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   —Démosle un voto de confianza a mi hermano —dijo tras escuchar el relato de su esposa—. Permitamos que siga cortejándola. Al menos por unas semanas más.

—¡Lorenzo! ¿Y si en ese tiempo la deshonra? —contestó Sabina alarmada, porque sabía, la virginidad era un asunto bastante serio, y una vez una dama la perdía, antes de contraer matrimonio, su reputación y la de su familia quedaba mancillada para siempre—. Tengo una responsabilidad para con ella y para con mis tíos.

—No subestimes a tu prima. He mantenido poco trato con ella, pero considero, no es una chiquilla tonta, ni mucho menos una ofrecida como sí lo es su hermanita, la futura duquesa de Wellington —bromeó él, y su esposa no pudo evitar carcajear. En la alcoba ambos se permitían dejar la hipocresía a un lado y ser completamente honestos sobre lo que pensaban—. No le va a abrir las piernas a Stefano, por mucho que este la agasaje, no hasta que le lleve al altar, y si él está verdaderamente enamorado de ella, terminará haciendo las cosas como es debido. ¿Quién sabe? Tal vez Cécile sea esa clase mujer.

—¿Qué clase de mujer?

—La que cambia la vida de un hombre, para bien, porque le inspira a ser una mejor versión de sí mismo. Eso fuiste tú para mí.

—Lorenzo Mozzi... —expresó Sabina con cariño—. Si alguien me hubiera dicho cuando te conocí, que acabarías siendo así de tierno, no le habría creído.

—Un hombre tierno puedo ser, vita mia. Pero solo contigo, y para ti. —Le besó por el cuello, y ella se rio escandalosamente.

❮❖❯

    Aquella calurosa noche de verano fue dura para Stefano; el beso voluptuoso que horas antes había compartido con Cécile, le había trastocado la psiquis y no lograba tener sosiego. No hacía más que removerse sobre las mantas mientras pensaba en su cuerpo curvilíneo, y por, sobre todo, en ese fuego que finalmente, ella había expuesto a él. Era esta una mujer delicada, pero también, ardiente. Su boca voluptuosa le había abrasado, a la par del suave roce de aquellos delgados dedos suyos, que habían vagado por su nuca y pelo dejando chispas por doquier. ¡Cosa más exquisita! Ninguna otra dama le había alborozado tanto así. Urgía por tenerla otra vez entre sus brazos para de esa forma, cubrirle el rostro y la boca de besos, para agasajarla y adorarla, como la preciosa ninfa que ella era, y, además, desnudarla y gozar carnalmente con ella. Deseaba reclamarla como suya, pero no se limitaba a lo físico. Quería una entrega absoluta de parte de la doncella. Ambicionaba su afecto y escucharle decir de la manera más fervorosa que estaba enamorada de él. Anhelaba aquello, con fuerza tan intensa, como nunca había codiciado algo en toda su vida, y por lograr ese objetivo sería capaz de cualquier cosa, incluso renunciar al poder y a la riqueza. Lo suyo, era cuál tragedia griega. Cécile Portiere era su Helena de Troya.

Al amanecer, como bien acostumbraba, desayunó en compañía de sus parientes y luego, se dirigió al Banco que regentaba en sociedad con su hermano Lorenzo. Allí se dedicó a sus pesadas ocupaciones, que consistían principalmente en la cobranza de créditos vencidos.

Como consecuencia de la peste, que en la pasada primavera había azotado la ciudad, también de los constantes impuestos que el Dux imponía a sus habitantes, la República atravesaba una fuerte recesión, y varias veces, por piedad, Stefano había tenido que conceder prorrogas y reducir el porcentaje de los intereses moratorios que recaudaba a sus clientes insolventes. Las ganancias del Banco Mozzi eran cada vez menores, aunque aún lograban sostenerse, gracias a la inmensa riqueza formada por Pietro (su difunto padre) a lo largo de tres décadas, y a esa asociación comercial que habían constituido con la familia Foscari, con el propósito de ejercer la exportación de productos hacia otras naciones de Europa y también de las Américas. Alessandro Foscari, personalmente, se estaba encargando de dirigir el nuevo negocio, y hasta ahora, existía gran beneficio para ambas familias. Su posición era ciertamente privilegiada, pero era un hombre sensible y advertía con desaliento como la pobreza y la miseria había acrecentado en Venecia. También había escuchado rumores en las calles de que un movimiento de rebeldes se estaba formando y pretendían llevar a cabo un derramamiento de sangre noble.

Pecar ContigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora