HINATA

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¡Qué ganas tenía de que acabara la maldita reunión!

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¡Qué ganas tenía de que acabara la maldita reunión!

Cuando Ebisu Jōnin se pone petardo, se pone de verdad. Le encanta escucharse, al muy pendejo. Estoy convencida de que antes de presentarse en la sala de reuniones se planta delante del espejo y ensaya; no es normal que, cada dos frases, te suelte una que te obliga a abrir Google y consultar la RAE para saber qué carajos está diciendo.

—Repetición, por favor.

Le he interrumpido tres veces alzando la mano. No le ha gustado, claro, le molesta que lo hagan cuando está soltando su discurso, pero me ha importado menos que se haya cabreado tras el coro de risas.

No soy tonta. De hecho, siempre saqué estupendas notas en lengua. Pero es que lo de Jōnin me supera, de verdad. Me gusta conversar, intercambiar ideas, no acudir a un monologo de frases rimbombantes. Por la rabia que he visto en su mirada sé que, de haber podido, me hubiera echado de la reunión. O enviado de cabeza al departamento de personal para que me preparasen la liquidación.

Pues que se joda, que a mí no puede ponerme de patitas en la calle. Por varias razones: soy muy buena en mi trabajo —la falsa modestia me cabrea—, soy rápida y tengo más ideas que un zorro. Al menos eso me decía siempre mi abuela. Además, poseo un buen porcentaje de acciones en el negocio. 

Y por si eso fuera poco, mi padre es el dueño de Byakugan's, una de las más reconocidas empresas de decoración a nivel nacional. Nuestros proyectos de arquitectura e interiores destilan pasión y no se ciñen a los deseos del cliente: los sobrepasan. 

El negocio va viento en popa y es muy posible que abramos una delegación en Nueva York el año que viene, cuya dirección me ha ofrecido mi padre y yo he rechazado. Me gusta viajar, pero no me acostumbraría a vivir fuera de Japón, mucho menos a separarme de él.

No, no, no, esto último, lo de ser la hija del dueño, no tiene nada que ver, que los veo pensarlo. Quiero que quede constancia de que me he ganado el puesto a pulso, mi adorado padre no me ha regalado nada —salvo pagarme la carrera— y comencé haciendo recados de un despacho a otro. 

¿Qué habían creído? Aprendí del mejor, que para mí es él; tal vez por eso me costó lo suyo demostrar mi valía profesional ante ese peso pesado. Y muchas veces no estamos en absoluto de acuerdo porque su estilo es sobrio, pleno de elegancia, y el mío alocado, puede que incluso excesivo. Pero gusta; es de lo que se trata en un negocio.

—¿Te marchas?

Kurenai se acerca a mi mesa y deja la carpeta de color sepia. Dentro, mi proyecto para un tenista que quiere redecorar un chalé que acaba de adquirir. Le he pedido que me dé su opinión, conoce el negocio más que muchos de nosotros, no en vano lleva veinte años ejerciendo de secretaria de mi padre. 

Quiero saber qué le parece mi idea porque no se anda con paños calientes, si algo le agrada te lo dice, y si no también, por eso siempre nos hemos llevado de lujo a pesar de la diferencia de edad. Ha cumplido medio siglo, aunque cualquiera lo diría viéndola tan guapa, siempre perfectamente peinada y maquillada. 

¿Nos Enrollamos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora