Capítulo 6: Hasta Luego

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Permaneció inmóvil, observando cómo la silueta se perdía en la distancia. Tras unos momentos, con un suspiro que parecía cargar todo el peso de su alma, se obligó a girar sobre sus talones y continuar su camino.

Se hizo una promesa silenciosa: esto no sería un adiós definitivo, sino un simple hasta luego. Se aferró a esa esperanza con todas sus fuerzas, permitiendo que la determinación llenará su corazón y que el recuerdo de aquel encuentro se grabará en su mente.

«¿Por qué se habrá ido tan rápido?», se preguntó, mientras un torbellino de interrogantes inundaba su pensamiento. Sabía que las respuestas tendrían que esperar hasta su próximo encuentro.

Con la promesa de un reencuentro latiendo en su pecho, comenzó a caminar hacia su hogar, consciente de que el crepúsculo se acercaba. El aire fresco de la tarde acariciaba su rostro, ofreciéndole consuelo mientras avanzaba por el sendero ya conocido.

Al llegar a casa, el cansancio de un día largo y lleno de emociones se desvaneció al ser recibido por el cálido abrazo de su hogar y el aroma reconfortante que emanaba de la cocina. Se dejó caer en el sofá, entregándose al alivio que le brindaba el descanso.

No pasó mucho tiempo antes de que la voz familiar lo llamara desde la cocina.

—Lávate las manos y ven a comer.

—¡Ya voy! —respondió, con un tono que reflejaba tanto su hambre como su gratitud.

Tras lavarse las manos, se sentó a la mesa, donde le sirvieron un generoso plato de arroz.

—Gracias. ¡Buen provecho!

—Igualmente, hijo.

Después de la cena, recogió la mesa y, siguiendo su rutina, se dirigió al sofá en busca del libro que había dejado allí. En su habitación, organizó su escritorio meticulosamente, buscando el orden que tanto apreciaba. Una vez satisfecho, se acomodó en su silla y se sumergió en la lectura. Alternó entre la cama y el escritorio, estirándose de vez en cuando para cambiar de postura. El tiempo pasó volando hasta que llegó al final del libro, que resultó ser más breve de lo que esperaba.

—¡Ah! ¡Por qué lo bueno siempre acaba tan rápido! —exclamó con un suspiro.

Con el libro ya terminado, decidió dedicar unos momentos a su diario de cosas positivas.

19 de julio:

Hoy, el destino me ha sorprendido con un encuentro inesperado. A pesar de la sorpresa, logramos entablar una conversación y descubrimos que compartimos muchas afinidades: el amor por las letras de un mismo escritor y la pasión por el mismo deporte. Estoy convencida de que hay más que nos une, y anhelo la oportunidad de conocerlo mejor.

Cuando terminó de escribir, levantó la vista y, por casualidad, su mirada se encontró con el pequeño muñeco de Min, que yacía sobre la caja de accesorios. Con un gesto casi inconsciente, lo tomó entre sus manos y lo examinó con detenimiento, cada trazo y color celeste le recordaba a él.

«No quiero hacerme ilusiones y acabar como siempre», pensó con un suspiro. «Cada vez que intento conocer a alguien, no sale bien. Siempre terminan alejándose y las cosas quedan en un 'casi algo'». Estas palabras, cargadas de resignación, resonaban en su mente mientras el muñequito de Min, entre sus dedos parecía ofrecerle un silencioso consuelo.

Dejó el muñequito en su lugar.

—No me voy a quedar aquí consumiéndome por estos pensamientos que no me aportan nada —murmuró a sí mismo, mientras sus dedos se deslizaban para coger el móvil de su bolsillo, al abrir el móvil entró a Line y comenzó buscando el nombre de Jei.

19 de julio, 15:32 a.m.

Jih:

«Hola Jei! ¿Te apetece ir a jugar a baloncesto?»

Leído a las 15:40 a.m.

Jei:

«¡Sííí, que hace días que no salimos juntos!»

La emoción era palpable incluso a través de la brevedad del mensaje.

Jih:

«Pues genial, nos vemos a las 16:00 debajo de mi casa.»

Sintiendo cómo la perspectiva de pasar tiempo con su amigo le levantaba el ánimo.

Jei:

«Perfecto»

Con los planes ya establecidos, sintió cómo la pesadez de su corazón se aligeraba. La simpleza de jugar al baloncesto con un buen amigo prometía ser un respiro ante las complicaciones de la vida.

Guardó su diario en el cajón y procedió a cambiarse como era su costumbre. Al estar listo, notó que aún llevaba la tirita. Decidió dejarla en la caja de accesorios como un pequeño recuerdo.

«¿Cómo puedo estar haciendo esto? Es tan cursi y algo asqueroso», pensó. «Es increíble lo que puede hacer el amor cuando te enamoras».

Ya preparado, bajó las escaleras con dos escalones a la vez y se dirigió al salón.

—Mamá, ¿dónde está la pelota de baloncesto? —preguntó, mirando alrededor con aire de confusión.

—Como que la dejaste en la entrada, la tiré —respondió su madre con una sonrisa traviesa.

—¿Cómo? —su voz se elevó en una mezcla de sorpresa y pánico.

—Es broma, está en el balcón, la dejé allí —dijo ella, riendo ante la expresión aliviada de su hijo.

—Ay, qué alivio, me has asustado —exhaló, llevándose una mano al pecho.

—¡Así no volverás a dejar las cosas tiradas! —advirtió su madre con tono juguetón.

—Vale, vale. Gracias, mamá. ¡Te quiero! —dijo él, con una sonrisa cálida.

Al recoger la pelota, salió de casa para esperar a Jei.

19 de julio, 16:00 a.m.

Jih:

«¿Dónde estás?»

Jei:

«¡Ya estoy aquí!»

Leído a las 16:01 a.m.

Levantó la mirada para ver si Jei realmente había salido de casa.

—¡Jei! ¡Llegas tarde! —exclamó con un tono amistoso, mientras agitaba la pelota en el aire.

—¿Cómo que llego tarde? —mostró su móvil con una sonrisa burlona—. Solo ha pasado un minuto.

—Bueno, bueno —dijo rodando los ojos con afecto antes de pasarle la pelota—. ¡Vámonos!

Para llegar más temprano, decidieron tomar el bus que pasaba a dos calles de su casa. Una vez que llegó el bus, subieron y buscaron asientos cerca de la ventana. Mientras el vehículo iniciaba su recorrido, Jei sacó su móvil y comenzó a mostrarle algunos vídeos de jugadas de baloncesto que había encontrado inspiradoras.

—Mira esto —dijo señalando la pantalla con entusiasmo.

Se inclinó para ver mejor y no pudo evitar sonreír ante la habilidad del jugador en el vídeo.

—Algún día haremos eso —respondió con confianza, devolviendo la sonrisa.

El bus se llenó de gente en las siguientes paradas, pero ellos estaban tan absortos en su conversación sobre estrategias y jugadores favoritos que apenas notaron el bullicio a su alrededor.

Finalmente, se acercaban a la pista de baloncesto y la luz del sol comenzaba a ceder ante las sombras de la tarde. La cancha estaba casi vacía, salvo por una figura solitaria que lanzaba la pelota al aro con una precisión impresionante. A Jih, al verlo, le pareció reconocer al chico.

El muñequito celeste Donde viven las historias. Descúbrelo ahora