Capítulo 7: Nuestro momento

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Mientras avanzaban, el chico que le resultaba familiar se giró.

—¡Hola, Jih! —saludó, su voz resonando en el aire.
—¡Hola, Min! —respondió Jih, su rostro iluminándose con una sonrisa de sorpresa—. Qué inesperado encontrarte aquí.
—¿Quién es él? —Jei susurró a Jih.
—Te lo contaré más tarde —respondió en un susurro, una sonrisa misteriosa jugando en sus labios.
—Sí, qué sorpresa —dijo Min, su mirada recorriendo la figura de Jih—. Ya veo que tu herida está muchísimo mejor.
—Sí, gracias a ti se esta curando más rápido —respondió con risa nerviosa llenando el aire.

Jih luchó por ocultar sus emociones, su nerviosismo evidente como si nunca hubiera hablado con un chico antes.

—¿Y no me vas a presentar a tu amigo? —preguntó Min, su tono juguetón.
—Ayy, Jei este es Min. Min este es Jei, mi mejor amigo —dijo Jih, señalando a cada uno a su vez.
—Encantado de conocerte —dijeron juntos, mientras se daban la mano, una sonrisa amigable en sus rostros.
—Bueno, ¿qué quieres jugar? —preguntó Jih, su mirada desafiante.
—Podemos empezar calentando un poco, vamos a ver quién canasta más —propuso Min, su tono competitivo.
—Me parece buena idea —respondió Jei, su entusiasmo evidente.

Después de un breve debate, decidieron usar la pelota de Min. Jih, sosteniendo su propia pelota, se dirigió al banquillo para dejarla. Mientras caminaba, podía sentir la emoción del juego que estaba a punto de comenzar. Dejó su pelota cuidadosamente en el banquillo, asegurándose de que estuviera segura.

Al regresar al campo, Jih podía sentir la anticipación en el aire. Miró a Min y Jei, quienes estaban esperando ansiosos su regreso. Con una sonrisa en su rostro, exclamó:

—¡Ya estoy listo! —La emoción en su voz era evidente mientras se preparaba para el juego que estaba por comenzar. Su declaración fue recibida con sonrisas y asentimientos de sus amigos, todos listos para el juego.

El juego de baloncesto entre Jih, Min y Jei se intensificó. La cancha resonaba con el sonido de sus risas y el rebote de la pelota. Se desafiaban mutuamente, cada uno tratando de superar al otro, hasta que el sudor empapaba sus frentes y la respiración se volvía pesada. Estaban jugando hasta el límite, disfrutando de cada momento.

Justo cuando se estiraron en el suelo para descansar, el móvil de Jei empezó a sonar. Con una expresión de disculpa, se apartó un poco para atender la llamada.

Colgó la llamada y se volvió hacia sus amigos, una expresión de disculpa en su rostro.

—Chicos, tengo que irme. Mi tío ha venido a visitarnos y mi madre quiere que vuelva a casa.

Después de que se despidieran de él y mientras se alejaba, Jih no pudo sentirse nervioso.

«¿Ahora qué voy a hacer yo a solas con él?», se preguntó.

—Bueno, ¿qué te apetece hacer ahora? —preguntó, mientras se sentaba.
—Podríamos seguir practicando —respondió, sentándose a su lado—. Me impresionó mucho la forma en que jugaste. Sería un honor aprender de ti —dijo con un tono de respeto.
—El honor será mío —respondió, siguiéndole la corriente.

A medida que conversaban, Jih se fue relajando y las palabras le salían con naturalidad. Se levantaron para que Min pudiera enseñarle algunos trucos.

—Bien, tienes que colocar esta mano aquí y la otra en este lado de la pelota.

Mientras Min le tocaba la mano para indicarle cómo debía hacerlo, Jih no pudo evitar sentir una sensación muy extraña que nunca antes había experimentado. Después de la explicación, Min le pidió que lanzara la pelota apuntando al rectángulo rojo. Siguió todos los consejos que le había dado y acertó. Emocionado, no pudo resistirse y chocó las manos con Min.

—Eres un excelente profesor —dijo, emocionado.
—Y tú aprendes muy rápido —respondió Min, contento de haberle ayudado.

Min notó algo en su mano y la levantó para examinarlo mejor.

—¡Jih! ¿Esta sangre es tuya? —preguntó, preocupado, mostrándole la mano.

Jih miró su mano y vio que la herida se había abierto mientras jugaban al baloncesto.

—Déjame buscar mi mochila —dijo, apresurándose a buscar su mochila. Sacó una botella—. Voy a limpiarte la herida y ponerte una tirita para que no se infecte. Si te duele, me lo dices, ¿vale?

Jih comenzó a sentir la misma sensación extraña. Siempre había tenido que buscar soluciones por sí mismo, pero desde que conoció a Jei en su último año de instituto, todo cambió. Tenía un amigo en quien confiar, un amigo que no lo juzgaba por nada y que lo apoyaba en todo. Aunque esas sensaciones eran agradables, esto era diferente. Se sentía como si hubiera sido transportado a otro mundo.

—Vale —respondió, absorto en sus pensamientos.
—Ya está, ¿te ha dolido? —preguntó Min con una sonrisa—. ¿Jih?
—Ah, no, no me ha dolido —respondió Jih, volviendo a la realidad—. Gracias.

El cielo se nubló y oscureció rápidamente. Min levantó la vista, sintiendo las primeras gotas de lluvia caer sobre su rostro. En ese momento, se apresuraron hacia un banco para resguardarse de la lluvia.

—Creo que esta tormenta será fuerte —dijo, levantando la voz para hacerse oír sobre el sonido de la lluvia.
—Sí, parece que vamos a quedarnos aquí un rato —respondió, buscando un lugar seco en el banco para sentarse.

Min se sentó a su lado, mirando hacia el horizonte oscuro.

—Al menos estamos juntos —dijo con una sonrisa, buscando consuelo en la compañía de su amigo.

Jih no pudo evitar sonrojarse por lo que le dijo.

—Sí, eso es lo importante.
—Estás rojo, ¿te encuentras bien? —preguntó preocupado.
—Sí, sí, sí estoy bien, seguro es por haber practicado mucho —respondió con nervios.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó pensativo—. No creo que vaya a dejar de llover.
—Podemos ir a la parada de bus —propuso—, y así ir a mi casa, bueno si tú quieres claro —dijo mientras le miraba a la espera de una respuesta.
—V-vale me parece una idea

Min se colgó la mochila al hombro y, acto seguido, agarraron sus pelotas (las de jugar, claro) y se lanzaron a correr bajo la lluvia. Las risas les acompañaban mientras las gotas les empapaban.

—No hay nada como sentir la lluvia en todo el cuerpo —dijo Jih, mirando al cielo y estirando los brazos.
—¡Totalmente! —respondió Min, imitando el gesto—. Vamos a la parada del autobús antes de que nos deje plantados.

Corrieron por las calles, disfrutando de ese momento. Finalmente, llegaron a la parada y se refugiaron bajo el techo.
—Por fin llegamos —dijo Jih, jadeando y apoyándose en las rodillas—. A ver si el bus nos deja subir, estamos empapados.
—Mira cómo chorreas —se burló Min—. Bueno, yo tampoco estoy en mi mejor momento —añadió riendo mientras se sentaba.
—Menudo día —comentó Jih, riendo también.
—Estoy empezando a tiritar de frío —dijo Jih, frotándose las manos.

De repente, sintió el brazo de Min rodeando su cintura. Miró al frente, sorprendido por ese gesto inesperado.

—¿Ahora te sientes mejor? —preguntó Min, acercándose más a él.

Continuará...

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⏰ Última actualización: Feb 25 ⏰

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