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Cuando el cielo de Boston se volvió incontrolable fue la advertencia que necesitaban los humanos para abandonar el lugar, no se necesitó nada más que los rayos y grandes vientos que podían destruir edificios para ahuyentarlos a todos. Corrían despavoridos y sus gritos inundaban las calles más de lo que el agua lo haría cuando empezaran los huracanes que traía su llegada, no necesitaría tanto tiempo para que ellos desalojaran por completo.
El rey decidió que eso no sería tiempo suficiente.
Atacó a cada humano que vio mientras disfrutaba del espectáculo que sucedía bajo sus garras. Acorralando a los más pequeños en lo que se suponía que era una escuela, no dudó en destruirla —lo que quedaba de ella— y cuando ningún humano salió de ahí, San soltó una risa de satisfacción. No les importaban realmente aquellas criaturas que parecían dueñas de ese planeta, no las consideraban un estorbo, lo que hacían era meramente diversión. Pensaban que era divertido cuando se retorcían intentando escapar, era como un viento ligero en ese planeta, ese viento que les recordaba firmemente su propio hogar y cómo funcionaban las cosas para ellos. Habían hecho lo que era necesario para sobrevivir en el pasado y ahora gozaban del privilegio que el poder les brindaba para atormentar a quienes no lo tienen. Les resultaba increíble. Los tres hermanos eran diferentes, pero compartían la misma sensación cuando aplastaban aquellos humanos, algo que deseaban hacer fuertemente con su soldado más fiel. Esos pensamientos de aplastar a aquel pteranodon terrano crecía constantemente en su interior, no podían evitar querer verlo llorar y suplicar, pero ahora no podían, no mientras les fuera tan útil como lo fue desde que lo conocieron. Les brindó una calida bienvenida cuando llegaron, los dejó disfrutar su interior bajo súplicas que fueron calladas con su propio dolor. Algo que deseaban repetir fuertemente desde el momento en el que se deshicieron del lagarto que gobernaba este mundo. Tal vez disfrutarían de aquello pronto.
El ruido los alertó, una llamada, un mensaje de guerra que provenía de lo que parecía un coliseo para ellos pero que era llamado estadio por los humanos. Se dirigió al lugar a paso apresurado, notando que bajo sus pies no había más humanos. Las nubes fueron más rápidas que ellos y llenaron todo, la guerra comenzó a sonar más fuerte y vieron de dónde provenía aquel ruido. Ichi se acercó al gran ventanal del coliseo y observó la cría humana. Sabía que las crías solían ser estúpidas, pero para él esto fue la cosa más idiota que podría haber hecho, le declaro una guerra que ella perdería. Los rayos subieron de su garganta a su hocico y finalmente los expulsó en un ruido agudo, destruyendo el lugar. No necesitaban hacer eso, podrían haberlo destruido justo como hicieron con la escuela, pero quisieron enseñarle una lección a esa niña, una que debieron darle sus padres.
Lo que no imaginaron era que salió corriendo de allí, la vieron cuando cayó y arrojó aquella cosa que emitía el ruido. Dispuestos a matarla, volvieron a hacer que los rayos de gravedad subieran hasta sus bocas, lo lanzaron pero no dio en ella, en su lugar ellos mismos cayeron cuando el aliento atómico del rey de los monstruos impactó en ellos.