba —Sabía que ibas a venir.
—¿Cómo podrías saber algo así?
—Intuición supongo —entró al café y volvió a salir —es por eso que te traje tus zapatos.
Tomé los zapatos de sus manos y los puse en el suelo, justo a mi lado.
—Gracias.
—De nada, ahora dime ¿Qué vas a pedir?
—Un jugo de mora y un croissant por favor.
—¡En seguida!
Al rato me trajo lo que ordené.
—¿Te molesta si me siento? —preguntó Javier.
—No.
—Dime Samuel ¿Qué te gusta hacer aparte de leer?
—Andar en bicicleta y ver películas.
—¿En serio? —le respondí emocionado —¡Que bien!, Yo nunca aprendí a montar en bicicleta.
—Antes de que sigas —lo miré a los ojos —no creas que tengo algo en tu contra en contra de los demás, simplemente no estoy dispuesto a dejar que otra persona me haga sufrir.
—Te entiendo, estuve pensando ayer sobre lo que me dijiste y tienes razón en parte.
—¿De verdad crees eso?
—Si, de hecho tus palabras me recordaron un libro que leí hace tiempo, había una línea que decía algo parecido pero se diferenciaba un poco —miró el cielo tratando de recordar la cita del libro —ya recordé, decía algo así «Amar es darle a la otra persona el cuchillo que te clavará en el corazón. Sin embargo, ¿De qué sirve tener un corazón sano, un corazón que nunca ha sangrado, un corazón que nunca ha amado? Un corazón que no sangra, es un corazón que no vive», en otras palabras ¿De qué sirve tener un corazón que no ama?
—Tal vez sea cierto —bajé la mirada —pero mi corazón ya ha sangrado mucho, no creo que le quede sangre.
—Siempre hay espacio para el amor, solo debes estar dispuesto a sentirlo.
—Ese es el problema —lo miré a los ojos—el día que Juan murió, yo me juré a mi mismo que nunca iba a permitir que alguien me hiciera sufrir así otra vez.
A lo lejos se escuchaba la voz agitada de una niña que llamaba a Javier, él y yo volteamos hacia dónde provenían esos gritos. De pronto, una niña se abalanzó sobre Javier.
—¡Hola Javi! —le dijo mientras le daba un abrazo —te extrañé mucho.
—Yo también te extrañé mucho Gaby.
De pronto, la niña se percató de mi presencia y mirándome fijamente me reconoció.
—¡Hola! —se acercó para darme un abrazo —¿eres el niño del lago verdad?
—¡Si! —le respondí correspondiendo el abrazo —¿Cómo estás?
—Estoy bien, pero un poco cansada porque me vine corriendo.
—¿Y por qué corrías Gaby? —cuestionó Javier.
—Porque estaba haciendo una carrera con mi hermana a ver quién llegaba al café primero.
—De acuerdo —dijo Javier mientras llevaba a Gaby a dentro —Entonces Luna no debe tardar en llegar.
—Yo quiero quedarme con el niño del lago Javi.
—Pero él está comiendo —le sonrió tiernamente —debes dejar que coma tranquilo.
—No hay problema, si ella se quiere sentar déjala —le respondí.
—¿En serio? —exclamó la niña —que bien ¿Quieres jugar un juego?
—Si —asentí con la cabeza —pero debes tenerme paciencia porque soy malo para los juegos —miré a Javier y añadí —¿puedes traer unos postre para la niña y para nosotros? Yo lo pago.
—Claro.
Javier fue adentro y trajo tres rebanadas de milhojas con arequipe.
—¡Otra vez te gané niño! —exclamó la pequeña con felicidad en sus ojos —¿Jugamos otra vez?
—¡Estás haciendo trampa o por qué siempre me ganas!
—No hago trampa —me replicó riendo —siempre pierdes porque eres muy malo.
Mientras jugábamos una chica se nos acercó.
—¿Qué haces aquí y por qué juegas con mi hermana?
La chica claramente estaba molesta por mi presencia.
—¡Hola, Lu! —la pequeña corrió a abrazar a su hermana —él es mi amigo del lago.
—¡Hola, Gaby! —la chica le correspondió el abrazo —sí ya sé quién es él.
—¡Hola, Luna! —exclamó Javier desde su silla —él estaba comiendo cuando llegó Gaby y quiso jugar con él.
—¡Hola! —le dije mientras me levantaba de la silla —quería pedirte disculpas por lo del lago.
—¿Acaso crees que es así de fácil? —me cuestionó enfadada —¿En serio crees que puedes ofender a las personas y disculparse como si nada?
—Tienes razón —bajé la cabeza —sin embargo, yo cumplí con disculparme por mis actos —la miré a los ojos —ya queda en tus manos si me perdonas o no, aunque para serte sincero no es que me importe mucho si lo haces o no.
—No cabe duda de que eres un arrogante, insensible, insolente y cobarde.
Javier al ver el tono que la conversación estaba tomando llevó a la niña adentro del café con la excusa de que lo ayudara con unos postres.
—Tal parece que la arrogante eres tú porque sacas conclusiones sin conocerme.
—No hace falta que te conozca, tu cara de que no te importa nada, tu tono de voz siempre condescendiente y tú actitud distante son suficientes para saber quién eres.
—¿En serio? —dejé dinero en la mesa y me alejé —entonces si me conoces tanto no tiene sentido seguir discutiendo.
—¡¿Ves?! —se volteó a verme —no eres capaz de enfrentar tus problemas, cuando las cosas se ponen difíciles huyes como un cobarde —se acercó a mí —¡ven aquí y enfrenta tus problemas!
Me giré y la fulminé con la mirada.
—Tú no tienes idea de mis problemas.
—¿Y acaso tú si de los míos? —me empujó con la mano —las personas no tienen idea de mis problemas pero eso no me da el derecho a tratarlos como basura —me volvió a empujar —estás tan ensimismado que no te das cuenta que las demás personas también tienen problemas y también sufren —me tomó de la camisa —¿Enserio eres tan imbécil qué crees que eres el único que sufre? —señaló a las personas que estaban caminando —déjame decirte algo por si no lo sabías, las demás personas también sufrimos no eres el único.
Me solté y me alejé de ella.
—¡¿Alguna vez has pensado en el sufrimiento de otros?! —me gritó.
—No —me detuve y le hablé dándole la espalda —¿Qué caso tiene pensar en el sufrimiento de otros?
—¡¿Qué caso tiene?! —alzó la voz —tratar de comprender el sufrimiento de otros nos permite unirnos como persona, nos permite conocer al otro y entablar amistades.
—¿Amistad, dices? —la volteé a ver —eso es una gran mentira, por más que lo intentes nunca podrías ni imaginar el dolor de otras personas sin antes haber vivido lo mismo, y aún así, el sufrimiento nunca sería igual.
Volteé la cabeza y continué mi camino, ella seguía balbuceando cosas sin sentido hasta que ya no pude escuchar sus gritos. El día del lago no me había equivocado al llamarla subnormal, en serio ella creía todas las tonterías que me decía, solo pude pensar una cosa «pobre chica, no sabe nada del mundo real»
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Tu peor maldición: mi más dulce sufrimiento
RomanceSamuel viaja junto a su familia para alejarse de su pasado. Sin embargo, un encuentro con lo que él denomina "los subnormales" lo hacen revivir aquel momento dónde su luz se desvaneció. Ahora con todo su mundo de cabeza Samuel debe luchar contra el...