CristalWater 2

11 10 0
                                    


1

—¿Qué demonios es eso?

El viento era fuerte. Venía de todas las direcciones mientras las nubes negras con relámpagos morados marcaban el cielo. La patrulla policial que manejaba Gerald Wright se tambaleaba producto de la fuerza del viento, observaba con de una casa salía humo negro.

Pisó a fondo y su compañero copiloto Marco Martínez exclamó:

—¡Esa es la casa de los Blackwell!

Mientras llegaban a la escena el fuego estaba consumiendo todo el lugar y una explosión detonó dentro. Gerald fue el primero en llamar a los bomberos por la radio y Marco se bajó enseguida, corrió hasta la casa mientras la lluvia por fin caía.

En la entrada de la casa estaba estacionando el auto de Harry Blackwell, la puerta de la entrada de la casa estaba abierta y Marco se quedó plantado al pie del marco de la puerta.

Venía alguien.

La figura salió de entre las llamas de la casa, la lluvia aporreaba fuerte, el viento no cesaba y aquella figura tenía...

—¡Arma! —Exclamó Marco. Instintivamente sacó la suya y apuntó la figura, luego abrió los ojos de par en par—. Dios santo ¿Esa era Elizabeth Blackwell?

Lo era.

Estaba caminando como si no hubiera fuego, sostenía un revólver calibre 38 en su mano. Su cabello era una volátil llama de fuego, no tenía párpados y sonreía. Su carne estaba quemada, chamuscada y con grandes heridas en todo el cuerpo, su ropa estaba hecha jirones y sobre todo una gran sombra la envolvía por completo.

—¡Fuera de mi propiedad, ladrón bastardo! —Su voz se escuchó como si fuera en cámara lenta, una voz antinatural. Elizabeth disparó.

La bala se le alojó en la clavícula y Marco cayó al suelo. Gerald se movió y disparó tres veces. Las tres veces fallaron producto del intenso viento que hacía. Hubo otra explosión y está vez todas las ventanas de la casa estallaron, Gerald cayó al suelo, la lluvia no lo dejan ver bien.

Pero escuchó el disparo.

Elizabeth con su cabello de llamas ya casi apagados disparó en la cabeza a Marco Martínez, le voló la tapa de los sesos y disparó dos veces en el pecho a quemarropa.

2

Mucho antes que Elizabeth Blackwell viera a su supuesto hijo y matado a su esposo e incendiar la casa, mucho antes que el viento fuera fuerte y antes que Ann Kidman se desmayara de nuevo enfrente de su marido, Laurent escribía la siguiente nota:

PARA MI MADRE:

Lo hice por amor a mi persona.

Durante seis años sufrí abusos y acoso de parte del director, era un hombre reluciente por fuera pero muy podrido por dentro. Me hizo cosas horribles, cosas que están muy pegadas a mí y que no puedo seguir tolerando. Hoy encontré a un viejo amigo que el tiempo y el olvido se lo llevó, mamá espero que recuerdes a Eddie pues él me ayudó a finiquitar este asunto de una vez por todas.

No te daré detalles de cómo lo encontré pero me dijo que no se lo dijera a nadie. Que era una sorpresa para el pueblo verlo vivo y coleando. Eddie sabía lo de los abusos y me dijo que me ayudaría, que él lo entendía por completo; por eso me dio una Glock 48. Cargada y con cada jodida bala para aquél hijo de puta arrogante.

No odies a Eddie, pues él me ha liberado y luego me he internado en las sombras de mi propia identidad, en lo que el director me convirtió. En lo que realmente quiero ser.

Laurent escribía todo aquello con la mirada perdida, en su escritorio mientras más allá el viento venía con las nubes cargadas de relámpagos al principio blancos y después morados. Era un clima frío y perfecto para que ella dejara todo atrás, ¿Acaso aquél director no la había violado en lo profundo del bosque?, desnuda después con tan solo sus bragas llenas de su semen. Ella recordaba todo aquello porque ella no lo pedía, solo volvía y volvía y...

—Debes hacerlo —Sonó la voz de Eddie a su espalda, era compasiva y dulce—, así serás una buena chica contigo mismo. Serás lo que siempre quisiste ser.

Eddie estiró la mano hacia el escritorio y posó el arma en ella.

Hazlo.

Tenía que hacerlo, no podía vacilar, en cuanto agarraba la pistola no habría vuelta atrás.

Lo hizo.

Quitó el seguro.

La sombra la envolvió por completo como una capa oscura, penetrante y ella en el último instante sintió miedo de ser una sombra de su verdadera identidad. Caminó entre los pasillos con la pistola en mano, mientras algunos niños corrían a los salones, el viento afuera cada vez más fuerte.

Algunos profesores veían desde las ventanas de sus salones como pasaba ante ellos, ellos ya no importaban pues Eddie se encargaría de ellos para que vean su propia identidad. Llegó ante la puerta con el grabado de director estampado en la puerta.

Entró con una patada. Afuera los truenos retumbaban. El director era un hombre regordete de nombre Fred Kennedy, era bajo y era calvo, tenía un bigote poco cuidado y sus ojos marrones se encontraron con Laurent.

El sucio cabrón se masturbaba con una revista Playboy, abrió los ojos como platos y de su boca salió:

—¿Laurent? ¿Qué estás haciendo?

Laurent sonrió y solo se escucharon los múltiples disparos, los gritos de los estudiantes y maestros. Laurent vio como la primera bala se instalaba entre las cejas y abría la tapa de los sesos, bañó las paredes, la revista Playboy, el escritorio y finalmente el suelo. La segunda bala entró en su pecho y salió por la espalda.

Para ese entonces Fred estaba más que muerto pero ella siguió disparando.

Después se disparó.

Eddie estaba listo para mover los hilos.

Thomas Fenn: Sombras de Identidad (Thomas Fenn #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora