Acto 34

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Treinta y uno de marzo, una diez de la mañana, Hanako estaba en el balcón, sentada en el suelo, cubierta con una suave frazada en los hombros, se apoyaba aquella jovencita en la fría pared, con las rodillas dobladas, con su brazo y aquella tela rodeando sus piernas. No podía dormir, observaba a la distancia, una mirada jade algo perdida hasta el leve ondular de los lejanos árboles, llevaba consigo, entre sus dedos un cigarrillo, uno tras otro que se mantenía fumando, a su lado una lata de refresco a medio tocar, puesta la vista fija en el horizonte, absorta en absolutamente todo, absorta en absolutamente nada, no era la primera vez que esa niña tenía aquel comportamiento, saliendo a altas horas de la noche simplemente a fumar, sin embargo, Shang que ya se había dado cuenta de ese proceder, intervenía, salía al balcón, se acercaba hasta Hanako, colocándose detrás de ella, rodeándola con sus brazos, con sus piernas, apoyando su cabeza en la nuca de esa niña, respirando de su aroma, de su esencia, exhalando su vaho en el cuello de su tan adorada reina.

—¿Eres feliz preciosa? —preguntó dulcemente.

—Lo soy, lobito.

—¿Y por eso mismo te acabas mi cajetilla de cigarros, amor mío? —dijo juguetón.

—Ja ja ja, lo siento, no pretendía romper el acuerdo, pero me perdí, discúlpame lobito.

—Pues te he de castigar. —Sonríe seductoramente.

—Comprendo cómo lo harás —sonríe tímidamente—, pero antes, ¿Me dejarías bañarme?

—¿A las tantas de la madrugada?

—No quiero que las sábanas se impregnen de mi aroma a cigarro. —Giró levemente, quedando de lado.

Shang sonrió, acarició con ternura la carita de Hanako, ella lo miraba embelesada, maravillada de ese hombre que la sostenía.

—Lobito, ¿Puedo pedirte algo sumamente cruel y egoísta?

—¿Qué desea mi reina? —Le preguntaba con una enorme sonrisa en su rostro, con una mirada llena de ilusión.

—Yo sé que lo qué te pido es realmente cruel de mi parte, porque tú también esperas esa reciprocidad, y en verdad quiero dártela, quiero que seas feliz, quiero que obtengas eso de mí, pero que me lo digas, me hace tan… Qué no se explicarlo…

—¿Y qué es lo qué desea mi reina? —Sonríe.

—Dime que me amas… —susurro avergonzada.

—Te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, mi adorada reina, mi pequeña flor.

Hanako se acurrucó más en el tórax de ese castaño de uno ochenta de alto y ojos miel, Shang por su parte comenzó a deslizar sus dedos con sigilo por la tersa piel de esa niña que sostenía, los jadeos de esa su niña lo enloquecían, se levantó con ella en brazos, besando con pasión sus labios, susurrándole en sus comisuras.

—No me importa que la cama quedé inundada del aroma del tabaco, ya no puedo soportarlo más.

Llevó a esa niña hasta la cama y la dejó caer con suavidad, lamía con intensidad el cuello de aquella jovencita de ojos jade, ella gemía sin control alguno, él la desvestía con ferocidad, ella no oponía resistencia alguna, él la besaba a su antojo, ella lo miraba fijamente, él perdía el control y la penetraba de una, ella gemía con fuerza, él la poseía con agresividad, ella accedía ante los deseos carnales de él, él la lamía por completo, ella seguía gimiendo, él acariciaba su cuerpo entero, sosteniéndola de su pequeña y delicada cintura, ella sentía como él entraba más a fondo de ella, él jadeaba por sentirla, ella no paraba de gritar, él se volvía una completa bestia.

—Di mi nombre —jadea.

—Shang —susurro entre gemidos.

—Di mi nombre.

Di mi nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora