Primera Revolución (De 0 a 25 BPM)

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¿No resulta curioso el cómo las acciones más pequeñas e insignificantes pueden llegar a cobrar un importante sentido? Ya sea para bien o para mal.

Un ejemplo de esto fue el sentimiento que le provocaba la muchachita de enormes y expresivos ojos que, durante toda la semana se la paso con la misma extraña actitud en mayor o menor medida y que dejo pensando en muchas ocasiones al más joven de la familia Komi.

A cualquier otra persona no le hubiese dedicado más que un análisis ligero y de llegar a una solución la tomaría y seguiría con su vida, y de no hacerlo lo dejaría por la paz y se concentraría en algo más interesante. El problema era que aún no se daba cuenta de la relevancia que había tomado la pequeña pelinegra en su vida.

Ahora estaba, por petición de ella esperándola con aparente paciencia. Era sábado, el día en el que ambos acordaron reunirse para finiquitar aquella estúpida asignación. El problema es que, aunque aparentaba bien, su mente era un revoltijo.

En general no había motivo para que estuviera nervioso, solo era una tonta tarea como las demás. Pero al estar tan acostumbrado a su impetuoso carácter, su nueva actitud, su negativa a verlo y en muchas ocasiones a dirigirle la palabra era, cuando menos, estresante.

Algo que no muchos sabían de su forma de ser era que, aunque tenía pocos allegados, eran estas mismas personas a las que valoraba y cuidaba enormemente. No por algo lo sucedido hace tiempo con Yume aún le rondaba la cabeza. Y por muy molesta que fuera en ocasiones la verdad es que le había tomado aprecio a Hitomi.

Observo que su reloj marcaba las 11:45 am, la hora acordada fue el medio día por lo tanto no faltaba mucho para que llegara. Trono de nueva cuenta los dedos de sus manos y resoplo por milésima vez. ¿Qué diablos le habría hecho como para que lo tratara de esa manera?

Dio un último repaso a su habitación y comprobó que todo estuviera en perfecto estado. Justo estaba por descansar un poco la cabeza en lo que la chica llegaba cuando escucho el timbre de su hogar. Respingo al mismo tiempo en el que ese ligero malestar en el estómago le sirvió como trampolín para ponerse de pie y dirigirse a escaleras abajo.

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Acicalo su cabello una última vez frente al espejo antes de hacer su característico peinado de siempre, tomo su abrigo, su bufanda y sus cosas para dirigirse a la puerta. No sin antes tomar una pequeña bolsa con galletas caseras que su madre enviaría a la familia Komi.

Era sábado, día en el que tanto Shousuke como ella quedaron de realizar el absurdo trabajo que el profesor de humanidades dejo en sus manos. Y a ser sincera, aun se sentía algo nerviosa al estar cerca de él.

No porque sintiera algo por el chico, que va. Pero le era inevitable recordar su pequeña travesura y que de nueva cuenta se le subieran los colores al rostro.

Hundió las mejillas en la enorme bufanda sin percatarse del ligero rubor que las envolvía y la ajusto por centésima vez antes de girar la perilla y dirigirse a su encuentro, mejor terminar con el insufrible asunto de una vez y continuar con su vida. Al principio se dijo a sí misma que no hizo nada malo y que ''eso'' solo se quedaría en una única ocasión y ya. No había forma de que el taciturno muchacho se enterara de sus urgencias. Porque solo fue eso. No tenía nada de qué avergonzarse.

Aunque no sabía porque cada vez que pensaba en eso le sonaba a excusa.

Bajo las escaleras y emprendió el conocido camino, el frio seguía haciendo estragos en la ciudad y parecía no tener fin, por alrededor de 15 minutos se olvidó del nerviosismo que llevaba cargando por una semana, mismo tiempo que tardó en llegar a su destino.

Observo un par de segundos el timbre antes de dignarse a tocarlo. No quería que esa aura de incomodidad entre ambos continuara, y eso en parte era su culpa y lo sabía.

De Cero a Cien.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora