HINATA Y NARUTO

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—Tres averías en un mes —reniega ella al cabo de unos instantes, sin ser consciente de que su pecho es una provocación para él—

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—Tres averías en un mes —reniega ella al cabo de unos instantes, sin ser consciente de que su pecho es una provocación para él—. Tres. La culpa la tiene el imbécil presidente de la Comunidad, que no sé para qué lo tenemos. Mañana pienso decirle cuatro cosas bien dichas, si no está de vacaciones.

Ahí sí que le pica la moral. Puede que no sea una lumbera en ese aspecto, pero lo hace lo mejor que sabe. La primera junta vecinal a la que acudió, un mes después de mudarse al apartamento, a últimos del año anterior, le obligó a hacerse cargo del puesto; según los estatutos, le tocaba a su letra la presidencia.

 Y con poca suerte, porque había tenido que convocar dos reuniones extraordinarias para abordar mejoras en el garaje y en la azotea comunal que iban a costar un riñón, pero eran imprescindibles si querían evitar problemas posteriores. La segunda junta había acabado con una discusión de cuidado con los más remisos a poner una derrama.

—Yo soy el presidente.

A él mismo le suena fatal, le ha parecido ser protagonista de una de esas películas en las que alguien dice que va a llamar a la policía y un fulano asegura «yo soy la policía». Ella eleva una ceja.

—No te he visto nunca.

—Será porque no apareces por las reuniones.

—Delego el voto. No tengo tiempo para perderlo discutiendo con los vecinos, hay dos que son unos problemáticos.

Naruto asiente, que se lo digan a él, no puede más que darle la razón. La chica se refiere sin duda al del primero A y al del octavo H, dos auténticos revienta pelotas que ponen pegas a todo.

Hinata vuelve a apretar el botón de bajada, pero el ascensor no respira, está más tieso que la momia de Tut-Ank-Amón.

—¡Carajo! ¡Tengo que salir de aquí! —Golpea los botones con la palma abierta.

—Tranquilízate, preciosa, que vas a acabar rompiendo algo.

—¡No me llamo preciosa, no quiero tranquilizarme y si rompo algo ya lo pagaré! Tengo prisa y claustrofobia.

—Lo que faltaba. —Pone los ojos en blanco.

—¿Qué es lo que faltaba? ¡¿Qué es lo que faltaba, pedazo de idiota?! —Está a punto de tirársele al cuello.

—Si empezamos a insultar, te prevengo que no voy a reprimirme —avisa Naruto, que empieza a perder la paciencia que le está pidiendo a ella.

Hinata toma aire, lo expulsa despacio, cuenta hasta diez. No puede remediar ponerse histérica. Desde que se quedó encerrada en el trastero de la casa de sus padres durante toda la noche, cuando tenía cinco años, tiene pavor a los lugares cerrados si está en ellos más de un par de minutos. 

Aún recuerda con agobio las lágrimas, el pánico a que no la encontraran nunca, la oscuridad que se cernía sobre ella. Sus padres y los vecinos del chalé adyacente estuvieron buscándola por todos lados creyendo, incluso, que podían haberla raptado. 

¿Nos Enrollamos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora