✧⁠◝ Epílogo

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... Dame tu mano, sálvame, sálvame,
Necesito tu amor antes de que caiga, caiga...

Jeongin pegó un grito de ánimo cuando la ceremonia se dio por finalizada, observando a ambos alfas sonreír junto al resto de sus compañeros luego de haberse graduado con honores. Dio un grito de apoyo, sin importarle llamar la atención a su alrededor y, mucho menos, ignorando las miradas que las madres de sus novios le dirigían.

—Doctor Bang —escuchó que reflexionaba el padre de Chan—, suena bastante atractivo, ¿es por eso por lo que te enamoraste de mi hijo, Jeongin?

El omega suspiró al escuchar esas palabras. A pesar de los años, el padre de Chan no parecía haber cambiado ni un poco... Así como el padre de Minho tampoco, que no había ido a la ceremonia al no considerarlo importante. Jeongin lo había conocido cuando cumplió un año con ellos y no fue una experiencia demasiado agradable.

—Me enamoré de su dinero, señor Bang —le dijo al adulto, que enarcó una ceja con elegancia, mientras la madre de Chan bufaba por la molestia.

—Por supuesto —razonó el hombre—, el dinero siempre enamora. Una pena que te hayas fijado en el hijo y no en el padre.

En definitiva, ese alfa jamás cambiaría.

Volvió a poner una sonrisa cuando los vio bajar del estrado, adelantándose para ir a darles un beso y abrazo por su graduación. Ambos alfas no tardaron en alcanzarlo, primero Minho, que le estampó un sonoro beso en la boca, y luego le tocó a Chan, que lo hizo girar antes de hacer lo mismo.

Al separarse no pasó por alto las miradas que varios compañeros de los alfas le dirigieron, pero las pasó por alto. Al fin y al cabo, ya se había acostumbrado a ellas, pues a donde quiera que iban, siempre se les quedaban mirando. A la gente parecía sorprenderles demasiado que un omega anduviera de la mano con dos alfas.

—Se veían muy guapos allí —comentó Jeongin.

—Siempre estamos guapos, en especial cuando sabemos que estarás aquí —dijo Chan, inclinándose a darle otro beso.

—Quítate —Minho lo empujó, haciendo que Jeongin sacudiera su cabeza en una negativa—. ¿Te quedarás toda la semana, bebé? Te extrañamos mucho.

—Conversemos de eso después —dijo Jeongin, ignorando las quejas de Chan—, sus madres han venido y no quiero más motivos para que me odien.

Escuchó sus resoplidos, pero simplemente los ignoró para volver a ir hacia donde estaban ambas omegas con expresiones de haber olido mierda. No era ninguna novedad y, con el pasar de los años, Jeongin simplemente se había acostumbrado y llegó a la conclusión de que era mejor ignorarlas. Mientras no soltaran sus comentarios imbéciles, podía soportarlas.

Pronto iban a cumplirse cuatro años de esa calurosa tarde de agosto, en la boda de sus amigos, cuando oficializó la relación con ambos alfas. A veces, Jeongin miraba hacia atrás y pensaba en todo lo que había pasado, todo lo que sintió, y lo comparaba en cómo estaba ahora. Ese chico deprimido y monocromático había ido cambiando con el pasar de los años, ahora tan lleno de colores propios, y estaba satisfecho con eso, con la vida que llevaba ahora. Era... sanador.

El padre de Chan les dio un regalo a los dos chicos, con Minho algo conmovido gracias al tierno gesto. A pesar del retorcido humor que poseía, se notaba que quería tanto a Chan como a Minho, y eso ya era algo de admirar en opinión de Jeongin. Además de que tenía bien sujeta la lengua afilada de la madre de Chan, que ante la imposibilidad de decir algo, simplemente miraba con desprecio a Jeongin.

Además, no es como si pudiera decir mucho (y lo mismo pasaba con la madre de Minho), pues al fin y al cabo... Jeongin lucía sus dos marcas con orgullo desde hacía dos años atrás. La esperanza de esas mujeres de que esa relación extraña pudiera terminar se murió cuando lo vieron la semana después de que ocurrió, con las bocas abiertas y gestos fuera de sí.

Fue todo un tema, además. Cuando Chan y Minho cumplieron los veintidós, producto de la ley sobre tener un omega a esa edad, tuvieron que apelar e iniciar todo un trámite para comprobar que estaban en proceso de tener uno. A los jueces no les había hecho ninguna gracia la existencia de esa relación poliamorosa, pero ante la ausencia de una ley que lo regulara, poco pudieron hacer. Fue algo agotador y extenuante, sin embargo, a esas alturas, la pareja estaba feliz por haberlo hecho.

Más tarde, fueron a cenar los tres juntos a un bonito y familiar lugar. Jeongin entonces les dio sus regalos.

—Los hice yo —confesó, mientras Chan era cuidadoso para abrir el papel de regalo, en tanto Minho lo destrozaba—, si no les gusta...

—No digas eso —dijo Minho—, todo lo que venga de ti, nos encanta.

El omega sacudió la cabeza, sin poder creer que a pesar de los años, siguieran siendo tan... románticos con él. No es como si le molestara, sólo que le resultaba un poco extraño. A veces, el omega todavía pensaba... Tenía esos pensamientos intrusivos sobre que todo eso iba a terminar en algún momento, que ellos nunca iban a contentarse sólo con un omega...

Y luego, los alfas parecían percibir esa idea, ese pensamiento, e iban hacia él para abrazarlo, besarlo y recordarle, entre suaves caricias y toques, que Jeongin era el único omega de sus corazones.

—¡Vaya!

El grito de Chan lo sacó de sus pensamientos. Observaba el cuadro con admiración, ese cuadro que el omega trabajó con tanto ahínco. Era de Chan, hecho primero con carboncillo y luego pintado en algunas partes con acuarelas. Mono y policromático.

—Está hermoso —dijo Minho, también admirando el suyo con esos ojos brillantes.

—¿De verdad? —Jeongin sintió un golpe de ansiedad—. Mi profesor me preguntó si los iba a exponer, pero le he dicho que no... Son muy privados. Son... Es la forma en que los veo. Con tantos colores, incluso negro y blanco...

Su barboteo torpe se vio callado cuando Chan le agarró la mano, mientras que Minho se estiraba para agarrarle de la barbilla.

—Los amamos, Jeongin —le aseguró Chan—, así como te amamos a ti.

Asintió, sintiendo sus ojos ligeramente llorosos ante esas palabras. Ante lo que era ya obvio para muchos, pero a él le encantaba escuchar cada día, porque volvía loco su corazón. Porque le hacía ver...

—Tenemos una exposición en la universidad la siguiente semana —les dijo con timidez, con esa sonrisa que los hacía sonreír de manera inevitable.

Le hacía ver que él era el primero de un alfa. De sus alfas. El primero y el único. Y siempre
lo sería.

 Y siempre                                                                           lo sería

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