3: El Alfil Y La Reina

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Muchas son las cosas a las que un androide puede temerle, empezando por su capacidad para temer. ¿Realmente un androide, por muy avanzado que este sea, puede tener miedo? La respuesta general de YoRHa es que sí. No hay un solo androide que haya dicho que no le teme a algo: desde los ratones e insectos, hasta cosas más obvias como la muerte.

Cada uno teme a cosas diferentes, a pesar de ser máquinas, lo que les permite, en ocasiones, desobedecer órdenes aunque estas vengan directamente desde arriba. Esto cada uno lo sabía internamente desde que fueron creados, más el silencio estuvo sobre ellos durante quien sabe cuánto tiempo, que ha sido mucho.

Sin embargo, el silencio estuvo hablando por ellos durante todo ese tiempo, solo hubo que esperar a un traductor para descifrar aquellas palabras átonas: Akina. Aquella niña preguntó dónde se encontraba el corazón de cada uno, y al nadie poderle dar una respuesta satisfactoria, fue la propia Akina quien les enseñó dónde estaban sus intereses, quienes eran, cómo es que cada uno podía diferenciarse de sus congéneres, de los de su misma línea de tipos de androides, y les forjó una identidad a cada uno.

Akina no creía en algo como un colectivo de una única mente, de único pensamiento, y prohibió rotundamente a los androides que se vieran a sí mismos como meros engranajes; les enseñó a valorarse por lo que podían hacer, por lo que eran, por lo que cada uno consideraba importante, dándoles permiso a pelear no solo en nombre de la gloria de la humanidad, sino que les cedió el pelear o abandonar una batalla en nombre de sus propias vidas.

Por lo anterior, muchos, casi el 99% de los androides de YoRHa, decidieron cambiar su forma de vida. Todos estaban tan maravillados por las palabras de una pequeña humana, tan sorprendidos que ésta a tan poca edad manejase tal nivel de sabiduría, que ella, más allá del hecho de ser de la raza de sus creadores, lo cuál le daba ya un estatus, se convirtió en una especie de símbolo, de estandarte, e inclusive, algunos en secreto la denominaban: «Madre surgida de las cenizas, Matriarca joven, Diosa entre nosotros». Y, dado así, por orden de La Reina, todos tomaron nombres propios. A esto solo había unas cuantas excepciones.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Akina mientras caminaba por la sala de armas.

Era de conocimiento que la niña le encantaba ver como trabajaban todos, y eso gustaba; era la oportunidad perfecta para verle, cuando paseaba dentro de las instalaciones.

En este momento, mientras camina, Akina observa las armas, las espadas y demás. Su enfoque era ese, aunque no ignoraba los saludos, las inclinaciones de cabeza o venias completas; respondía a todos con una sonrisa encantadora y respuestas del tipo: «Siga esforzándose», o, «Gracias por tu trabajo».

—Mi nombre... No, no es un buen nombre, no necesita saberlo —La alfil que la acompañaba replicó.

—¿Si no lo necesitara lo habría pedido?

Nótese el tipo de educación que ha recibido, propia de la androide que la encontró.

—Vale... —musitó con una expresión de dolor. Pensaba: «¿Por qué habré elegido un nombre tan estúpido?»— A...

—¿A? ¿Te llamas A?

—¡No! —«¡Ella no puede pensar mal de mí! ¡Por favor qué así no sea! ¡Solo una letra como nombre es horrible! ¡No me llamo A, no es así!». El alfil había inclinado su cuerpo hacia adelante y apretado los puños cerca de su pecho, y había zapateado el suelo. Preocupada por quedar bien con La Reina, actuó sin pensar.

Akina quedó algo confundida, pero aliviada de que la androide no sea del todo obscura y taciturna. Al principio, cuando le preguntó si estaba ocupada, notó que ella tenía una personalidad algo retraída, o, más bien, desganada. Ha estado caminando con ella unos minutos y advierte que ésta siempre se mantiene algo alejada de ella, manteniendo una continua distancia de dos pasos, rezagada. Pero ahora entiende que solo es cuestión de confianza. Deben crear un ambiente optimo para que la androide se sienta cómoda, eso es.

NieR: Automata - XenogénesisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora