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—¿Cómo quieres que los montemos? —dijo Electra con voz queda—. Si nosotros no podemos ver a esos bichos...
—Tu no vas —saltó Margaery.
—¡Claro que voy! —refutó Electra.
—Dejen de discutir... Pueden arreglar su matrimonio luego —comentó Luna; se bajó solícitamente de su thestral y fue hacia donde estaban los demás—. Venid aquí...
Los guió hacia donde se hallaban los otros thestrals y, uno a uno, los fue ayudando a montar. Los diez parecían muy nerviosos mientras Luna les enredaba una mano en la crin del animal y les decía que se sujetaran con fuerza; luego Luna volvió a montar en su corcel.
—Esto es una locura —murmuró Ron palpando con la mano que tenía libre el cuello de su caballo—. Es una locura... Si al menos pudiera verlo...
—Yo en tu lugar no me quejaría de que siga siendo invisible —dijo Harry siniestramente—. ¿Estáis preparados? —Todos asintieron—. A ver... —Miró la parte de atrás de la reluciente y negra cabeza de su thestral y tragó saliva—. Bueno, pues... Ministerio de Magia, entrada para visitas, Londres —indicó, vacilante—. No sé si... sabrás...
Margaery no recordaba haber volado jamás a tanta velocidad; el animal pasó como una centella por encima del castillo, batiendo apenas las grandes alas; el fresco viento azotaba el rostro de la chica que, con los ojos entrecerrados, miró hacia atrás y vio a sus compañeros volando. Todos iban pegados cuanto podían al cuello de sus monturas para protegerse de la estela que dejaba el thestral de Harry.
Dejaron atrás los terrenos de Hogwarts y sobrevolaron Hogsmeade; Margaery veía montañas y valles a través del caballo. Como estaba oscureciendo, distinguió también pequeños grupos de luces de otros pueblos, y luego una sinuosa carretera que discurría entre colinas y por la que circulaba un solo coche...
Se puso el sol, y el cielo, salpicado de diminutas estrellas plateadas, se tiñó de color morado; al poco rato las luces de las ciudades de muggles eran lo único que les daba una idea de lo lejos que estaban del suelo y de lo rápido que se desplazaban. Margaery rodeaba fuertemente el cuello de su thestral con ambos brazos.
Margaery notó una sacudida en el estómago; de pronto la cabeza del thestral apuntó hacia abajo y Margaery resbaló unos centímetros hacia delante por el cuello del animal. Al fin habían empezado a descender. Entonces le pareció oír un chillido a sus espaldas y se arriesgó a girar la cabeza, pero no vio caer a nadie.
En esos momentos, unas brillantes luces de color naranja se hacían cada vez más grandes y más redondas por todas partes; veían los tejados de los edificios, las hileras de faros que parecían ojos de insectos luminosos, y los rectángulos de luz amarilla que proyectaban las ventanas. De repente Margaery tuvo la impresión de que se precipitaban hacia el suelo; se agarró como pudo al thestral con todas sus fuerzas y se preparó para recibir un fuerte impacto, pero el caballo se posó en el suelo suavemente, como una sombra, pero ella cayó inmediatamente de su thestral.