Acto 36

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Daban las seis de la tarde, Hanako y Shang se despedían de aquel matrimonio que residía en el templo Nozomi, al subir a esa camioneta todo terreno color verde militar, ella se quedó observando la ventana, apoyada en su mano, viendo cómo una leve llovizna acechaba, un tanto nostálgica, un tanto abstraída, un tanto acongojada, un tanto perdida… Al llegar al departamento y salir de la camioneta, Hanako vió a su madre, se acercó a ella con prisa y la abrazó, Nagisa hacía lo propio, besando la coronilla de su pequeña hija mientras la abrazaba con ternura, se acercaba con cierta discreción ese castaño de uno ochenta de alto, Nagisa al verlo sonrió, provocando que Shang se avergonzara un poco, en realidad esa hermosa mujer de ojos esmeraldas podía llegar a ser un tanto intimidante sin siquiera buscarlo.

—Vayamos a cenar algo, yo los invito —dijo Nagisa muy alegre.

Hanako sonrió algo melancólica, giró su verde vista a ese castaño que siempre la observaba, y con una leve sonrisa le daba su respuesta, entonces esa chica asentía a la invitación de su madre, Nagisa la veía con ternura, le resultaban encantadoras las actitudes que tenía su hija al lado de ese hombre de ojos miel. Shang insistió en utilizar su camioneta, y las dos mujeres Furukawa aceptaron, el trayecto hacía el restaurante fue sumamente silencioso, algo más qué habitual en esas mujeres, sin embargo, aquel castaño veía con atención sus actitudes, ambas se veían con ganas de querer decir algo, mismo que no ocurría por la falta de fuerza en sus voces. Al llegar al restaurante ingresaron los tres, y, en la charla, Nagisa sacó a relucir sus verdaderas intenciones.

—Toma. —Extiende una pequeña caja en la mesa.

—¿Qué es madre?

—Ábrelo —dijo sonriente, llevando el vaso a su boca.

Hanako tomó esa pequeña caja, y, al abrirla, miró atónita a su madre, no entendía porqué era que ella hacía eso, ¿Acaso su madre había perdido la razón? Shang sin embargo, solo observaba a esa pequeña niña de ojos jade.

—No puedo madre —dijo en un susurro—, esto es, no puedo —trastabilló.

—Sí puedes y los aceptarás —dijo con genuina apacibilidad y seguridad.

—Pero…

—Pero nada —la interrumpe con una sonrisa—, quiero que los tengas, verás, hace años que dejé de usar el mío, y también tu padre, además —hace una pequeña pausa—, siempre le dije a tu padre qué, llegado el momento, serían tuyos —dijo nostálgica—. Cuando tu padre me dió ese anillo, me dijo que él también tendría uno, fue durante nuestro noviazgo, nada tan serio, pero para mí, simbolizaba algo sumamente especial, y ahora, ambos —mira a los dos—, quiero que los tengan, no son muy lujosos, no son muy ostentosos, son sumamente sencillos, pero, significativos.

—Madre…

—Es mi regalo de despedida querida. —Sonríe con lágrimas en sus ojos.

Hanako bajó su mirada, intentando apaciguar el naciente nudo en su garganta, apretó con fuerza sus puños encima de sus piernas, respirando profusamente, volviendo sus ojos acuosos a esa mujer que la observaba.

—También espero con ansias el momento en el qué me puedas decir mamá, Shang Li —dijo juguetona esa mujer de ojos opalinos.

Shang abrió grandes los ojos, bastante sorprendido, bastante incrédulo de esas palabras, Hanako se avergonzó al instante, miraba confundida a su madre y a ese hombre de uno ochenta de alto, intentaba esa jovencita sosegar la situación, sin embargo, ninguna de las dos previó lo que él diría.
—Lo haré, pero tendrá que hacer algo por mí —añadió con seriedad.

Hanako se le quedó viendo realmente asustada, los labios se le separaron levemente de la sorpresa, el semblante se le puso azul en un instante, pero, tal como ella siempre supo, no haría nada, se quedó inerte, escuchando la voz de ese hombre, o más bien, la voz de su madre, sin dejar de mantener sus ojos puestos en él.
—¿Y qué es?

Di mi nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora