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Comenzaba a anochecer. El frío viento rozaba mis orejas. Sabía que tenía que traer mis orejeras.

Estornudé por novena vez en ese día desde que salí de casa. Restregué mi nariz contra la bufanda para cubrirme más de las bajas temperaturas. Olfateé el olor de mi madre ya que dicha bufanda le pertenecía. La extrañaba.

Hace medio año que sucedió. Mi madre fue cubierta por el manto de la muerte después de haber luchado incansablemente contra el cáncer. Tenía 17 años en ese entonces, ahora tengo 18. No ha pasado mucho pero siento como que hubieran pasado décadas. Sin ella las cosas no son lo mismo.

Mi nombre es Kotarou, solo Kotarou, no me gusta usar el apellido de mi padre pues este nos abandonó hace años.

Pero bueno, ese no es el tema. ¿Por qué salí tan tarde? Necesitaba comprar supresores. Soy un Omega, no hay más explicaciones. Mis supresores se habían agotado hace días, pero mi celo está cerca. Tal vez ya esté empezando a liberar feromonas pues algunos alfas no dejan de mirarme. Me siento acechado, aunque eso ha sido siempre.

Caminé más rápido en dirección al supermercado, pero sentí pasos detrás de mi. Traté de no asustarme, podría ser cualquiera. Calmado seguí mi paso hasta que sentí una mano en mi hombro y desagradables feromonas de alfa rodear mi cuerpo.

Me quedé paralizado, era un alfa dominante.

—¿Que hace un Omega tan lindo como tú por esta zona a esta hora?— preguntó con una voz seductora.

No le respondí, aunque sabía que tal vez me obligaría a hacerlo. Solo retiré su mano de mi hombre y comencé a correr a cualquier lugar lejos de ese alfa. Aunque no duró mucho.

—¡Quieto!— usó su voz de alfa.

Mi cuerpo respondió a la voz aunque solo quería salir corriendo. No tuve más opción que quedarme en el lugar donde estaba y esperar a que ese asqueroso se acercara.

—No deberías huir así de un alfa— habló nuevamente a mi lado.

De mis ojos se escaparon unas lágrimas de la impotencia. Quería escapar de ahí.

El desconocido me rodeó con sus brazos y me tiró al suelo. Cabe resaltar que pedir ayuda sería imposible por varios puntos: 1•Era de noche, 2•No era un lugar muy transitado ya que estaba cerca de un bosque y 3• Estábamos en un callejón.

Comenzó a acariciar mi cintura y solté un suspiro lastimero. Pero ví mi oportunidad de escapar. Justo cuando se levantó un poco para sacarme la camisa lo pateé en la entrepierna, y aunque no tuviera fuerza, le dolió.

Me levanté como pude y salí corriendo en dirección al bosque. ¿Mala idea? Tal vez. El bosque estaba lleno de animales salvajes que podrían comerme o envenenarme. Pero eso sería mejor que ser violado por un asqueroso.

Me alejé lo suficiente de la ciudad como para ya no ver los edificios y eso significaba que me había perdido. Comencé a vagar para ver si encontraba una salida pero nada. Maldigo el momento en que tuve que salir de casa. Si tan solo hubiera decidido pasar mi celo encerrado en mi habitación sin salir.

Me tiré al suelo agotado, mi celo al parecer había empezado y las fuerzas habían abandonado mi cuerpo por completo. Sentí unas hojas moverse pero sinceramente ya no me importaba.

Un pelaje negro apareció frente a mi, unidos unos ojos verdes que brillaban en la oscuridad de la noche y una marca debajo del ojo derecho. Un lobo. Definitivamente era un lobo pero sentí que me habló.

—Omega, tranquilo— y se acercó a mí.

Por alguna razón no sentía miedo de ser devorado, quería que se acercara y quería acariciarlo.

El Omega del jefe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora