Las mujeres no estaban siendo discretas en su forma de expresarse, y aunque Charles Brandon no pudo distinguir con total claridad las palabras que estas se dirigieron, bien pudo notar el bullicio que sus gritos produjo. Preocupado, y creyéndose el responsable de la riña entre las hermanas, se acercó al cuarto donde estas se hallaban recluidas, y tocó a la puerta.
Tras advertir el choque del puño masculino contra la madera, Clarice se calló y como la gran actriz que era, disimuló su furia y desplegó ante él todos sus encantos.
—Perdónanos por ser tan escandalosas, es que no podemos contener la dicha de hallarnos nuevamente reunidas. ¿Cierto, hermanita?
—Sí, me siento azorada de tanta alegría —contestó Cécile, empleando el mismo tono hipócrita.
Charles se dio por satisfecho con la cordial respuesta de ambas, y luego, en un impulso, se acercó a la novicia y le tomó por las manos.
—¿Y qué hay de mí? Acaso, no te alegras de verme —expresó, después, le besó los nudillos de esa forma galante que en sociedad se estilaba.
—Por supuesto, Charles —contestó Cécile, con cortesía. En aquel momento, mientras él le estrechaba los dedos, no sentía nada y eso, le consternaba. Como el tacto de aquel hombre apuesto no le despertaba estremecimiento alguno, pero, en cambio, la mera proximidad de Stefano Mozzi le desbocaba el corazón—. Me contenta verte. Eres mi amigo, y muy pronto, serás mi cuñado.
La indiferencia en ella, provocó un efecto curioso en el hombre. No le agrado el notar que la doncella ya no se enrojecía al charlar con él, ni mucho menos le observaba con adoración. Esta había cambiado, era ahora arisca y algo arrogante. La novedad le atrajo sobremanera, y por breves minutos, Charles mantuvo su atención en Cécile y solo en ella, hasta que Clarice carraspeó y, de forma posesiva, le dijo que era hora de marcharse de allí y regresar a la casa de sus tíos maternos, donde estos se estaban hospedando.
Juntos, abandonaron el convento, y en el carruaje, Clarice hizo sus reproches.
—¿Qué fue todo eso?
—No sé de qué hablas.
—¡No pretendas negarlo! —demandó iracunda, aferrándole por el cuello de su camisa—. Que no soy una tonta y bien que noté el modo en que miraste a mi hermana. ¿Qué hizo ella para que ahora le encuentres de tu agrado? Es el traje de religiosa lo que incita tu lujuria. ¿Es eso? ¡Contéstame!
—Pichoncita... —dijo Charles, alarmado por tan soez vocabulario. Era la primera vez que advertía la vulgaridad en ella.
A Clarice siquiera le importaba aquel idiota, era la competencia lo que le enfurecía.
Desde la infancia había tenido que tolerar la exacerbada predilección que tanto su madre como su padre mostraban para con su hermana, quien siempre fue considerada por estos como la más brillante al tocar los instrumentos musicales, la de rostro más hermoso, y mayor habilidad para los idiomas. Era vista por todos como la representación de la perfección, y la odiaba por eso. No aguardaba hacia ella cariño alguno, más solo resentimiento. De allí que gozase, al arrebatarle el título de duquesa de Wellington.
Les había demostrado a sus padres cuan equivocados estaban, porque de nada había servido toda la belleza ni virtud en Cécile. Al final, bastó su pronunciado escote y sus desvergonzados coqueteos para que, el guapo, poderoso, y muy rico, Charles Brandon, la eligiera a ella, la hija defectuosa y problemática, como su futura esposa.
No obstante, la victoria no había sido absoluta; y eso, le provocaba inmensa cólera. No solo Charles parecía ahora muy interesado en la necia de su hermana, sino que también lo estaba Stefano.
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Pecar Contigo
RomanceEl despecho llevará a Cécile Portiere a unirse al convento, pero lo que no imaginó la joven novicia es que su convicción será puesta a prueba cuándo un guapo libertino llamado Stefano Mozzi se cruce en su camino.