6

669 45 1
                                    

Camila.

Si pensaba que no podía estar más nerviosa, me equivocaba. Sofia entra en casa con total normalidad, hablando a gritos, contándome no sé qué sobre un Trabajo de filología… hasta que ve a Lauren en la cocina.

Entonces, deja caer al suelo la mochila y la carpeta que llevaba en la mano y corre hacia ella. La abraza. Y yo me aparto a un lado en silencio,
dejándoles espacio. Todavía sigo sin saber por qué he dejado que Lauren entre en el apartamento, por qué la he invitado a tomar un café y por qué permito ahora que siga aquí. Ya ha sido todo suficiente difícil como para remover de nuevo la mierda… Siento que cada vez que avanzo un paso al frente, después doy dos hacia atrás.

—Eh, no llores, ¿qué pasa? —escucho que le dice y Sofi sorbe por la nariz.

—Hacía tanto tiempo…

—Ya —suspira— Lo sé.

Les doy la espalda mientras hablan y me entretengo guardando los cubiertos secos en el cajón
correspondiente, los vasos limpios en la repisa del armario, los platos apilados por tamaños y colores…

—¿Puede quedarse a cenar, Camila? —Deja caer la mano en mi hombro—. Por favor.

Sé que la adora. Siempre lo ha hecho. La conoce desde que era una niña y Lauren ha estado ahí cada vez que ella le ha necesitado, cada vez que mamá la presionaba más de la cuenta o necesitaba algún tipo de referente paterno que supliese la ausencia de nuestro padre. Pero esto… esto es
demasiado…

—No creo que sea una buena idea…

—¿Por qué no? —protesta.

—¿No tenías esta noche el cumpleaños de María?

—Me da igual perdérmelo.

Lauren da un paso al frente.

—Haz caso a tu hermana —le dice y luego me mira—. Tienes razón, será mejor que me marche ya.

Coge la cartera y las llaves que había dejado sobre la mesa de la cocina y se inclina para darle a Sofía un beso en la mejilla. Cuando se acerca a mí lo hace con cierta indecisión. No me toca. Ni siquiera un roce.

Sofía me dedica una mirada dolida antes de salir de la cocina y noto un incómodo nudo en la garganta. Lauren sigue frente a mí, inmóvil. El cabello esta largo y solo pienso en hundir los dedos ahí y acariciar su  cabellera.

—Ya sabes que si en algún momento necesitas cualquier cosa…

—Patatas, quizá.

—¿Perdona?

—Si quisieses quedarte a cenar… —digo, aunque he dejado de ser dueña de mis palabras—, necesitaría que comprases patatas. Ya sabes que no sé cocinar nada más.

Siempre fue mi plato estrella: patatas cortadas en finas rodajas hechas en el microondas y rociadas después con una salsa de cuatro quesos. Solía hacerlo los viernes o sábados. Los demás días de la semana, Lauren se adueñaba de la cocina. Tengo un montón de fotografías de ella en esta
estancia, de espaldas, inclinada sobre la repisa y concentrada en cortar con el cuchillo o probar sabores y mezclas diferentes con las que me sorprende.

Lauren tarda en responder y al final lo hace esbozando una sonrisa frágil. Se mueve a un lado y se acerca a la nevera, pero me mira antes de abrirla:

—¿Puedo echar un vistazo?

—Sí, claro, adelante.

La veo analizar el interior con gesto pensativo.

—Hay suficientes ingredientes para hacer algo decente. Pero si lo prefieres bajo en un momento
y compro patatas. Tú elijes, Camila.
Pronuncia la palabra «elegir» de un modo raro e intenso que me hace sentir incómoda. No sé si se refiere solo a las dichosas patatas o a algo más, a mucho más. Quizá a todo.

Tempesta  (Adaptación a Camren  G!p) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora