Prólogo Disparador 18 📚El Libro mágico📚

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El muchacho examinó con curiosidad el libro ajado que sostenía entre sus manos. La cubierta de color verde oscuro tenía grabadas unas filigranas en los bordes de un dorado opaco, que le daban una notable aura de majestuosidad a pesar de la cantidad polvo y mugre que lo recubrían. Con un delicado soplido y ayudado por la manga de su camisa, acabó de retirar la suciedad, devolviéndole al libro una ínfima parte del que habría sido su brillo original.

Abrió con cuidado el pequeño cierre oxidado que mantenía cerrada su cubierta, y aspiró el agradable olor a viejo que las páginas finas y ocres desprendían. Estaba escrito con una tinta oscura, que según como incidiera la luz de la antorcha sobre ella, exhibía la belleza de unos trazos rojizos y violetas, como si cada uno de aquellos pigmentos de tinta estuvieran mezclados con polvos de rubíes o amatistas.

Pasó las páginas suavemente, pues el más brusco de los movimientos las habrían resquebrajado. A pesar de que lo que había escrito en ellas le era incomprensible, admiró con la misma fascinación su contenido como si realmente pudiera leerlo. Una pequeña parte de su mente se resistía a la conformidad que le transmitían sus ojos; inquieta y totalmente independiente de lo demás, su mente le confesó que sus ojos lo estaban engañando. En lo más recóndito de su ser, empezó a escuchar una voz, una voz muda, una voz que se podía sentir; cálida y reconfortante, con delicadeza lo purgó del yugo de un sentido tan superficial como era la vista.

Frente a la estantería de madera carcomida en la que había encontrado el libro, el joven cerró los ojos movido por un susurro invisible, y dibujó la escena en un lienzo mucho más profundo. El lienzo que era su mente.

Al instante, comenzó a imaginarse la sala: veía con otros ojos los libros viejos que descansaban sobre las estanterías cubiertos de musgo y mugre, a la vez que las rocosas paredes de la caverna sudaban y chorreaban gotas de agua que resonaban por toda ella. Pero también veía el libro que sostenía entre sus manos de una forma mucho más brillante y lúcida. Aquel sexto sentido que era su Imaginación, y que englobaba y sometía a los cinco restantes, le permitía ir mucho más allá del tiempo y del espacio.

Bajo sus nuevos dominios, el libro recuperó el brillo de antaño, iluminando la caverna con sus dorados como si fuera una hoguera, y el verde de su cubierta, renació reluciente ensalzando las pequeñas esmeraldas que segundos atrás habían estado ocultas tras el polvo.

Dueño de aquel lienzo a su merced, volvió a abrir el cierre que protegía el libro, ya sin óxido ni herrumbre. Las páginas habían dejado de ser finas y delicadas, para volverse gruesas y rígidas. Su Imaginación le había devuelto la juventud al libro, y libro se lo agradeció, convirtiendo aquel extraño lenguaje en uno que el muchacho pudo comprender.

El súbito fenómeno, le revolvió el estómago y lo sacó de su trance sobresaltado y con náuseas.

Abrió de nuevo los ojos, que le devolvieron a la realidad superficial en la que vivía. La estancia seguía llena de mugre y humedad, las gotas repicaban todavía en los charcos que enfangaban el suelo, y el aire mantenía el tono verdoso y sucio, a excepción del libro que sostenía entre sus temblorosas manos, que ya no solo era radiante en su Imaginación, si no que también deslumbraba en el mundo despierto.

Entornó los ojos tratando de leer el mensaje que las letras ya legibles le revelaban.

"Para tí,

para el primero de tu Ciclo.

Para tí,

El regalo del mundo.

Para tí,

el conocimiento,

Que para mí fue desmesurado.

Bailé con los Dioses,

con Lúmen, Treya y Krea,

Descendí a la locura,

con Télune, Mera y Freia.

De su bondad traicioné su deseo,

que por su gracia sentenciaron mi plea.

Que mis memorias te guíen.

Que mis memorias hagan justicia,

Que para tí,

el primero de tu Ciclo,

te convierta en el primero,

y el último"

El muchacho se retiró la capucha, dejando caer sobre sus hombros una larga y fina cabellera de color dorado, y leyó aquellas palabras en su cabeza con tanta solemnidad, que a pesar de que no articuló ninguna de ellas, el eco retumbó en la caverna con la misma suavidad que el repiqueteo del agua.

A ti, a quien sujetas entre tus manos mi última voluntad; mis recuerdos plasmados en este diario. No se ni quién, ni qué eres; lo que si sé, es que la magia de las semillas te permitirán leer estas líneas si creen que tu corazón es lo suficientemente digno como para revelarte sus secretos. Y si no lo eres, tampoco lo sabrás, pues tus ojos, si es que tienes ojos, solo verán burdos o elegantes trazos según tu perspectiva, si es que también tienes perspectiva. Y si es así, tendrás entre tus manos, si es que tienes manos, la historia de como lo tuve todo, y a la vez dejé al mundo sin nada. Salvo a ti, que te dejé esta cueva y estos libros.

Jamás sabré quién eres, pues saberlo, no es el propósito de mi última voluntad. Sin embargo, que tu sepas quien soy si lo es, y es de hecho, el principal motivo por el que escribí las líneas que ahora mismo estás leyendo.

Sobre todo, quiero que comprendas el cómo y el por qué, hice lo que hice. Y cómo sin saberlo, sentencié a mi Ciclo a su fin.

El muchacho buscó un recodo liso en el que acomodarse a leer el diario. Arrastró una mesita de madera, colocó sobre ella el farol de aceite, y pasó página con sus finos y delicados dedos.

El extraño autor del diario, que lo había firmado con una "E" en la parte inferior izquierda, tituló aquel comienzo cómo: "Las Lágrimas del Zafiro".

Las Lágrimas del Zafiro [ONC '24]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora