HINATA

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Lo que me pasa a mí no le pasa a nadie

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Lo que me pasa a mí no le pasa a nadie. ¿De verdad que casi llego a las manos con ese descerebrado por un paquete de papel higiénico?

Hoy no me reconozco. Está claro que la semana de arduo trabajo, sin dormir apenas para acabar el proyecto a tiempo, me está pasando factura. Porque sí, tengo algo de temperamento, no voy a negarlo, pero nunca me ha gustado llamar la atención. 

¡Si hasta dejo que se me cuelen por no molestar a nadie! Esta tarde, sin embargo, la he cagado. No sé si seré capaz de volver a entrar en el super, se me cae la cara de vergüenza recordando la escenita que hemos protagonizado ese cerdo y yo.

Si estoy equivocada no me importa reconocerlo, pero si llevo razón, la llevo y punto. Y esta vez la llevaba porque yo lo vi primero y estamos ante una huelga sin precedentes.

Aclaremos algo para que nadie se llame a engaño: creo en la igualdad entre mujeres y hombres. De modo que yo no pretendía que me cediera el producto porque sí, por ser mujer. Solo quería llevármelo porque era lo justo, porque había llegado a el a la primera, dijese lo que dijese ese idiota mientras ambos tirábamos del paquete hacia nuestros respectivos carros.

Además, era el único que quedaba en la estantería, no tengo existencias y a saber cuándo acaba la huelga. Soy muy despistada, lo reconozco, creí que había remanente en la despensa y no era así. 

De hecho, esta mañana he tenido que utilizar servilletas para... Bueno, he tenido que usar servilletas, no hay que dar tampoco más explicaciones. Mea culpa, lo sé. Uno se puede pasar sin azúcar, pero no sin papel higiénico, debería haber sido más previsora.

Cualquiera que nos haya visto discutiendo por el paquete... Ha sido surrealista: los dos intentando quedarnos con él asegurando al otro que era suyo. He ganado yo, desde luego, porque a burra no me gana nadie. 

Admito que he utilizado técnicas un poco indelicadas, como la de arrearle una patada en la espinilla. Ha soltado una palabrota, se ha agachado a masajearse la zona lastimada y yo he aprovechado para hacerme con el papel de triple capa.

Mira, eso es algo que nunca he entendido: que a la más mínima noticia de alarma la gente se lance a la calle como loca y arrase con los rollos de cocina y el papel higiénico. Su estudio sería interesante.

En esta ocasión es normal: no se sabe hasta cuándo van a estar de brazos cruzados los reponedores —de lo que por cierto no me he enterado— y en nuestra zona residencial tenemos mucho árbol, mucho césped, mucho aire limpio, pero ni una tienda de barrio y un único super. Y claro, ante tal panorama, toda la zona ha querido abastecerse.

Doy la razón a los huelguistas, los empleados tienen derecho a salarios justos y horarios decentes, que imagino que es lo que reivindican; si para presionar a la empresa tenemos que fastidiarnos todos un poquito, pues nos fastidiamos y listo. Hoy por ti, mañana por mí, que hay que empatizar con los demás.

Incluso hubiera cedido en compartir «mi» paquete con ese tipo, miren lo que les digo, soy así de altruista. Seis rollos para él, seis rollos para mí y los dos tan contentos. Pero no, el caballero los quería todos. Por sus santas pelotas.

Me ha salido entonces la fiera que llevo dentro y se ha montado el problema. Poco ha faltado para que acudiera el guardia de seguridad. Hubiera sido un broche estupendo para una semana estresante: acabar en comisaría.

Bueno, sea como fuere, los rollos los tengo yo y asunto terminado. ¡Que le den al muy cretino!

Cargo las bolsas en el maletero del taxi, al que he pedido que me espere, y ponemos rumbo a mi bloque mientras me asoma una sonrisa tonta en los labios, de triunfadora, acordándome de la cara de mi competidor al ver que le ganaba por la mano.

En otro momento lo hubiera podido mirar con otros ojos, el muchacho estaba para mojar un rollo de canela entero. O dos, si me apuras. Me encantan los rubios de ojos azules, son mi debilidad y este podría aparecer en uno de esos calendarios de bomberos con músculos, que cuerpo tenía. 

Era serio como un ajo, pero ¡madre mía cómo estaba de bueno el bribón! No me importaría darle una alegría al cuerpo con alguien así, no voy a engañarlos.

—¿Le ayudo, señorita? —Se ofrece el taxista, sacándome de mis pensamientos.

Acepto porque hay seis bolsas hasta el borde; no es que pesen demasiado, pero hay que ser pulpo para llevarlas de una vez sin que a una se le caiga algo. Con una maestría de valor el sujeto agarra tres en cada mano, entra en el portal y me las deja en el ascensor. Ni que decir que se gana una buena propina.

Ya en mi rellano, coloco una de las bolsas sujetando la puerta, abro mi piso y voy metiendo todo. Total, no hay miedo de que alguien proteste por bloquear el ascensor unos minutos, el edificio está vacío este mes, casi todos los vecinos se han ido de vacaciones. 

Lo que debería haber hecho yo de no ser por el proyecto para el tenista, que me ha obligado a retrasarlas hasta el fin de semana que viene; necesito relajarme y pronto o estallaré en cualquier momento. 

¿El destino? La isla de Hokkaido, he reservado un apartamento en un pueblecito de pescadores. ¿En la maleta? Libros, libros, libros, bikinis y crema solar. Se nota que no pienso dar golpe, ¿a que sí?

Pensando en las vacaciones se me va el santo al cielo, pero según pongo una de las bolsas de la compra sobre la encimera y veo el cartón de los huevos se me viene a la cabeza Kurenai. ¡Carajo! Cierro la puerta de una patada y marco el teléfono. No hay problema para conseguir mesa, solemos ir con frecuencia con los clientes y siempre hay una reservada para Ichiraku.

Meto de cualquier manera los productos frescos en el frigorífico, no me entretengo en colocarlos porque el cisco del super me ha robado casi media hora. El resto de las bolsas se quedan sobre la encimera y salgo apurada hacia mi cuarto para elegir la ropa de esta noche, con la sensación de que se me olvida algo.

Continua.

¿Nos Enrollamos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora