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Camila.

Entreabro los ojos al escuchar el ruido de la cerradura girando. Por un momento, pienso que Lauren ha regresado, pero después recuerdo que ella ya no tiene llaves de este apartamento. Confundida, me doy la vuelta y advierto que me quedé dormida en la cama de Daniel. Mierda. Un nudo me atenaza la garganta justo cuando mi madre y Sofía entran en la habitación; las dos parecen sorprendidas por encontrarme aquí.

—Quiero… levantarme —balbuceo con la voz rara.

Antes de que consiga incorporarme, mamá me sujeta del brazo y me obliga a permanecer tumbada. Me aparta el cabello de la frente y posa su mano sobre mi mejilla. Noto las lágrimas quemándome en las comisuras de los ojos.

—¿Qué ha pasado? —Sofía se sienta a los pies de la cama.

—Nada... —gimo—. Lauren vino. Yo le pedí… que viniese…

Mi madre gira la cabeza hacia mi hermana y le dice que vaya a la cocina a preparar algo de desayunar. Ella obedece sin rechistar y entorna la puerta al salir. Esa puerta. Hay unas letras de colores, hechas de madera, colgadas sobre la superficie y forman el nombre de Daniel, con un
gracioso gusano verde imitando la línea alargada de la «L» final.

—Lauren… estuvo aquí —digo de nuevo.

—Lo sé. Ella me llamó esta mañana.

—No debería haberlo hecho.

—Estaba preocupada por ti, al igual que lo estoy yo —acoge mi mano entre las suyas, que están calientes y suaves—. Algo tiene que empezar a cambiar. Sé, ya sé que has mejorado mucho —dice antes de que pueda defenderme—, pero eso no es suficiente. Necesitas que tu vida vuelva a la normalidad en la medida de lo posible, tienes que tener una especie de rutina, Camila. Entiendo que tu trabajo te da cierta libertad, pero no es normal que un lunes te levantes a las siete de la mañana y el
martes siguiente lo hagas a las doce del mediodía. Debes organizarte de algún modo, tener unos hábitos fijos que te ayuden a ir superando el día a día y…

—Joder, mamá.

—Esa boca.

—Joder hostia puta, me importa una mierda lo que tú quieras, ¿mejor así?

—Estás enfadada.

—¡Y tú vacía! —grito—. ¿Es que no sientes nada? ¡Se supone que deberías entenderme mejor que nadie y nunca lo has hecho!

Ignoro las lágrimas que se agolpan y hacen que sus ojos pardos parezcan más brillantes de lo normal. Suelto su mano.

—Precisamente porque soy madre no soporto verte así. Por supuesto que me duele lo que ocurrió. Hay mañanas en las que desearía no levantarme de la cama, pero sé que debo hacerlo, sé que debo seguir. Eso es lo que te duele. Daniel ya no está y el mundo sigue adelante… es horrible, pero…

—¡Cállate!

Me llevo las manos a la cabeza. No quiero verla, no quiero oírla, no quiero nada.

—No, no voy a hacerlo. No consentiré que te hundas todavía más. Eres mi hija. Tú y Sofía sois lo único que tengo, lo que más quiero en este mundo. Vas a tener que aprender a vivir con el dolor…

—Pero no puedo… —sollozo y noto mi estómago sacudirse.

—Eres más fuerte de lo que crees. Tú siempre fuiste la más fuerte.

—Era mentira. Solo fingía todo el tiempo. No soy fuerte.

—Yo estoy aquí. Estoy aquí para ti, cielo.

Niego con la cabeza. No puedo dejar de llorar. ¿Cómo es posible que las lágrimas no tengan fin, que no se agoten…?

—¿Tú? ¿Para qué? ¿Para hablarme de vestidos o tonterías?

Tempesta  (Adaptación a Camren  G!p) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora