El Poder del Poderoso

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Cuando Yozo abrió los ojos todo seguía oscuro.

—¿Hay alguien ahí? —preguntó al vacío.

El joven intentó incorporarse, pero le fue imposible, era como si estuviera flotando en medio de la nada. Reconoció en aquella situación una sensación extraña, como un vértigo visceral, una fuerza que le revolvía las entrañas y el cerebro, y no pudo evitar pensar que aquella era, quizás, la primera vez que sentía algo tan real desde que le administraron el Éter.

—No pensaste que me quedaría de brazos cruzados, ¿o sí?

—¿Angroth? —gritó extrañado.

—No hay necesidad de agitarse, puedes tomar el control cuando quieras.

—¿Qué estás haciéndome hacer? No puedo ver nada del exterior.

Pero no hubo respuesta.

Yozo comenzó a moverse adquiriendo una postura de nado y se dirigió a un punto en específico. O eso creyó hacer, porque no había forma de saber si estaba yendo en línea recta o no. Cuando empezó a sentir los brazos más cansados, la voz volvió a hablarle:

—Ya puedes salir.

El entorno comenzó a aclararse de inmediato, causando un efecto visual parecido al de un recipiente siendo vaciado: provocando un remolino concéntrico justo hacia Yozo.

Y entonces recobró la consciencia.

—¡La participante Ziva ha sido eliminada!

Yozo estaba completamente recuperado, miró a todos lados terminando por ver su propio cuerpo: estaba en la línea de meta mientras el resto se dirigía a los camarines.

—Angroth —dijo mientras se miraba las palmas de las manos—, tenemos que hablar.




Morn estaba leyendo un gran libro carmesí cuando llamaron a la puerta.

—Doctor, logré conseguir las bayas aurelianas —dijo una joven de cabello morado claro, envuelta en un delantal blanco.

Morn, que seguía sentado, respondió a la distancia.

—¿Esas son todas? —dijo contándolas con la nariz—. Pensé que darías todo de ti esta vez, Vulma.

—Usted me dijo que quería 23 bayas.

—¿Y si alguna es defectuosa? ¿Qué harás en ese caso, Vulma?

La joven tragó saliva.

—Es imposible que haya si quiera una en mal estado, las escogí cuidadosamente.

Morn dejó el libro en el mesón de su consulta y se acercó a Vulma.

—Muy bien. ¿Cuáles son las características de una baya aureliana en mal estado?

Vulma miró su mano. Las bayas aurelianas eran una rareza en Wriland y sus cercanías, razón por la que las desconocía tanto. Repasó con los ojos cada una de las bayas: eran pequeñas pelotitas doradas con uno o dos quistes celestes que solían expulsar un líquido hediondo. Sin embargo, estaba descrito en los libros que su sabor era de los mejores del mundo entero. "Inefable", pensó Vulma.

—Bueno... —Volvió a tragar saliva—... Como la mayoría de las bayas de Yagga, es decir, las bayas benditas, deberían tener un color único salvo en sus quistes, y podría verse secreciones desde estos últimos...

—No te pregunté eso.

Vulma paró su explicación en seco. Quiso intentar volver a responder, pero Morn volvió a hablar.

Yozo, El Grande - Parte 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora