Unas rosas y...

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Hinata lleva cuatro días en la isla y no ha abierto un libro ni descansado apenas

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Hinata lleva cuatro días en la isla y no ha abierto un libro ni descansado apenas. No puede centrarse. Los ojos azules de Naruto regresan a su memoria una y otra vez, la desvelan, le provocan una opresión en el pecho a la que no es capaz de encontrar explicación.

Ha conseguido que el dueño del apartamento que ha alquilado le preste su viejo coche y se ha dedicado a recorrer la isla de lado a lado. Ha paseado por los abruptos acantilados, por calas de complicado acceso y comprado recuerdos en alguno de los municipios. Hokkaido es una isla paradisíaca que le podría haber robado el corazón, si ya no se lo hubiera robado su condenado vecino del séptimo.

Debería haberle pedido el número del móvil antes de salir de la ciudad. No lo ha hecho y él tampoco. No ha vuelto a intentar verla, ambos se han mantenido distantes, cada uno dedicado a su trabajo durante los dos días en los que han podido tomar contacto.

Aquella tarde la ha dedicado a darse una vuelta por el pueblo, adquiriendo piezas de bisutería que no necesita en las tiendas de una calle adoquinada, de casas señoriales, de la que no recuerda el nombre. Y chocolate en una pastelería que vende unos bombones de diseño a los que no ha podido resistirse.

De vuelta al apartamento, alicaída y triste, enciende el televisor, se recuesta en el cabecero de la cama y decide que las penas de amor se pasan mejor con una buena ración de chocolate. Es tonta, lo sabe. Estar como un alma en pena por culpa de un hombre con el que solo ha intercambiado un beso, es demencial. Pero no puede remediarlo.

Tampoco se centra en la película, aunque los bombones empiezan a desaparecer de la caja. Si continúa así, volverá con seis kilos de más, se dice.

Pulsa el mando para apagar el televisor al escuchar la llamada a la puerta y va a abrir. Es el dueño del apartamento. Lleva un paquete en las manos que debe tener casi un metro cuadrado, envuelto en papel rosa brillante, con un enorme lazo del mismo color.

—¿Dónde se lo dejo, señorita?

—¿Esto es para mí?

—Eso dice la tarjeta —señala con la barbilla la que está sujeta al lazo.

Hinata no entiende nada. ¿Quién diablos va a enviarle un obsequio a la isla? ¿Tal vez su padre? Comprueba la tarjeta, pero la letra, elegante y escrita a pluma le es por completo desconocida. Indica al hombre que la ponga encima de la cama y así lo hace él, marchándose luego.

No se molesta en cerrar la puerta, está tan intrigada que empieza a desenvolver lo que quiera que la hayan hecho llegar, aunque debe tratarse de un error.

Al abrir la caja suelta una carcajada.

—¡Será idiota!

Han encajado una docena de rollos de papel higiénico rosa en un alambre y le han dado forma de corazón. En el centro, doce rosas rojas de tallo largo. No le cabe ya duda del remitente, sus pulsaciones se disparan y no es capaz de retener una lágrima. Abraza el ramo a su pecho y mete la nariz en las rosas.

—Una por cada día que ha pasado desde que me diste la patada.

Se vuelve al escuchar su voz, los ojos brillantes por la emoción y una sonrisa tonta en la boca.

Naruto, sin embargo, arruga el ceño al fijarse en su camiseta: «Quien bien te quiere, te hará croquetas».

—Nunca las he hecho, pero preparo unas empanadas en hojaldre para chuparse los dedos.

Hinata deja el ramo y se lanza a sus brazos, tan feliz que tiene ganas de gritar. Se besan con pasión, se palpan con la necesidad de dos cuerpos jóvenes que llevan deseándose días, que ya son incapaces de mantenerse separados.

—Es una locura, Naruto.

—¿Hacer empanadas de hojaldre?

Ella rompe a reír y él la secunda antes de cerrar la puerta de una patada, tomarla en brazos y llevarla a la cama.

Sí, puede que todo aquello sea una locura, pero a ellos no les importa más que besarse, conocerse más y, tal vez, crear un futuro juntos.

Y FUERON FELICES

Una historia de Nieves Hidalgo

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Una historia de Nieves Hidalgo

***

Algo cortito... y bonito.
Espero mañana publicar una más, mi laptop se daño 😥 bue ahí vemos 


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