A travès de la puerta

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Y cruzaron la puerta.

Daniel y Daniela cruzaron la puerta que los llevó a una Nueva York bastante diferente, era 2003 y el Time Square estaba bulliciosa de gente, autos y taxis de ese amarillo chillón característico.

Estaban en pijamas llenos de hollín y descalzos, la puerta de dónde salieron había desaparecido y la gente actuaba como si no estuvieran ahí. Cómo si fuera muy normal que dos niños estén pijamas.

Fue entonces cuando Daniela intentó tocar la mano de un hombre.

—Disculpe —Le dijo. Tocó su mano y está se convirtió en bruma, las traspasó como si fueran un fantasma—. ¡Daniel! ¿lo viste?

Daniel se acercó a un grupo congregado con ropas formales, escuchó —aunque muy lejos— lo que decían.

—... Tengo un familiar en Maine... —Decia un hombre gordo y calvo.

—... Donas —decía otro —. ¿qué más puedo pedir?

Daniel intentó tocarlos pero se convirtieron en bruma, se movieron a la izquierda desenfocados como si hubiesen tomado una foto y alguien se hubiese movido.

—¿Dónde estamos? —dijo Daniel. De repente se percató que los únicos sonidos fuertes que si podían escuchar eran del claxon de los autos.

Daniela miró de a su alrededor y con un grito ahogado se dió cuenta que había un grupo de personas mirándolos fijamente. Había un señor alto con un paraguas negro, parecía ser el líder.

Caminó hacia ellos con parsimonia, Daniel se interpuso entre su hermana y el hombre. Tenía el corazón en la boca.

—Cálmate muchacho, venimos a ayudar —La voz del hombre era rasposa seca y de cerca parecía más viejo.

—¿Cómo podemos confiar en usted? —Contestó Daniel.

—Bob Miller nos pidió que los recogieramos, te prometo jóven que aclararemos todo en cuanto lleguemos a la Orden.

Daniel decidió (a regañadientes) poder confiar en el hombre. Los llevaron en una camioneta negra sin matrículas hasta un almacén abandonado. Daniel intentó hacer muchas preguntas pero ninguna brotaban de su boca.

Daniela veía el estacionamiento del almacén. Había muchas personas hablando y conviviendo, a su alrededor había caravanas, hombres y mujeres charlando, leyendo y jugando a las cartas.

Era una comunidad y Daniela para ese entonces no lo entendía, sin embargo sabía que eran ellos los únicos niños.

Más tarde y todos calmados, se encontraba el hombre del paraguas negro a solas con Daniel en una pequeña habitación con pintura caída.

—¿Qué es este lugar? —Fue la primera pregunta.

—Otra dimensión, el tiempo surge diferente y es un refugio para aquellos que antaño sirvieron a una buena causa.

—¿Cómo Bob?

—Si. Cómo Bob —Contestó el hombre. Soltó una risa y añadió—: mi nombre es Howard Higgins, décimo cuarto Forjamundos. Veo que los tataranietos de Bob tienen madera para ser Forjamundos...

—¿Por qué dice eso?

—Porque no están muertos.

Los ojos de Howard eran violetas, sus miradas se entrelazaron por un minuto y ese minuto el fuego en sus ojos se hizo presente. Aquel hombre daba miedo.

Después de eso las preguntas salieron por si solas: Howard le aclaró que, hace mucho tiempo, ellos eran Forjamundos y habían salvado grandes civilizaciones de otras dimensiones. Habían construido lugares en su honor y que ahora estaban perdidos en los tiempos.

Thomas Fenn: Sombras de Identidad (Thomas Fenn #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora