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Aunque dicen que el tiempo lo cura todo, la herida que me dejó no verte más aún no ha cicatrizado. Está ahí, causándome dolor. Supongo que es lo normal cuando se trata de algo tan profundo.
¿Recuerdas cómo nos conocimos, Mina? No he podido olvidar ese momento. Tal vez, solo tal vez, las cosas tienen razones para suceder. Sé que puede sonar tonto para ti, pero hoy en día pienso que nuestro encuentro era nuestro destino. La falla en tu coche, que yo me retrasara en el trabajo, que quedáramos en el mismo vagón y que el único asiento libre fuera junto a ti.
Había comenzado la primavera, pero la nieve aún persistía. Mi situación en ese momento era incierta. Tenía un trabajo inestable y mi contrato de alquiler estaba a punto de vencer sin posibilidad de renovación. Caos era una palabra adecuada para describir mi vida en aquel entonces.
Subí a aquel tren entre la multitud y caminé buscando un asiento vacío. Ahí estabas tú, sola, con tu bastón apoyado en el asiento desocupado. Los auriculares te impedían escucharme, no habías notado mi presencia al principio, tus ojos estaban fijos en la ventanilla. Cuando finalmente volteaste, me dejaste impactada. Me desconcertaste por completo.
"Disculpa", fue lo único que me dijiste mientras quitabas lo que me impedía sentarme. Sin agradecerte, nerviosa, ocupé el lugar.
Quería hablarte, pero me sentía intimidada. Tu belleza lo provocaba. Era imposible no sentirlo al verte por primera vez.
"Está demorado", comentaste de repente, evitando que pudiera apartar mi atención de ti. "Dios, qué voz tan atractiva", pensé, prestando atención esta vez.
"No puedo esperar a llegar a casa."
Recuerdo estar estar agotada aquella noche. Tú, en respuesta, suspiraste.
"¿Día largo?"
"Insoportable."
Por unos minutos, ninguna de las dos volvió a hablar. Se escuchaba el bullicio de conversaciones ajenas, algunos truenos, el inicio de un diluvio y una melodía que provenía de los parlantes. Nada en ese momento me hizo saber que aquel viaje sería el inicio de todo. Todo parecía tan normal, tan cotidiano, que ni siquiera se me pasó por la cabeza que esos instantes eran el comienzo de algo que significaría tanto para mí.
"Lamentamos informar que el viaje se encuentra retrasado por el comienzo de la tormenta", una voz femenina comunicó a todos los pasajeros.
Yo maldecía, no sé si en mi interior o en voz alta. Tú simplemente me observabas. Cuando miré en tu dirección, apartaste la vista rápidamente. Fue una lástima, porque eso me hubiera permitido admirar más tu mirada.
Resignada a pasar mucho más tiempo del esperado viajando, saqué mi celular para poner música y enviar algunos mensajes. El tiempo parece pasar más lento en momentos de espera, así que esa era mi única forma de mantenerme entretenida. Recuerdo haberle escrito a dos personas en particular y haber enviado a una de ellas un mensaje sobre la primera impresión que me habías causado. Por supuesto, con mi mala suerte, leíste ese mensaje en lugar del otro. Escucharte decir "gracias" por las cosas que había escrito en ese chat me hizo sentir avergonzada. Mi intento de justificación no me ayudó a salir de esa situación y, en cambio, dio lugar a otra conversación. Fue así como supe que tu nombre era Wilhelmina, que eras pelirroja natural pero igualmente te aplicabas tintura para que fuera aún más rojizo, y que tu traje lila, al cual te hice tantos halagos, era uno de muchos en ese color, tu favorito.
Yo fui la primera en tener que abandonar aquel tren. Me puse de pie y di un paso. Llamaste mi nombre con una tarjeta en tu mano, diciéndome que estabas buscando una asistente. La tomé y cuando llegué a casa, la leí. En ella estaban tu nombre, apellido y número de celular.
Tardé dos días en tomar la decisión de escribirte. El impulso fue quedarme desempleada. Marqué el número, te agregué a mis contactos y, tras estar media hora dudando, finalmente te llamé. Nuestra conversación fue breve porque estabas en tu horario laboral. Me diste la hora, la ubicación y un recordatorio de llevar mi CV. Y así, la comunicación llegó a su fin.

Nuestro reencuentro fue frío. Tú estabas sentada en tu oficina, con expresión seria y evidentemente evaluando cada cosa que hacía y decía. Leíste mi corto currículum antes de hacer varias preguntas.
"Me pondré en contacto si usted queda en el puesto, muchas gracias", fue lo último que te oí decir aquella vez. Me hablaste con seriedad y profesionalismo.
Al salir, estaba convencida de que no obtendría el puesto. No había notado ninguna señal de aprobación durante la entrevista. Daba la oportunidad por perdida.
Pasaron días en los que me presenté en diferentes tiendas del centro con la esperanza de conseguir empleo. La respuesta que más recibí fue que no estaban contratando en ese momento. En esa situación, no podía permitirme resignarme, después de todo corría el riesgo de quedarme sin hogar en cualquier momento. Fue entonces cuando sonó mi celular y vi tu nombre en la pantalla, lo que me puso nerviosa. Contesté la llamada.
"¿Sí?" Respondí mientras caminaba entre la gente con el teléfono en mi oreja.
"Habla Wilhemina. Llamo para comunicarte que el puesto es tuyo si no has encontrado otra opción."
Salté de alegría, y la gente a mi alrededor debió pensar que estaba loca. Una y otra vez te agradecí, prometiendo que no te defraudaría. Tú te mantuviste en silencio hasta que dejé de hablar, y luego me dijiste que la semana siguiente me esperabas en la misma oficina donde me habías entrevistado.

Lirios y rosas[Venable]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora