Pesadillas

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El abrazo sanador logró ayudarme a liberar las frustraciones de aquel día fallido, era una bendita sobre mis heridas. Nos sentamos a hablar sobre el accidente, y aunque para mí era un momento que representaba estrés y agobio, a Zach le parecía muy divertido, siempre veía las cosas desde un ángulo diferente al mío.

- Ahora lo que más me duele es mi orgullo, me siento fea con ésta cosa en la cara- me quejé haciendo pucheros, quería compartirle mi frustración.

- No seas ridícula, te ves bien con cualquier cosa, además sólo serán seis semanas enyesada, luego volverás a ser tú y tendrás una buena anécdota para contar- respondió guiñando el ojo y sonriendo para intentar elevar mis ánimos.

Nos levantamos decididos a preparar algo de comer, no soy una excelente cocinera, pero era divertido intentarlo juntos. Nuestra meta fue cocinar unos buenos spaghettis con salsa, algo simple pero entretenido. Nos dividimos las tareas para hacer todo a buen ritmo, mientras Zach preparaba una salsa roja exquisita, yo sólo debía rayar el queso y vigilar que la pasta no se pasara, no me quejé para nada. Tanto la pasta como la salsa terminaron viéndose muy tentadoras.

A la hora de servir nuestra obra maestra culinaria, Zach activó su modo detallista, colocando hojas de albahaca y cuidando las cantidades de cada plato para que sean simétricas. Me quedé fascinada mirándolo, hasta que hicimos un repentino contacto visual, en medio del cual me lanzó una sonrisa plagada de intenciones malévolas, lo conocía tan bien que estuve a punto de detener su ataque.

- ¿Sabes? Hay una cosa que aún no me queda clara sobre el incidente de hoy.. ¿Por qué la bella pelirroja se preocupó tanto por tí? No quiero ser alarmista, pero creo que le gustaste- sabía que iría en esa dirección, lo miré con desdén y me respondió con una mirada intensa que prácticamente me obligaba a contestar.

- No creo gustarle Zach, creo que sólo se sintió culpable, es todo, fue amable- utilicé el tono más neutro e indiferente posible, restándole importancia para poder cambiar de tema - ¿Por qué no mejor hablamos del trabajo? Mañana será mi primer día y aún no sé cuál es mi puesto, has estado muy misterioso con eso- me blanqueó los ojos intentando evadirme mientras íbamos a sentarnos a la mesa para poder comer y seguir la conversación.

- Lo de tu puesto seguirá siendo un secreto hasta mañana, cuando estemos allí descubrirás por qué - asentí sin estar muy convencida, él amaba hacer sorpresas, yo simplemente las detestaba, pero viniendo de mi mejor amigo podía soportarlas.

- Y con respecto al otro asunto - creí que me había salvado de esa charla, pero me equivoqué - No digo que ella quiera casarse contigo, sólo creo que le pareciste atractiva, y es muy obvio que tú piensas lo mismo de ella, sino no te sudarían las manos cada vez que la menciono-

Miré las palmas de mis manos, efectivamente estaban húmedas, pero disimulé para llevar la contraria.

- No me sudan las manos- mentí

- Las secaste en tu pantalón las dos veces que te mencioné a la pelirroja, engañas a cualquiera, pero no a mí, preciosa- me tenía entre la espada y la pared, no podía negar que la mujer era una completa obra de arte de pies a cabeza, pero tampoco me sentía preparada para intentar algo con ella. En realidad no estaba lista para intentar nada con nadie.

- Bien, es una mujer atractiva- admití - pero no hay nada que hacer al respecto, no la conozco, tal vez no la vuelva a ver, ni siquiera me dijo su nombre-

- ¿Y qué si no se conocen? Vive en el mismo edificio, puedes buscarla y preguntarle, o invitarla a salir, o pasar una noche...- lo detuve en seco metiéndole un trozo de pan a la boca y riendo.

- ¡Ya! No me siento lista para salir con alguien aún, así que deja de hacerte ilusiones ¿Sí?- se resignó con un suspiro, luego de arrojarme un pedazo de pan a la cabeza, ambos carcajeamos por un rato, apartando toda la tensión que habían generado sus preguntas.

Seguimos comiendo y entablando charlas más simples y banales, dejando de lado los temas incómodos.

Acabamos nuestro delicioso almuerzo tardío y pasamos el día conversando sobre los viejos tiempos y viendo películas que clasificábamos como "tan malas que son buenas". Hubiera preferido salir a pasear, pero de cualquier forma terminé pasando un domingo muy ameno y divertido. Lo único que lograba molestarme era el incesante recordatorio de lo mal que estaba mi rostro.

Mis problemas de autoestima se habían quedado hace mucho tiempo guardados en la casa de mis padres, una vez que me alejé de ellos, mis inseguridades no siguieron conmigo. Me gustaba mi rostro, me sentía bien con él y no quería que un cambio inesperado lo arruinara. Temía que al quitar el yeso no pudiera reconocer a la persona del espejo, quería seguir siendo yo.
Zach me levantaba el ánimo con piropos y palabras lindas, pero sabía que no iba a estar tranquila hasta verme sin la férula.

Esa noche fue larga, dormir apenas pudiendo respirar no es recomendable, todo lo que podía oler era el yeso, era como estar de vuelta en el apartamento húmedo de Louisiana, asfixiada y sin ventilación.

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Desperté sintiendo un fuerte aroma a madera vieja, un olor invasivo y pútrido, abrí mis ojos, encontrándome con un techo mohoso, el mismo techo bajo el cuál había despertado mis primeros 18 años de vida.

Me levanté con dificultad, sintiendo en mi cuerpo las maderas de la vieja cama traspasando el delgado colchón. Todo estaba igual, mi escritorio lleno de libros pesados, los crucifijos clavados sobre mi puerta y sobre mi ventana, observandome, fríos como el metal que los componía. Caminé sobre las maderas rechinantes del suelo, la corriente de aire era escasa, el ambiente pesado. Abrí la puerta de madera firme y visagras sin aceitar, me asomé notando el pasillo vacío, con paredes pintadas de un amarillo apagado, arriba de cada puerta había un crucifijo, evité mirarlos directamente.

Cada vez que volvía a ese lugar ansiaba una salida, un escape, pero en ese momento sólo quería verme en un espejo, sentía la férula sobre mi naríz, me quemaba y me dolía. Corrí hacia el baño, el único lugar con un espejo en toda la casa, me paré frente a él con miedo de abrir los ojos.

Respiré profundo por la boca y miré mi reflejo, a primera vista estaba normal, hinchada, enyesada, con moretones. Hubo sólo un detalle que llamó mi atención cuando dí el segundo vistazo, una línea negra que se asomaba por debajo del yeso. Me acerqué al espejo, llevando mis manos a mi cara para palparla. Una vez que la toqué empezó a expandirse como un patrón eléctrico haciendo que la férula cayera como si nada. Estaba paralizada, completamente horrorizada, mi naríz se había convertido en un bulto negro de putrefacción que soltaba puss. No sabía cómo reaccionar, me daba demasiado asco, pero quería sentirla.

Alcancé a apoyar un dedo, y ví con espanto cómo eso bastó para que comenzara a desprenderse de mi rostro. Cayó como un trozo de carne sobre el lavabo, mi cuerpo temblaba, levanté la mirada y observé cómo la podredumbre se apoderaba velozmente de mi piel, cada agujero en mi rostro se sellaba con una capa de masa grasosa. Todo se puso negro, no podía respirar, clavé mis uñas sobre la piel gangrenada intentando abrir algún espacio que me permitiera recibir aire. Nada funcionaba, estaba ahogándome bajo mi propia piel en necrosis, estaba muriendo y no había nadie a mi alrededor a quién pedir ayuda.

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Desperté tomando una enorme bocanada de aire, desesperada, agitada, temblando, tosiendo, sentía que mi cuerpo había pasado horas sin poder respirar. Miré hacia todos lados, seguía estando en Denver, en mi hermoso cuarto, pero no dejé de voltear alrededor hasta que pude poner mis pies de vuelta en la tierra.

Cuando me recuperé, corrí al baño, miré en el espejo y todo estaba en su lugar, mi naríz seguía allí, no había nada goteando ni supurando de ella. Me senté en el piso del baño como una vela derretida, sentía alivio, pero también una extraña sensación de vacío en el pecho, sabía que mi preocupación tenía poco que ver con lo estético. Me había aferrado a la creencia de que las pesadillas dejarían de atormentarme una vez que saliera de Pineville, pero no era el lugar quien las llevaba consigo, era yo, no importa a dónde fuera, jamás podría huir de mí misma.

Mi Hogar En Tí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora