Cinco

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Cerré los ojos para que Max creyera que estaba dormido. No tenía la menor intención de dormirme. Si no ¿Cómo podría escaparme? Pero el sueño no llega o se va cuando uno quiere y el ángel de los sueños se aferraba a mí como si no tuviera otra cosa que hacer hasta mañana. Yo sentía la cabeza entre las nubes. Ya no sabía si estaba soñando o no.

Al mismo tiempo que me resistía al sueño, seguía los movimientos de Max con el oído, lo oí servirse agua de la llave. La imagen de mamá llorando se instalo en mi mente.

Él se desvestía y yo pensaba: ¡Sí ella logro avisarle a papá, debe estar muy preocupado! El apagador hiz clic. Me imagine al elnopapá hecho una furia, jurando que me daría la golpiza de mi vida.

El colchón rechino, Max se había acostado. Me quedé un momento pensando en cuando viviamos los tres juntos, papá, mamá y yo, y que nos queríamos los tres. Era bonito ¿Por qué será que el amor no es para toda la vida?

Ya no había ruidos. Alcé los párpados, un poco nada más para poder mirar entre pestañas.
La ventana no tenía postigos. Allá afuera, el viento se había llevado las nubes.

De vez en cuando todo se volvía rojo por un anuncio de neón que se prendía y apagaba en la calle.

Mire bien a Max mientras constaba despacio en mi cabeza. Cuando llegara a quinientos, me levantaría y me iría. Pero mi escape falló. No había llegado a doscientos todavía, cuando Max se incorporó de repente. Dirigió la vista hacía mí. No me moví ni un centímetro. No se dio cuenta, yo seguí observandolo.

Fue a buscar algo en el fregadero. Era una cucharilla, la distingui cuando regresó a sentarse al borde de la cama. Volvió a hechar una mirada hacia mi.

Con la cuchara tomo un poco de agua de un vaso que había sobre el buró, la coloco junto a la lámpara y pasó una mano por debajo del colchón.

Sacó una bolsita de papel blanco; no era realmente una bolsita, si no más bien una hoja doblada en cuatro. La abrió con gran precaución y la inclino en la cuchara.

Luego tomo un encendedor y pasó la llama por debajo de la cucharita, para calentar lo que había. Volvió a ponerlo bajo la lámpara.

Todo eso me dio escalofríos, por que ya me imaginaba lo que estaba preparando. Lo había visto en el cine, en una película policiaca, sólo que esta vez era verdad. Así que cuando abrió el cajón yo sabía lo que iba a sacar de allí y cerre los ojos con fuerza.

Con tanta fuerza que mi frente debió tocar mi nariz.
Odio las jeringas.
Detesto la inyecciones desde que tengo memoria.

Mi mamá es enfermera y, cuando era chico, me llevaba a sus visitas. He visto como inyectan a decenas de personas con agujas de todos los tamaños. Pero nunca me acostumbre. nunca.

Siempre me daban ganas de vomitar, me tapaba los ojos con las manos, dejando los dedos separados para poder ver algo de todos modos. Me horrorizaba, pero no podía dejar de mirar. A la gente le parecía cómico, era el "payasito" de la enfermera.

Algunos hasta exageraban los gritos de dolor para acerme estremecer, como si fuera un juego. A mí se me revolvía el estómago todavía más.

Hasta el día que deberas vomite sobre la alfombra cuando vi como inyectaban a una ancianita. Dejé de ir con mamá. Una jeringa me aterraba más que una pistola.

Pero Max no era un enfermera, su jeringa era para drogarse. Y nada más imaginarmelo se me revolvió el estómago como entonces.

Max, me pregunté tantas veces por que hacías eso. Creo que lo enteindo cuando pienso en aquella noche.

Ni siquiera en tu cama lograbas soñar...

~ န ~

Bueno, que les digo, ya ven por que les digo que no era lectura para una niña de 9-10 años.

Trsote mes deja leer este libro siempre, en fin, nos seguimos leyendo

Un pacto con el  diablo.   ❉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora