Capítulo O4

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Para Jungwon, volver a pisar el negocio de los Park, era sinónimo de encontrar un baúl de recuerdos que juró nunca volver a abrir.

Jamás ingresó de nuevo a la carpa, le bastaba con verla por fuera para sentir una incontenible repulsión conectada a un odio escabroso y exclusivamente, se acercaba cuando se presentaba la oportunidad de molestar a Jay.

Años de no presenciar esa extraña aura, tanto tiempo de no ver la variedad de libros en los estantes y la mesa donde las lecturas se llevaban a cabo.

No estaba asustado, la sensación de sentirse observado era común al entrar, el lugar era tétrico pero se trataba de simple ambientación para que los clientes creyeran todas las premoniciones, el mobiliario realzaba el misterio y los colores oscuros aportaban la chispa adecuada.

Lo normal para ese tipo de sitios, pura apariencia.

Y si estaba otra vez ahí, era únicamente por el estúpido elefante que le fue regalado la noche anterior; lo traía cargando bajo el brazo, el cuerpo regordete del pobre animal afelpado era aplastado mientras que su trompa, colgaba casi con melancolía.

Era como si supiera que lo iban a devolver, como si fuera a extrañar la forma en que un humano lo abrazó toda la madrugada al dormir...

Tonterías.

Al plantarse en la puerta, Jungwon resopló mientras su mente trabajaba al imaginar las posibles escenas que podían desarrollarse en cuanto alguien lo recibiera. Si se trataba de Selene, sencillamente la saludaría con amabilidad, le pediría de favor que le entregara el peluche a su hijo y se iría, regresando a su rutina normal para olvidarse del humillante momento que vivieron en el juego de feria.

En todo caso, si Jay era quien aparecía por debajo del umbral, la devolución no sería cortés y probablemente, soltaría unas cuantas maldiciones en su contra, con el afán de recalcar el repudio que sentía hacia él.

Con sus opciones claras, dio los tres toques a la madera en un llamado y esperó, dando una zancada en retroceso para no invadir el espacio personal de nadie.

Transcurrió medio minuto y nadie atendió, así que tomó la decisión de repetir el proceso, golpeando nuevamente con decencia.

Luego de unos segundos extra, el picaporte giró y la puerta fue abatida, dejando ver a un Jay recién despierto, portando una vieja pijama de pantalón a cuadros y camiseta holgada.

Maquinalmente, frunció el ceño al toparse con el semblante burlón del menor.

—¿Qué carajo haces aquí? —masculló, al tallarse un ojo—. ¿Quién te dio permiso de entrar como si nada a mi carpa?

Le costó aterrizar la mente, odiaba que lo despertaran.

—Yo no necesito el permiso de nadie, es un honor que yo te visite —le respondió, viendo su flequillo alborotado—. Pasan de las once, ¿cómo es posible que apenas te levantes?

Jungwon consideraba un pecado pararse tarde de la cama; la alarma de su celular sonaba a las ocho en punto y en ese instante, su día comenzaba.

—Eso es algo que no te incumbe —gruñó, antes de bostezar—. ¿Qué diablos quieres?

Seguía somnoliento, su sueño fue interrumpido y aún le faltaba una hora de descanso.

—No me sorprende, nada se puede esperar de un holgazán como tú —curvó una ceja, mirándolo con repugnancia—. Como sea, vengo a devolverte tu porquería.

Acompañado de su despectiva frase, extendió el brazo y sujetó con la punta de los dedos, la gran oreja del elefante.

—¿Mi porquería? —se jactó con ironía—. Eso no es mío.

𝙄𝙏'𝙎 𝘼𝙇𝙇 𝘼𝙉 𝘼𝘾𝙏 » 𝙅𝘼𝙔𝙒𝙊𝙉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora