Justo a la hora que había prometido, Alan estaba plantado como un clavel en la puerta de mi residencia aguardandome.
Pero esta vez había venido con su moto, a la que me negué a montarme al principio, pero al final se me hacía tarde y termine subiéndome a regañadientes.
No puedo decir que el viaje fue placentero, tampoco terrible. Es una relación de amor y odio que aun trato de entender.
Pasé la mañana recorriendo las instalaciones del cliente, mostrando folletos y patrones. Cuando llegamos al sector del jardín, donde se desarrollaría un proyecto paisajístico, me presentaron a Katy.
Katy era el nombre que habían asignado a una tigra cachorra de 83 kilogramos que se paseaba como "gato por su casa" dentro de los muros del patio de la edificación.
Los socios estaban encantados con su nueva adquisición, y estoy segura que nadie se osaría a ingresar a los terrenos al darse cuenta el animal que allí aguardaba.
Casi habíamos terminado de hacer el recorrido cuando me indicaron que estaba por llegar el segundo socio que venía con retraso, y con el cual era la primera vez que me reunía.
Como era ya casi la hora del almuerzo decidimos hacer una pausa para comer y retomar con ambos socios el final de los planos. Habíamos decidido comer en un restaurante no muy lejos, donde se servía buena comida libanesa.
Estábamos intentando decifrar la carta, yo iba acompañada con Dayan y el socio con su esposa.
Una 5ta persona se unió a la mesa. Necesite parpadear unas cuantas veces para confirmar que mis ojos no me engañaban.
Marcus en carne y hueso se había materializado frente a mí.
Saludo a los presentes como si se conocieran de toda la vida, mientras yo en silencio estuve a punto de atragantarme con el trago.
Se presentó con su encantadora sonrisa falsa como si nunca me fuera visto.
Toda la mesa tenía los ojos puestos en nosotros. Sentía como la sangre comenzaba a hervir y a subir hasta la cabeza. Le devolví el saludo con un forzado estrechón de manos.
Se me había quitado el apetito, en cuanto llego la comida apenas probé bocado.
Pude validar que Marcus se había hecho socio de mi cliente unos meses antes, cuando el proyecto estuvo a punto de cerrarse sin apenas arrancar, por falta de capital.
Mi exesposo como un caballero de corcel blanco, apareció en el último momento para salvar la inversión, intentando una importante cantidad de dinero que permitió la contratación de mi empresa entre otros gastos a cubrir.
Lo curioso de todo es que había cambiado su nombre por Ignacio Ricovelli, por lo cual cuando revise los documentos nunca me di cuenta que se trataba de él. Una jugada astuta, entre tantas que llevaba bajo la manga aquel estafador.
Por su sonrisa burlona entendí que él estaba al tanto de la asociación del proyecto conmigo y podría asegurar que habría sido su idea en primera lugar.
Me cabreaba verle tan tranquilo. Prepotente. Cómo si fuera el amo y señor de todas las cosas. Intocable. Durante la velada solo podría pensar una y otra vez, mil formas de partirle la cara y terminar de borrar esa estúpida sonrisa del rostro.
Respire profundo una vez más, intentando calmar mis emociones, pedí permiso para retirarme cuando todos los ejercicios de relajación dejaron de funcionar. Necesitaba poner distancia entre aquel sujeto y mi persona.
Me fui disparada al baño, el único recinto sagrado que él no podría violar.
Abrí el chorro de agua y me lave el rostro. Me mire al espejo y vi a una persona desconocida, estaba pálida como si estuviera descompuesta.
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Amor entre cuerdas
RomanceAvril es una diseñadora de interiores con una vida lo que ella consideraría lo bastante normal, pero todo parece ponerse patas arribas desde que asiste a una pelea ilegal de boxeo donde conoce a un boxeador llamado Alan, por el cual se siente atraíd...